Era un día cotidiano en Santiago de Chile, la gente se levantaba para ir a sus trabajos, daban las 6, 7 y 8 de la madrugada, las personas corrían de un lado hacia otro casi desorbitadas, subían y bajaban escaleras en el metro, se empujaban unas a otras y quedaban finalmente sumergidas en un cansancio general, apretujadas en apenas un metro cuadrado, topándose en ese cubículo con motor que es el metro. Así transcurrían las horas, monótonas rutinas muchas veces, asaltos a la orden del día, continuos gritos, accidentes, explotaciones laborales, sociales y así seguían cada vez más y no paraban, era un circulo vicioso que se prolongaba las 24 horas del día, por los 365 días del año. Sin embargo, la academia, la universidad, eran otra cosa, ahí la vida fluía distendidamente, las horas pasaban más lentas, habían espacios para las conversaciones, estudios y discusiones profundas, se hablaba de política, de cambios sociales, se gestaban ideas innovadoras en torno al conocimiento,
El monte parnaso es el olimpo de los simbolistas No soy iconoclasta ni falso adorador de egolatrías Enamórate de la soleada claridad del día Invierte el tiempo, traspasa generaciones Sumérgete en la torre de marfil, lee, escucha y escribe lo que ves No te calles, lo peor que puedes hacer es silenciarte Tan sólo entra y serás bienvenido en mi torre de marfil No preguntes por mi nombre, ya lo sabrás de antemano Sólo sé tú, sigue tu camino y me encontrarás, si me estás buscando.