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Mostrando entradas de enero, 2011

Envidia.

Tú que carcomes con cizaña, q ue a los bellos amantes aborreces Ahógate en tu vaho repugnante, c alcínate a fuego lento En pezuñas de cocodrilos palpitantes entierra  tus palabras Devoradora de instantes co mo sanguijuelas vehementes de sangre. Sumérgete en el agua de la Estigia,  Cúbrete tus cabellos serpenteantes Vulgar medusa de horror aberrante, g ritos salvajes de estupor te acallarán Caerás mil veces en las garras de cerbero Hasta el noveno círculo de Dante hundirás tu corazón de hierro.

Cobardía o Corazón prisionero .

Tus ojos dicen lo que tu corazón oculta Susurran tus labios lo que tu boca calla Se eriza tu piel en la compañía de mis manos   Tú, en cambio te petrificas como témpano de hielo Tu amor, sin embargo, son instantes de deseo Fuego ardiente en destellos sonoros Tu cuerpo se aleja, t us sentidos me engañan Pero tu piel me  respira, me toca, piensa y ama Tu espíritu cobarde, contempla la lucha de nuestros cuerpos  Como caballeros medievales se  agazapan  Son saetas del ciego amor por promesas incumplidas  Su destino es el de una rosa bermellón Vivaz, colorida y  apasionada, aprisionada en su propio corazón.

Pienso para existir y existo porque pienso.

  Hoy no es un día reflexivo, ni de filosofías cartesianas, sin embargo, un sentimiento profundo me embarga, no es soledad, aunque puede que algo de ella haya, tal vez en esta ocasión use la escritura para desahogar mis penas, pero que si bien son personales, trascienden hasta tal punto que se convierte en un hondo abatimiento social, en efecto, lo es. Sentir una y mil veces melancolía por la añoranza de tiempos pasados culmina causándote estragos, no obstante, el recuerdo de aquella persona que cambió mi vida, a veces acarrea sentimientos de esperanza. Pero son tres tiempos los que se conjugan y se superponen, el pasado que ya he mencionado, donde viví los mejores encuentros y momentos, que al trasladarlos a un presente, se tornan añoranzas, aunque es en el presente donde se manifiesta el caos, lo que si no se soluciona, desencadenará un porvenir irreconciliable de energías que chocan y se estrellan rompiendo el status quo, aun así pienso que aquella ruptura, que se vuelve

Un delirio de amor de estío y otoño.

Escribiré un poema de tus besos De tus caricias una canción con sabor a pasas al ron Te regalaré una rosa que me sabe a champagne francés Suspiraremos juntos en los lirios de nuestros recuerdos Te besaré mil veces en aquel atardecer de otoño Bajo un crepúsculo surcado por gaviotas al viento Que nos guiarán por caminos de ensueño En retazos de amores platónicos e imágenes apagadas de fuegos fugaces Como vaporosas cenizas de hogueras pasadas Tal azor mudado mi amor por ti me ha desahuciado Sin embargo Aún guardo tu silueta reflejada como espejo en el mar Proyectando sin rumbo tu dulce rostro Trasluciendo tu cuerpo en matices delicados Impregnando de aromas estivales tus rojizos labios de aroma en flor A la espera de un delirio de amor.

Doncella de la luna.

-¿Doncella de la luna?- Se decía a sí misma Odette. Se habían sucedido sólo segundos, pero le parecieron una eternidad. -¿Qué sucede, por qué mi abuela se comporta de aquel modo tan extraño?- Seguía cuestionándose sin dirigir palabra alguna a su interlocutora, hasta que finalmente se decidió a responder naturalmente con una grácil risa que transformó la atmósfera de la habitación en un cálido ambiente. Abuela, a qué se debe aquel apodo, jamás me habías llamado así, al menos no que lo recuerde. -Haz memoria hija mía- la incitó aquella mujer que estaba postrada en la cama. Por más esfuerzo que hizo, no lo logró, pues tenía sus pensamientos mal encauzados, debía rememorar aquello que le pertenecía como recuerdo, que pese a todo, no era completamente suyo.             -No recuerdo ninguna oportunidad en la que me hayas llamado así, abuela.- le reprochaba Odette. No obstante, su abuela insistía, pero esta vez desde una perspectiva diferente. -Mira tu collar hija mía, ¿no notas que alg

Odette, primeras sensaciones.

Habían transcurrido años que se apercibían como décadas, desde aquel desconcertante y maravilloso día, donde Odette descubrió un talento innato, propio de su naturaleza apacible y alicaída, que sin lugar a dudas la predispusieron a desarrollar una sensibilidad aguzada, que comenzó siendo una mera captación de atmósferas. En efecto, la primera vez que se percató de aquella característica tan particular de su ser, fue en una noche de verano en la casa de sus abuelos. Ese día, ella estaba sentada en el balcón, apoyando levemente sus codos en la balaustrada, observando de soslayo la reunión familiar, pues prefería permanecer en su propio mundo, que de por sí era de suma intensidad, en vez de aferrarse a la cotidianidad terrenal. Fue en ese preciso instante cuando una mirada penetrante la envolvió y la abrasó como hoguera candente, sumiéndola en un estado que jamás había sentido, aquella tórrida sensación la rodeó hasta tal punto, provocándole un sopor que la hizo resbalar de costado, p