jueves, 24 de agosto de 2017

Posibilidades de amor, la historia que escribimos juntos. (Monólogo interior)


Lo recuerdo como si hubiese sido ayer. Tus ojos brillantes me miraban como un relámpago en medio de la oscuridad. ¿Me susurraste al oído un te amo?, ¿un te quiero cosita linda? o tal vez fue la ilusión que sentía en ese momento en que se me revolvía el mundo como mariposas revoloteando, lo que extravía mi memoria cuando te conocí. Hubiese sido lindo. Nuevamente me autoengaño, me niego a pensar que todo acabó tristemente. La verdad de las cosas es que yo te amé, pero aun de eso no puedo estar seguro. Ese día habíamos quedado de ir por un café, servirnos algo en el centro de la ciudad. Una llamada resonó en el fondo de mi habitación, sí, así fue. Cambio de planes. Una emergencia familiar hizo que cancelara contigo. Te quería ver, lo deseaba tanto. Solo te había visto en fotos. Tenías un atractivo inusual. Era blanquecina, pero con un tostado ligero tu piel. No, era más bien pálida, pero tu rostro, sí, tu rostro me cautivó. Eras la persona más bella que había visto, al menos en fotografías. Nunca pudimos ir más allá de nuestras computadoras. Si se pudiese traspasar la pantalla y tocarse más allá de la distancias. ¡Qué locura! Sí, sin duda muy disparatado.

Volví tarde, eran pasado las 2 de la madrugada. Mi apartamento solitario, era atravesado por un silencio sepulcral. Encendí la computadora apenas llegué. Tenía dos mensajes tuyos. El primero decía que esperarías mi llamada a cualquier hora, con tal de escuchar mi voz. El segundo, que me querías ver mañana, que me tenías una sorpresa. Esa noche dormí profundamente. Soñé con tus ojos alumbrando los paisajes, tus manos acariciando mis labios, tu boca inundándome de un éxtasis apasionado. La alarma sonó a las nueve de la mañana, era un nuevo día. El mejor de mi vida, te iba a conocer. Desayuné  tarta de manzanas que había preparado mi madre cuando la fui a ver. Su textura, el sabor de la fruta confitada cómo olvidarlo. Abrí mi computadora. Un nuevo mensaje. Me escribías que estarías esperándome a las 2 en punto de la tarde para almorzar juntos en el restaurant que quedaba a unas calles de mi apartamento.

Esa mañana me vestí lentamente, escogí cada prenda de ropa como para una ocasión especial. Sin duda lo era, al fin nos conoceríamos. Los jeans claros los descarté de plano, quería algo más formal, sin parecer anticuado. Unos pantalones beige me sentarían bien. La camisa fue fácil elegirla. Recordaba que en una de nuestras conversaciones te gustaban los hombres con camisas a cuadros, que se veían más varoniles me decías coquetamente. Ahí estaba, con mi tenida perfecta para conocerte. Me puse unas gafas de sol y pasé primero a una barbería donde sentía al menos que estaba medianamente presentable para la ocasión.

Estaba atrasadísimo, corrí esas cuadras a paso raudo, sin detenerme. Faltaba una cuadra para llegar. Esos ojos eran indiscutiblemente tuyos. Caí rendido. Me arrebataste más de un suspiro en menos de dos segundos. Cruzaste la calle, tu cálido abrazo encendió en mí el más profundo afecto. Me había vuelto a enamorar. Tu voz era una delicia para los oídos. Intercambiamos un par de palabras. Me comentaste lo bien que me veía, que me veía incluso aun mejor de lo que imaginabas. Desde ese momento todo se sucedió rápidamente. Sirenas, bocinazos, aullidos de perros callejeros, se me confundían en el ruido de la ciudad. Me dijiste que guardara la calma, que entrara al restaurant, que irías a ver qué ocurría. Sentí miedo, el pánico me envolvió y como autómata me refugié detrás de un banco. Un disparo al aire. Gritos. Horror. Muerte. Otro disparo al aire. Personas corriendo sin detenerse. Un último disparo. El ruido cesó, mi corazón se detuvo. En menos de un minuto había un tumulto de gente rodeando el restaurant, policías y una ambulancia que venía en camino se dejaba escuchar. Un charco de sangre y tus ojos. Por Dios, tus ojos me buscaban, me querían decir el último adiós.
Me abrí paso en el tumulto y me arrodillé a tu lado. Te amo me susurraste al oído. Te quiero cosita linda, lamento no haberte hecho feliz. Fueron tus últimas palabras. Desde ese día me invento finales cada vez que cruzo esa avenida, aquella en la que hubiese sido posible amarnos y escribir una nueva historia junto a ti.

José Patricio Chamorro, 25 agosto 2017.

