Mujer de labios otoñales de ardiente pasión Pero no, desafortunadamente, quizás ni siquiera el día. Cada cuarto sucumbe con la llegada del obispo Liberando los sentidos. Naturales cadencias infernales en sonoros latidos invernales Y pudiendo siempre ser mejores. Antaño las pequeñas luces habrían tenido más valor Embargando al corazón Podrido de resentimiento y rencor Pero sin escatimar jamás su amor. Cada nota mitiga mi dolor Desaparece el calor Fuego y miedo a tenor de una canción Girando repetidas veces en la misma palangana estúpida, Concordia entre lo inefable y lo impertinente Sigo aquí cual invasor De pasos furtivos alacraneando en las arenas temporales Siempre amarrados a la cueca huracanada de la física cuántica Yace por entera en el suelo esparcida En espacios infinitos Como presentimientos apocalípticos intensamente crípticos En unos pequeños frasquitos llenos de cosas graciosas. Antaño mi curiosa mirada solía perderse en el insondable abismo de pretenciosa vaguedad.
El monte parnaso es el olimpo de los simbolistas No soy iconoclasta ni falso adorador de egolatrías Enamórate de la soleada claridad del día Invierte el tiempo, traspasa generaciones Sumérgete en la torre de marfil, lee, escucha y escribe lo que ves No te calles, lo peor que puedes hacer es silenciarte Tan sólo entra y serás bienvenido en mi torre de marfil No preguntes por mi nombre, ya lo sabrás de antemano Sólo sé tú, sigue tu camino y me encontrarás, si me estás buscando.