El escritor, artífice de la pluma y las palabras, se tiende sobre su desván, en una posición inerte y altiva, en su imaginación fluyen sus pensamientos e ideas a escribir, es la soledad de su cuarto, el silencio acogedor de imágenes perdidas en el ocaso del tiempo, aquellos otros días de sus primeros años de juventud, que saben que sólo permanecerán en su retina y que jamás en su vida se volverán a repetir. Es en ese momento de la noche que recién comenza y que lo desvela hasta altas horas de la madrugada, lo que lo mantiene en pie, meditativo y cavilando cada uno de los movimientos y pasos que dará al siguiente día. Se sabe conocedor de la naturaleza humana, de sus múltiples cambios, de la ignorancia de las gentes y de ser un alma libre en un mundo de autómatas que devienen en la dirección de sus propios pensamientos sin un orden fijo y que por la deriva de aquellas inquietudes, su propia vida se pone en peligro. ¡Oh pensador, poeta de las palabras! Cuán sabio eres al no mirar
El monte parnaso es el olimpo de los simbolistas No soy iconoclasta ni falso adorador de egolatrías Enamórate de la soleada claridad del día Invierte el tiempo, traspasa generaciones Sumérgete en la torre de marfil, lee, escucha y escribe lo que ves No te calles, lo peor que puedes hacer es silenciarte Tan sólo entra y serás bienvenido en mi torre de marfil No preguntes por mi nombre, ya lo sabrás de antemano Sólo sé tú, sigue tu camino y me encontrarás, si me estás buscando.