Escribo desde el alma que aniquila la razón y no de sin razones del corazón deseadas. Escribo porque nací poeta en una generación postrada en la melancolía. Escribo cuando vuelo en la noche oscura de mis pensamientos en ausencia de firmamento. Escribo para otros y para olvidarme de mí mismo. Escribo en la torre de marfil de mis ilusiones donde el porvenir es incierto. Escribo al amanecer cuando cae la noche y renace el ocaso. Escribo a sangre fría como un sicario enmudecido de cobardes letanías. Escribo con versos de medianoche y resabios del mañana. Escribo sobre la vida y la muerte, el amor y la melancolía. Escribo bajo la sombra de los poetas muertos y en el túmulo de sus memorias. Escribo junto a los poetas vivos de mi tierra que recrean mundos en agonía. Escribo al lado de gigantes sentados en hombros de enanos. Escribo porque si no hubiera escrito, hubiera muerto, y si muriera habría vivido. Porque si no tuviera un lápiz y un papel, e
¿Qué es la frustración, sino aquello que evadimos desde nuestra insatisfacción del deseo? Ser un ser libre en una sociedad que adormece tu sentir, que normaliza sus convenciones y se vuelve un patrón en el que debemos encajar. Un molde hecho a ultranza de la moralidad de la época. ¿Ansiar la libertad y actuar en consecuencia, es lo que nos imposibilita a amar? Si el amor es libertad y este se construye a través de las decisiones diarias, ¿no debiese ser la voluntad de elegir, de ser junto a otro, el peldaño que construye la felicidad? Ser feliz en nuestra cotidianidad pareciese ser un acto de vanidad en un mundo que se cae a pedazos. Somos el vicio corrupto del placer sin memoria. Porque esta nos constituye en forma, simetría perfecta de lo que somos en esencia. Es, por tanto, la ausencia de esta, la omisión involuntaria la que nos arrastra al vacío. Amar nuestra existencia con lo que somos, con lo que perdimos. Aquellas sombras que confluyen en la agonía de nuestros pensamientos.