En primer lugar, antes de adentrarme en la poética de lo femenino y su figuración en la poesía dariana, a través de la revisión de poemas connotados de su obra, hablaré primeramente de su estilo, el que influye no sólo en la forma de captar la esencia de lo femenino, sino que de igual modo en la tradicionalidad, entre otros variados motivos, que estarán plenamente marcados por lo heteróclito de su lenguaje, símbolos y figuras, esa superposición de temas y motivos que iremos apreciando a continuación: “Sin salirnos de los confines estrictamente artísticos, esto es, sin trasvasarnos del todo a consideraciones ampliamente culturales (que son las más argüidas por quienes postulan una prolongada vigencia para esta época en sí), la expresión modernista puede contemplarse como la suma heteróclita de estilos a través de cuya interacción se manifiesta el espíritu vario, confuso y aun contradictorio de toda una época: la del fin de siglo (de este fin de siglo angustioso) […]”.[1]
Por otra parte, cabe referir la trascendencia que cobra el canon neoclásico en su obra, pues revisará algunos mitos y personajes de este período, algunos pertenecientes a la mitología, como lo es, por ejemplo, la imagen de Venus, que iremos contemplando en sus poemas en más de una ocasión. En sí esta interrelación y vínculos con otras tradiciones, nos conlleva a pensar en la búsqueda de un origen común, de una especie de proto-literatura, que ya han ido esbozando los críticos: “El fin que Rubén Darío se propuso fue prácticamente el mismo a que tendieron los últimos neoclásicos y primeros románticos de la época de la independencia: la autonomía poética de la América española como parte del proceso general de libertad continental, lo que significaba establecer un orbe cultural propio que pudiera oponerse al español materno, con una implícita aceptación de la participación de esta nueva literatura en el conglomerado mayor de la civilización europea, que tenía sus raíces en el mundo grecolatino.”[2]
Después de aquel exordio, hablaré específicamente de los poemas donde se aprecia una imagen de lo femenino de manera destacada, partiendo del soneto Venus de Rubén Darío, ante el cual se ha consignado lo siguiente, sobretodo en cuanto al simbolismo presente en la diosa del amor y la pasión: “Venus es símbolo de esperanza y representa la poesía ardiente, es ángel de la libertad, así como genio de la luz según Hugo.”[3] Continuando con el análisis del poema, referiré también lo manifestado por los críticos y las interpretaciones que ellos le han dado a cada una de sus configuraciones en el poema: “El poema Venus de Darío, en el segundo párrafo, describe a Venus con aspecto de mujer bella que espera a su amante. En cambio, en el primer terceto, el poeta confiesa su deseo de liberar su alma del cuerpo, para reencarnar en Venus, con el fin de besar sus labios de fuego y transformarse en materia sideral. En el segundo terceto, el poeta regresa al mundo real, pero Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.”[4]
Si bien hemos referido el aspecto temático-mítico del poema, donde cobraba preeminencia, sin lugar a dudas, Venus, ahora aludiré a sus características métrico-rítmicas, que son igual de relevantes: “Darío es consciente, como en la ciencia esotérica, que la perfección sólo se alcanza con rigor. Con respecto al soneto “Venus”, no dejó ningún comentario, que tanto lo necesitaba, por ser el único poema pentadecasílabo, métricamente el más extenso y ejemplo único en la sonetística dariana. Está formado, según Tomás Navarro Tomás, por un heptasílabo trocaico y un decasílabo dactílico (Métrica española). La estructura es similar a la utilizada en la traducción de la Eneida de Sinibaldo de Mas, recogida en su libro El sistema musical de la lengua castellana (1852), libro que Darío conoció. El soneto “Venus” consta de dos serventesios y dos tercetos, que destacan por ser todos los versos pares acabados en agudo, mientras que los impares son todos esdrújulos.”[5]
Consiguientemente, lo próximo a realizar es el análisis a través de marcas textuales presentes en el poema, en el cual se apreciará de manera más nítida la imagen venusiana y la significación de su presencia, es así que en los primeros versos la figura de Venus como representante de lo divino, de lo áureo, que consuela las penas del poeta con su belleza y resplandor, es por tanto, una representación del planeta Venus, que se convierte en un elemento ornamental del espacio que se describe:
“En la tranquila noche, mis nostalgias amargas sufría.
En busca de quietud bajé al fresco y callado jardín.
