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La sociedad chilena del siglo XXI. Parte I.



Sin pretensiones de realizar un análisis sociológico, sino que simple y llanamente esbozar una interpretación personal que lejos de ser absoluta, sólo pretende mostrar una panorámica general de cómo cada vez más nuestra manera de pensar, modo de comportarnos y desenvolvernos en ella se torna incompatible, sino rasamente incongruente con una amplia gama de nuestros ideales, donde en variadas ocasiones éstos se han visto tergiversados, anulados y politizados por ideologías que eminentemente buscan captar adeptos que se abandericen por lo que ellos plantean, que en innúmeros casos prometen mucho más que aquello que cumplirán efectivamente. Sin embargo, la actual política es sólo un modelo visible de cómo se está focalizando nuestra sociedad, pues el fundamento propiamente tal de ella se ha ido desvaneciendo, ahora como suelo decir, lo “políticamente correcto”, es contra natura, ya que en vez de buscar un bien común, lo que se pretende obtener es el lucro individual o para aquéllos que son partidarios de una determinada ideología.

            Por otro lado, como todos sabemos en una nación nada sucede al azar, los cambios y más aún revolucionarios, tampoco son la excepción, puesto que éstos implican en primer lugar una toma de consciencia sobre el acontecer colectivo, pero a veces se da el caso, en que si bien el sistema presenta a claras luces falencias, éste no siempre está del todo errado, sino que sólo algunas de sus partes poseen fallas, las que es menester que sean no mitigadas, sino de plano solucionadas. ¡Eureka! He ahí el meollo del asunto, las soluciones, tema que analizaré en otro artículo reflexivo, pues en el presente, sólo me limitaré a tratar y dar revista a la amalgama de temas que están imbricados en este macro sistema, que denominamos sociedad chilena.

            Para nadie es novedad el plantearse el hecho concreto que vivimos en una sociedad de índole neoliberal, donde literalmente se alude a una nueva liberación, pero la pregunta que cabe realizarse es en qué consiste ésta. Frente a aquella interrogante, la respuesta es múltiple, desglosándose en el ámbito político (someramente esbozado), económico sobretodo, pues principalmente se centra en el libre cambio y tránsito de bienes y servicios, tanto a nivel país, como internacional. No obstante, aquello trae aparejado una serie de consecuencias, tales como una continúa privatización, un consumo incitado y provocado, que influye directamente en el factor social, entre muchos otros. Pero personalmente considero más transversal analizar este último, ya que es la sociedad la que se ve más afectada por este modelo.

            La sociedad, aquella comunidad de personas que posee raíces culturales, étnicas y territoriales en común, pero ¿ésta es sólo el conjunto de ellas o en este caso singular, el todo es más que la mera suma de las partes? En efecto, lo es, ya que si bien está constituida por individuos particulares y realidades diversas que en teoría, viven armónicamente, sin discriminación, de un modo pacífico y sin coartar la libertad del otro, fundamentos todos los cuales, sabemos que se encuentran diametralmente opuestos a la realidad de nuestro país; no se gesta de manera aislada, pues como sistema, posee el rasgo intrínseco de unidad de sus partes, donde si uno de sus elementos presenta un desperfecto, desencadenando una especie de efecto dominó, hará que todos los demás, ya sea directa o indirectamente se tambaleen como mínimo o se desplomen, ocasionando, por consiguiente, un estancamiento en el sistema.

            Es así, como se habrán percatado, nos enfrentamos a una constelación compleja de partes, donde la sociedad es lo que subyace, en tanto sistema, con sus segmentos respectivos, mencionados con antelación y, a su vez se manifiesta en diversos planos: económico, político, ideológico, entre otros. A continuación, retornando al nivel económico, éste en las últimas décadas se ha caracterizado por potenciar el desarrollo industrial de privados, relegando las empresas nacionales, hasta tal punto que hacia donde miremos, de norte a sur, nos veremos frente a ellas, pues gran parte de nuestra economía se ve repercutida por las decisiones de éstas, que por lo demás, se quedan con muchos de nuestros recursos económicos. Pero ése no es el problema principal, sino más bien las devastadoras y nefastas consecuencias que ello conlleva al medioambiente, puesto que para nadie es un tema tabú, tras el boom que provocó la problemática de Hidroaysén, que las empresas generan una contaminación tal que se convierte en el desencadenante fundamental de la sobreexplotación de recursos naturales, además de la muerte de flora y fauna en nuestro país. Respecto a lo anterior, no podemos soslayar la cantidad cada vez más abrumadora de especies autóctonas en peligro de extinción. Por otra parte, si bien concuerdo en que las industrias, casi de perogrullo son las que más destruyen los ambientes, nosotros como consumidores también poseemos nuestra cuota de culpabilidad.

