Sin duda en la vida, en el meollo de los orígenes de la sociedad misma han existido distintas formas de amar. Las más de las veces sin ser conscientes de ello somos conducidos a lo visceral, a esa forma de amar centrada en el egoísmo de querer a otro solo para nosotros. Esa forma de amor es posesión, encapsular a otro, atraerlo hacia ti, asirlo en cuerpo y alma como una esencia desposeída de sus raíces corpóreas para desprenderse etérea en un corpúsculo sin forma. Amar es turbulencia, daño colateral de los vaivenes de una vida plena de sentires. ¿Qué somos, sino pasiones arrebatadas al amor? Nuestro mayor prodigio es ser fatales. Hombres y mujeres hechos a semejanza de una divinidad ignota que presagia sumisión ante la sed de conocimiento. El amor es la mayor fuente de descubrimientos, es el último rescoldo que tenemos en medio de la vorágine de las aguas de una sociedad líquida, camuflada por instituciones que buscan enraizar lo que realmente somos y privándonos del derecho a amar
El monte parnaso es el olimpo de los simbolistas No soy iconoclasta ni falso adorador de egolatrías Enamórate de la soleada claridad del día Invierte el tiempo, traspasa generaciones Sumérgete en la torre de marfil, lee, escucha y escribe lo que ves No te calles, lo peor que puedes hacer es silenciarte Tan sólo entra y serás bienvenido en mi torre de marfil No preguntes por mi nombre, ya lo sabrás de antemano Sólo sé tú, sigue tu camino y me encontrarás, si me estás buscando.