¿Natalia hija de Diego? Era la primera vez que nos encontrábamos y aquella pregunta aparentemente cotidiana cuando dos personas se conocen, es decir, preguntar por sus nombres, se convirtió en el primer recoveco de reconocimiento al cual nos condujo nuestra conversación que fluía de un modo natural como si fuésemos amigos desde épocas inmemoriales, como si enigmáticamente nuestras vidas hubiesen confluido en el pasado, ¿quizás en un período tan remotamente lejano, pero a su vez inmediatamente cercano? No era improbable que nos hubiésemos conocido en la edad media, en efecto, Díaz era un apelativo usual en aquel período y que simbólicamente representaba al ascendiente de aquella familia, que en efecto se llamaba Diego. Ella creía en las reencarnaciones y que nuestros nombres nos marcaban de por vida, sin embargo, ante ello ¿incluso se podría suponer que nuestros nombres trascendían más allá de la vida terrenal y la muerte? No lo sabía, no obstante, estaba dispuesto a descubrirlo.
El monte parnaso es el olimpo de los simbolistas No soy iconoclasta ni falso adorador de egolatrías Enamórate de la soleada claridad del día Invierte el tiempo, traspasa generaciones Sumérgete en la torre de marfil, lee, escucha y escribe lo que ves No te calles, lo peor que puedes hacer es silenciarte Tan sólo entra y serás bienvenido en mi torre de marfil No preguntes por mi nombre, ya lo sabrás de antemano Sólo sé tú, sigue tu camino y me encontrarás, si me estás buscando.