            Y, evidentemente, nuestra cuota de culpabilidad, radica en el consumo irresponsable de bienes y servicios. Basta dirigirse al centro comercial más cercano (los comúnmente llamados “mall”), recorrer sus ajetreados espacios, tiendas, juegos de esparcimiento, los que en esencia no poseen una connotación negativa, sino que cuando se torna un exceso he ahí el problema y ¿qué creen que ha sucedido? Efectivamente nos hemos excedido, ya que cada vez más nos asemejamos a gringolandia, consumiendo como si el mundo se fuera a acabar, desde platos de comida rápida y los mil y un desechos de éstas, la tenencia exacerbada de bienes suntuarios, los que procederé a analizar en mayor profundidad.

            Cuando hablamos de bienes suntuarios, generalmente se hace alusión a aquellos que no son de primera necesidad y, por consiguiente, suelen obtenerse una vez satisfechas aquéllas más básicas, tales como la alimentación, salud, calor, vestimenta, lugar habitacional, entre otros. No obstante, la visión de aquéllos ha dado una vuelta de tuerca, pues ahora han llegado hasta tal punto, que, por ejemplo, se entienden prácticamente como primera prioridad los celulares, los que si bien en tanto medios de comunicación, se tornan necesarios, el hecho de poseer dos, tres, cuatro o incluso más por persona, al igual que computadores y una sarta de objetos más, de los que posteriormente nos libramos en determinadas ocasiones cuando han llegado a su obsolescencia o, en otras, simplemente cuando ha aparecido otro de mejor calidad. Pero lo que es aun peor y que está aparejado, es la contaminación que ellos generan, cuando preferimos botar, literalmente, al tacho de la basura, prendas de vestir en desuso, plásticos, vidrios y un centenar de etcéteras, que en vez de reciclarlos (situación trágica en Chile), simplemente esperamos a que llegue el camión de basura y que se los lleve lejos de nuestra vista. Lo que no quita que estén contaminando.

            Desde otra óptica, englobando este círculo vicioso, persiste lo que se ha venido a designar como obsolescencia programada, donde nosotros en tanto consumidores activos, no somos más que conejillos de indias, pues hay un entramado tal que ni siquiera nos percatamos que somos víctimas de él, por ello considero preciso relatarles de qué trata esta lamentable historia. Respecto a este tema, como de costumbre, reconozco que no soy un experto, pero sí quiero colaborar con la difusión crítica de aquello que nos afecta sobremanera, cuyo primer eslabón es la creación de objetos, cuya vida útil siempre es menor a la que debiese ser si sus fabricantes buscaran brindar un producto de calidad a sus usuarios o clientes, lo que dista en demasía de ser así. Un ejemplo clásico que suele emplearse es el de las ampolletas, -ante lo que si quieren indagar más, pueden recurrir a determinados reportajes, que han tratado en mayor extensión estas temáticas-, donde éstas en sus inicios tenían una duración que beneficiaba a muchos usuarios, pero que con el tiempo, pese al descubrimiento de otras de mayor duración, fueron descartadas, ya que no le convenía a los productores, puesto que eso implicaba una reducción en sus ganancias, debido a que los usuarios las renovarían de una forma más dilatada. Éste como se suele apuntar, es el primer caso que se conoce de la tal llamada obsolescencia programada, la que como habrán concluido, ocurre con gran parte de nuestros imperfectos artefactos electrodomésticos.

            Por otra parte, un segundo eslabón dentro de este viciado proceso, lo conforma la publicidad, la que se ha propalado desde sus cimientes, invadiendo cada vez más nuestros hogares, junto a sus pares mediáticos, tales como la televisión, Internet y periódicos, los que neutralmente hablando, no poseen una connotación negativa, pero cuando son manipulados, correspondiendo con una ideología preestablecida y, si a ello le sumamos un influjo hacia nuestros gustos e intereses, a través de técnicas persuasivas, cuyo afán radica en convertirnos en consumidores empedernidos, ahí se completa el ciclo para el cual estamos prácticamente acondicionados, similar a la visión que presentaba el libro “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley.

           

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