Las arboledas se arrimaban a los transeúntes que circulaban por aquella plaza citadina rodeada de sonoros y retumbantes gritos de niños, parejas reconociendo los vestigios primaverales en las sutiles caricias del amor, flores mustias que caían desvanecidas dando paso a los retoños primorosos de rosas y laureles, que le brindaban un aire ameno y acogedor a aquel parque aislado de los estridentes bocinazos de microbuses, peatones corriendo alterados que conchasumadreaban al primer sujeto que se les cruzara en el camino, bastando sólo ver las calles repletas de personas airadas, cuyo transitar monótono a sus jornadas de trabajo les demarcaba tenuemente sus rostros con un estrés incontenible para percatarse que estaban en Santiago. Sin embargo, por insólito que parezca, ahí estaba ella, Alicia leía al compás claroarmónico de un enjambre danzante de abejas y una balada romántica entonada por aves canoras que entretejían sus nidos en las ramas rebosantes de verde bermellón de los árbol
El monte parnaso es el olimpo de los simbolistas No soy iconoclasta ni falso adorador de egolatrías Enamórate de la soleada claridad del día Invierte el tiempo, traspasa generaciones Sumérgete en la torre de marfil, lee, escucha y escribe lo que ves No te calles, lo peor que puedes hacer es silenciarte Tan sólo entra y serás bienvenido en mi torre de marfil No preguntes por mi nombre, ya lo sabrás de antemano Sólo sé tú, sigue tu camino y me encontrarás, si me estás buscando.