El viaje existencial. (24 agosto 2014)


El viaje existencial nos permite revivir los momentos a través de la escritura, volver el tiempo hacia atrás y recordar como por medio de relampagueos aquellos atisbos de memoria, los recuerdos vívidos del ayer. La creación tal cual la planteaban los surrealistas, es un acto puro, casi como una catarsis, que nos permite purgar nuestras acciones. 

Así es un poco la vida, ese conjunto de instantes y vivencias que al aunarlas nos dan ese todo que fue y ha sido nuestra existencia, las palabras son un mero apoyo para aquel proceso, lleno de experiencias y aprendizajes, pues el tiempo no transcurre en vano y siempre habrá algo de nosotros en él, una especie de aura que nos rodea como cuando escribimos, ya que si traspasamos aquello a cada acción de nuestra vida, alcanzaremos el secreto, el mantener la calma y tranquilidad en todo momento, para atraer lo bueno, lo positivo a nuestra vida y alejar lo negativo, agradecidos por lo que nos rodea, por lo que tenemos y visualizar lo que queremos cambiar y deseamos más profundamente, pues todo es una atracción y para quiénes solemos ser imaginativos, las más de las veces se hacen realidad nuestros sueños.

Las vibras también son fundamentales, es decir, rodearnos de personas que estén en esa actitud, en ese ritmo circadiano. La existencia no es fácil, no hay tiempo para las indecisiones, ni para girar la manivela hacia atrás, sólo continuar, pero entre más armas conjugamos y usamos, más facilidades tendremos para sortear los obstáculos que se avecinen y resolverlos con prontitud. No importa el pasado, que a veces es consecuencia de lo inconsciente de nuestras acciones, sino que el fundamento primordial, es lo que hacemos en nuestro presente, para crear nuestro futuro. Si planifico o no, si priorizo o no, o cualquiera de aquellas elecciones determinarán el paso siguiente, a veces a algunos la vida le resulta más simple siguiendo sus instintos, lo que ellos creen, ya que las creencias personales, nos permiten hacer mejores elecciones o al menos que están en mayor sincronía con nosotros mismos. Es precisamente el conocerse a sí mismo un paso agigantado en las etapas de nuestra vida.

Rosas de amor. (Corriente de la consciencia)


Camino a la deriva. Se hace de noche. Miro el reloj. Veo plazas desoladas. Amantes ocultos en la oscuridad. Todo me parece nada, mentiras inconclusas. Se hizo añicos mi reloj en el suelo. Son  promesas de amores que no volverán. Pensaba en la tarde que habíamos compartido, en los planes futuros, en los viajes a ciudades en los que nuestros ojos se posarían como en una postal en sepia. ¿La recuerdas? Esa postal que me regalaste antes de partir. Cómo olvidarla. Cómo olvidarte. Tus caricias, tus gemidos nocturnos. Te amaba. Te amé. Te amo. ¿Te amaría? Lo nuestro era imposible. La decisión ya había sido tomada. Me senté en el banco en el que tu mano se había entrelazado con mis dedos y centré mi mente en aquel preciso instante de un recuerdo fugaz en que te robé un beso. La pasión inundó el éxtasis de mi cuerpo, me electrizaba. Los latidos de mi corazón palpitaban a mil por hora. Te deseaba mientras mis manos tocaban lo prohibido.  Era nuestro mayor secreto. Mi mente se pierde en tu cuerpo, el deseo aumenta, ya no respondo. Me miras. No sé qué decirte, te observo, te beso y me acurruco en tu bajo vientre. Te recuerdo y te me apareces fantasmagórica, un cadáver deambulante. Mi abuela era sonámbula. Murió, era buena la vieja, me quería, a veces siento que también la quise. Ella me cuidó de niño. Rosas le dejé en el cementerio ese día. Rosas también te dejé a ti el día que te fuiste. Está muerta. A veces tú también lo estás. Qué importa. Me invento finales, cambio la historia, me la cuento dos veces hasta que me la creo. Sé que volverás, lo sé porque me amabas. Yo también te amé. Obsesivo me dijiste esa noche. Posesivo. ¿Posesivo yo?. Las mujeres solo sirven pa la cocina y la cama me enseñó mi padre. No eras un objeto me gritaste. Las rosas cayeron al suelo. ¿Eran rojas?, sí, parecían la sangre carmesí de tus venas. El cuchillo era tentador. No me pude contener. Me miró. Tus ojos me miraban implorando acabar con todo. Fue tu culpa. Me lo pediste, tus ojos me lo pedían. ¿Por qué tenías que llorar? Rosas le gustaban a mi abuela. Rosas negras le dejé en su tumba. Perfume de rosas era tu piel desnuda en mis manos. Caían una a una deshojándose. Un charco escarlata rodeaba tu cuerpo. El cuchillo era tentador. Rosas negras. Estaba nublado, llovía. Fue como nuestro primer beso. A veces creo que aún te amo.

Mi arte poética

Arte poética (José Chamorro)

Escribo desde el alma que aniquila la razón y no de sin razones del corazón deseadas. Escribo porque nací poeta en una generación ...