En el oscuro cielo Venus bella temblando lucía,
como incrustado en ébano un dorado y divino jazmín.”[6]
En los próximos cuatro versos aparece en su completa magnificencia Venus, vista como una reina de oriente –esto se corresponde con la interconexión e interrelación de tradiciones que se van superponiendo- un retorno al exotismo:
“A mi alma enamorada, una reina oriental parecía,
que esperaba a su amante, bajo el techo de su camarín,
o que, llevada en hombros, la profunda Extensión recorría,
triunfante y luminosa, recostada sobre un palanquín.”[7]
Finalmente, en los postreros cuatro versos del poema se observa la metamorfosis del poeta, donde escapa y renace de su crisálida, la que es símbolo del cuerpo, así su alma va más allá de ella, hasta cierto punto se transmuta, a su vez la utilización de la palabra “sideral” hace referencia a lo espacial, a la imagen de la Venus planetaria-astral, que hace que el vate tenga sensaciones extáticas, las que son bi-semánticas, pues pueden tener una connotación desde la perspectiva sexual y mística, pero incluso es más, hay una sublimación de la primera, que permite alcanzar la segunda a través de la vía extática:
"¡Oh reina rubia!—díjele—, mi alma quiere dejar su crisálida
y volar hacia ti, y tus labios de fuego besar;
y flotar en el nimbo que derrama en tu frente luz pálida,
y en siderales éxtasis no dejarte un momento de amar"
El aire de la noche refrescaba la atmósfera cálida.
Venus, desde el abismo, me miraba con triste mirar.”[8]
Por otro lado, citaré lo que ha interpretado críticamente en relación a la temática del poema, Manuel Barriatúa:
TEMA
“El poema es expresión de la amargura del poeta, el cual interpela a Venus, planeta-estrella en quien personifica sus angustias amorosas. En una suerte de catasterismo inverso, la estrella se torna en amante a la que dirige sus ruegos. El primer cuarteto es casi un remanso que acompasa las nostalgias amargas del poeta: la tranquila noche[...], quietud[...], fresco y callado jardín, todo predispone el alma a esa nostalgia. El desazonado amador busca consuelo en un jardín, espacio típicamente modernista y allí alza sus ojos al oscuro cielo. El segundo cuarteto comienza con la posible causa de toda esa nostalgia amarga: su alma enamorada, alma que imagina a su amada como reina, en situaciones que fácilmente asociamos con la nobleza: en su regio camarín o llevada en hombros triunfante y luminosa, claro contraste con la oscuridad y el silencio que rodeaba al poeta en el primer cuarteto. El cielo es ahora profunda Extensión, se ha sobrepasado esa doméstica tranquilidad del jardín inicial. El alma enamorada busca elevarse para ir al
encuentro de esa Venus reina y promisora.
Empiezan los tercetos con la interpelación directa a la amada, que es rubia, luminosa, de labios de fuego. El poeta espera de esos labios que le trasporten a los siderales éxtasis donde el amor no conoce interrupción. Pero el aire de la noche, en el penúltimo verso, enfría el éxtasis sideral. Y se cierra el poema con una Venus triste que mira desde ese firmamento, que de cielo inicial pasó a profunda Extensión y ahora se ha convertido en abismo. Y lo último que ve el poeta es el triste mirar de su amada distante e inalcanzable.
Su nostalgia amarga no tiene cura.”[9]
Uno de los poemas que secunda al anterior y que procedo a analizar es el poema “de invierno”, recopilado en la obra Azul, donde aparece la representación femenina encarnada en Carolina, que al igual que la figura venusiana, esta vez aparece como una especie de estatuilla ornamental –claro que metafóricamente hablando- donde ella es otro adminículo más dentro del cuadro representado, así se nos configura en los primeros cuatro versos, también se la suele comparar con la flor de lis, símbolo de la belleza pura y a la vez símbolo de la Casa Real de Francia:
“En invernales horas, mirad a Carolina.
Medio apelotonada, descansa en el sillón,
envuelta con su abrigo de marta cibelina
y no lejos del fuego que brilla en el salón.
El fino angora blanco junto a ella se reclina,
rozando con su hocico la falda de Alençón,
no lejos de las jarras de porcelana china
que medio oculta un biombo de seda del Japón.
Con sus sutiles filtros la invade un dulce sueño;
entro, sin hacer ruido; dejo mi abrigo gris;
voy a besar su rostro, rosado y halagüeño
como una rosa roja que fuera flor de lis.
Abre los ojos, mírame con su mirar risueño,
y en tanto cae la nieve del cielo de París.”[10]
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