En una fría tarde de invierno ella llegó al hostal. Risueña, jovial y de enérgica actitud. Una mujer con un mundo de sueños por cumplir con el ímpetu de quien a su corta edad ha vivido más de lo que puedo contar. Aquella tarde en la región de Ontario en la ajetreada Toronto en Canadá, mientras sorbía el último rescoldo de mi café, ella con su singular voz me saludó en inglés, pero su acento la delataba. Tras este breve saludo y con la sorpresa de dos jóvenes que encuentran refugio en su lengua compartida en clara señal de una identidad común, ella me comentó que era colombiana y que se llamaba Darly, que había llegado primero a Montreal, que para mi imaginario mental solo sería una escala en su travesía de un Odiseo contemporáneo de quien ya no solo anhela el hogar, sino que busca cual Eneas, instaurar uno nuevo. Con tan solo 19 años con la vista al frente y con la seguridad de quien sabe que todo sacrificio trae su recompensa ella llegó a Quebec, sin parpadear enfrentó a los oficiales
El monte parnaso es el olimpo de los simbolistas No soy iconoclasta ni falso adorador de egolatrías Enamórate de la soleada claridad del día Invierte el tiempo, traspasa generaciones Sumérgete en la torre de marfil, lee, escucha y escribe lo que ves No te calles, lo peor que puedes hacer es silenciarte Tan sólo entra y serás bienvenido en mi torre de marfil No preguntes por mi nombre, ya lo sabrás de antemano Sólo sé tú, sigue tu camino y me encontrarás, si me estás buscando.