Todos en algún momento de nuestras vidas hemos ido por una calle curiosa, de aquellas que en sus intersticios reservan espacios para los vendedores ambulantes, el ciego limosnero que, paradójicamente, no nos vende limones, sino que con su voz potente, grave y honda nos suplica casi evangélicamente por unas monedas, ante lo que a cambio nos ofrece enérgicas y retumbantes canciones, que motivan a que la gente que circunda por los alrededores se aproxime a oír en más de una ocasión, aquellos desarmonizados cantos, que alejan a los pájaros, pero que atraen a los niños y a aquel transeúnte que tenga una cuota adicional de tiempo y que no vaya a un trote incesante rumbo a su rutinario trabajo, tan típico de aquellos que viven pensando en el qué no haría si tuviese otro día a día. Justamente uno de aquellos tipejos particulares, que a menudo piensan en el estrés que les genera un estilo de vivir tan poco dado al esparcimiento y al compartir con otros, salvo en aquellas circunstancias do
El monte parnaso es el olimpo de los simbolistas No soy iconoclasta ni falso adorador de egolatrías Enamórate de la soleada claridad del día Invierte el tiempo, traspasa generaciones Sumérgete en la torre de marfil, lee, escucha y escribe lo que ves No te calles, lo peor que puedes hacer es silenciarte Tan sólo entra y serás bienvenido en mi torre de marfil No preguntes por mi nombre, ya lo sabrás de antemano Sólo sé tú, sigue tu camino y me encontrarás, si me estás buscando.