Como una tarde de brisas otoñales, así declinaba aquel crepuscular día, cientos de recuerdos revoloteaban en mi mente como cándidas mariposas en la frugalidad de la naturaleza, me sentía envolver por los cálidos brazos del viento y sus susurros me rozaban mis cabellos, esparciéndolos arremolinadamente por los confines de aquel silencioso lugar. Estaba sola, sin embargo, aún guardaba en las caricias de mi corazón la figura de aquel hombre alto, robusto, cuyos ojos eran una invitación al regocijo y el placer, encandilándote por sus vívidos colores encantadoramente verdosos y abriéndote las puertas del paraíso como dos ángeles renacentistas tal cual si fuesen adonis a la espera de la llegada de su amada. Inmortalizadas estaban en cada pétalo de mi cuerpo sus manos frescas y suaves, amalgamándose a la textura de mi piel como si fuese una pintura impresionista, penetrando cautelosamente hasta encontrar en la encrucijada de mis labios un suspiro agónico, estertóreo, deliciosamente sono
El monte parnaso es el olimpo de los simbolistas No soy iconoclasta ni falso adorador de egolatrías Enamórate de la soleada claridad del día Invierte el tiempo, traspasa generaciones Sumérgete en la torre de marfil, lee, escucha y escribe lo que ves No te calles, lo peor que puedes hacer es silenciarte Tan sólo entra y serás bienvenido en mi torre de marfil No preguntes por mi nombre, ya lo sabrás de antemano Sólo sé tú, sigue tu camino y me encontrarás, si me estás buscando.