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Pienso para existir y existo porque pienso.




Hoy no es un día reflexivo, ni de filosofías cartesianas, sin embargo, un sentimiento profundo me embarga, no es soledad, aunque puede que algo de ella haya, tal vez en esta ocasión use la escritura para desahogar mis penas, pero que si bien son personales, trascienden hasta tal punto que se convierte en un hondo abatimiento social, en efecto, lo es. Sentir una y mil veces melancolía por la añoranza de tiempos pasados culmina causándote estragos, no obstante, el recuerdo de aquella persona que cambió mi vida, a veces acarrea sentimientos de esperanza. Pero son tres tiempos los que se conjugan y se superponen, el pasado que ya he mencionado, donde viví los mejores encuentros y momentos, que al trasladarlos a un presente, se tornan añoranzas, aunque es en el presente donde se manifiesta el caos, lo que si no se soluciona, desencadenará un porvenir irreconciliable de energías que chocan y se estrellan rompiendo el status quo, aun así pienso que aquella ruptura, que se vuelve irreverente ante la vida y el amor, podría generar una gran satisfacción.

            No está en mí, está en ti quisiera decirte, pero no puedo, no es que me falten las palabras, al contrario, me sobran. Tal vez lo que nos sucede es que si ponemos en palabras nuestros sentimientos éstos se desvanecerán como esencias etéreas. Te amo y sé que tú también me amas, pero nuestro amor rompe el status quo, por ello cavilo y miro hacia el futuro y digo: “De qué nos vale el status quo si no podemos ser felices”, mi amor por ti jamás se desmigajó absolutamente, es un mar de llamas fugaces que se amalgaman una y otra vez cada vez que estoy junto a ti. Existo porque te amo y te amo para existir, tu amor me prodiga de vida, que se esfuma cada vez que me rechazas con tu mirada. Sé que luchas intensamente para negar lo que sientes, aquello te causa un gran sufrimiento y pesar, ¿pero de qué sirve pensar y pensar una y mil veces, sin actuar? Carpe diem es el tópico que se viene a mi mente, vivamos el día al máximo, aprovechemos nuestra hermosa juventud, como señalaban los sabios griegos, jamás seremos más bellos que en nuestra mocedad, tal vez parezcan idolatrías egocentristas, sin embargo, no lo son, pues la fortaleza de espíritu también nos acompaña, aunque de nuevo aparece la intrincada sociedad que coarta los espíritus y proclama que todos debemos ser iguales, comportarnos en base a patrones y que si hay un mínimo de diferencia ésta debe ser arrancada de raíz.

            No busco cambiar el funcionamiento de la sociedad, lo que sí no permitiré que la sociedad me cambié a mí, por ello seré tal cual lo deseo y me comportaré a mi modo, pues qué importa el qué dirán, vivimos supuestamente en sociedades más liberales y el país que habito no es la exclusión a la regla, sin embargo, lo liberal ha perdido el rumbo, pues en determinados casos se confunde libertad con libertinaje y claramente este tema es troncal en las sociedades del siglo XXI, ya que el verdadero valor de aquella palabra que tanto amamos, se está deteriorando. Creemos ser libres, puesto que se nos permite hacer lo que deseemos siempre y cuando no coartemos la libertad del otro, podemos seguir nuestros principios y escoger nuestro propio estilo de vida, por lo tanto, la libertad nos conduciría a la felicidad. ¿Pero qué sucede cuando ves que en estas sociedades todo se fabrica en serie?

            Un claro ejemplo son las tiendas comerciales, llámense mall entre otros, lo que deja entrever nítidamente que aquel anglicismo tiene su razón de ser, pues bien, aquello sólo es el eslabón de cómo la homogeneización propugnada por potencias primer mundistas ha penetrado incluso en nuestro lenguaje cotidiano, empleando palabras que son meros préstamos lingüísticos, que si extrapolamos el concepto es como si viviéramos en una sociedad prestada, que no nos pertenece, perdiendo nuestras raíces, lo maravillosos de ellas. No hablo sólo de los pueblos originarios, si bien éstos son fundamentales en nuestra conformación de identidad, sino que el equilibrio con la naturaleza se ha roto, incluyendo nuestra propia naturaleza, la humana.

            Por lo tanto, una vez reconocido el problema, deviene la solución, pero si lo atisbáramos como una ecuación matemática, metafóricamente hablando, no habría sólo una solución, sino que múltiples posibilidades, que cada uno debe descubrir y potenciar para colaborar a hacer de este mundo un lugar más ameno, donde las relaciones humanas sean lo más importante y que éstas se conduzcan por buen cauce. Ha habido un cúmulo de grandes pensadores que lo han señalado, sólo falta tomarlos en cuenta y no dejar que se mueran en el olvido y abismo de la memoria.

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