En primera instancia,
no se puede iniciar este estudio comparativo referido y sustentado en las obras
de Borges y Onetti, El Jardín de senderos que se bifurcan y El Pozo
respectivamente, sin dar cuenta de la problemática inicial que se encuentra en
ambos, ante todo una visión fundada en la existencia y el tiempo, las que están
inexorablemente interrelacionadas, procedo a citar cuál es la concepción que
poseía Borges en relación al tiempo y cómo éste configura a su vez el espacio
en su obra: “Vinculada con estas ideas,
aparece, naturalmente, la concepción cíclica del tiempo, uno de los rasgos más
característicos del pensamiento y la obra de este autor y también uno de sus
pilares fundamentales”,[1] Cabe considerar que el tiempo no lo concibe
tal como lo planteaba Góngora, sino que lo aprecia más bien desde una
perspectiva filosófica, por no decir, estrictamente metafísica, para ello
Borges se basará en un filósofo
trascendental para la historia de la humanidad, me refiero particularmente a
Berkeley: “[…] En estas páginas Borges
cumple lo anunciado en el título. Siguiendo el esquema del idealismo de
Berkeley, niega la realidad de la existencia del tiempo, considerado como una
pura forma mental, sin objetividad fuera de la consciencia del sujeto.
Asimismo, junto con la del tiempo, se refuta la idea del espacio: no existe el
espacio absoluto, el espacio no tiene realidad fuera de la consciencia del
sujeto que observa. Si ser es ser percibido, el tiempo y el espacio –que es una
de las formas del tiempo, según Borges afirma en la “Penúltima versión de la
realidad”, no puede existir más que la mente que los perciba”, es decir, no son
más que puras ilusiones subjetivas”.[2]
Es
interesante, por otro lado, la idea que cobra y en sí misma posee Borges, en
relación al fluir temporal, puesto que él no concibe el tiempo como un
absoluto, sino que como un continuum
de tiempos paralelos, como citaré a continuación, lo que se enmarca dentro de
la concepción de literatura borgiana: “Para
reflejar y aumentar esta idea de irrealidad, Borges utiliza un recurso, sobre
todo en sus cuentos, que ha caracterizado su obra. Se trata de la negación del
tiempo absoluto postulado por la física de Newton, del rechazo de una única
serie de tiempo, proponiendo la existencia de series de tiempos paralelos. Como
afirma el propio Borges en [El tiempo], esta idea nos daría un mundo más vasto,
un mundo mucho más extraño que el actual. La idea de que no hay un tiempo.”[3]
Por
otra parte, los críticos han resaltado la obsesión que tenía Borges en relación
al tiempo y, específicamente el tema de la infinitud asociada a éste,
encuadrada igualmente en la noción de “eternidad”: “[…] Rechaza los conceptos de infinito y eternidad como un error: en
vez de una liberación, la eternidad es una cárcel, porque no tiene salida. Por
otro lado, la idea de infinito es una aberración, una categoría inhumana,
propia de Dios, ante la que Borges sólo puede sentir espanto. Si el tiempo es
una prisión que el autor trata de hacer estallar negándole realidad y
presentando series paralelas de tiempos diversos; si reduce el fluir temporal
al mínimo instante presente, la idea de eternidad es un error que tampoco está
dispuesto a aceptar.”[4]
En
consideración a lo que se plantea en El Jardín de senderos que se bifurcan éste
será visto de una determinada manera, tal es así que puede ser considerado como
una parábola o una adivinanza, atravesada preliminarmente por el tema del
tiempo, será así que en un pasaje textual se dará a conocer la visión de su
antepasado, es decir, Ts Uipèn, quien poseía una forma particular de entender el
tiempo, que citaré a continuación: “A
diferencia de Newton y de Schopenhauer, su antepasado no creía en un tiempo
uniforme, absoluto. […] Esa trama de tiempos que se aproximan, se bifurcan, se
cortan o que secularmente se ignoran, abarca todas las posibilidades. No
existimos en la mayoría de esos tiempos; en algunos existe usted y no yo; en
otros, yo, no usted; en otros, los dos.”[5]
Inclusive
el fluir temporal se entronca y encarna en otros aspectos, tales como la
muerte, es así que logra imbricarse con la vida misma de Borges, pues su obra
en tanto es una exteriorización de él y su vida, es esta última fundamental
para comprender su concepción acerca del tiempo mismo: “Topamos así con la desembocadura del río del tiempo. La muerte.
Desprovista de su carácter aterrador, ésta adquiere un valor particular. Como
señalamos al tratar el tema de la inmortalidad, Borges no quería pervivir
eternamente, deseaba la muerte, pues, según sus propias palabras, no quería ser
Borges por siempre.” Todo lo anterior conlleva a Borges a percibir el mundo
en tanto materia, como una ilusión.
En relación con la obra el Pozo de
Juan Carlos Onetti, aquí de igual modo el tiempo es trascendental, pero ante
todo adquiere una visión basada en la existencia del sujeto, como veremos
consiguientemente, aquí radica aquella consciencia, es decir, el peso mismo del
paso del tiempo, los cuarenta años del protagonista para ser exacto: “Seguí caminando, con pasos cortos, para que
las zapatillas golpearan muchas veces en cada paseo. Debe haber sido entonces
que recordé que mañana cumplo cuarenta años. Nunca me hubiera podido imaginar
así los cuarenta años, solo y entre la mugre, encerrado en la pieza. Pero esto
no me dejó melancólico. Nada más que una sensación de curiosidad por la vida y
un poco de admiración por su habilidad para desconcertar siempre. Ni si quiera
tengo tabaco.”[6] Sin duda alguna se puede
apreciar en este pasaje una negación a la melancolía, estado psicológico y
fisiológico, perteneciente a uno de los cuatro humores del cuerpo, aunque lo
que cobra mayor preeminencia es la visión degradada de la existencia misma,
vale decir, un existencialismo radical, donde el sujeto queda sumergido en un
estado tal que ni si quiera tiene un tabaco, lo que concordando con el hecho
mismo de vivir en la mugre es una imagen representativa de la más absoluta
miseria, por consiguiente, el tiempo se matiza a tal punto que es símbolo de la
soledad y la consciencia de ésta, el ser consciente del peso y paso del tiempo
en el protagonista, es lo que desencadenará el resto de la trama en la presente
obra, será un continúo pesar por lo que se ha convertido en la más honda
desesperanza de su vida.
El tiempo
encarnado en el protagonista del relato, no sólo pesa hacia los cuarenta años
de la vida de éste, sino que inclusive lo remonta a su primera infancia,
haciendo una especie de análisis al respecto, luego lo prolonga hasta sus años
universitarios, su juventud, es decir, es aquí cuando el tiempo en sí mismo se
vuelve existencial, pues abarca toda la vida del sujeto, de esta guisa se nos
presenta en la próxima cita: “Ahora se siente menos calor y puede ser que de noche refresque. Lo
difícil es encontrar el punto de partida. Estoy resuelto a no poner nada de la Infancia. Como niño
era un imbécil: sólo me acuerdo de mí años después, en la estancia o en el
tiempo de la
Universidad. Podría hablar de Gregorio, el ruso que apareció
muerto en el arroyo, de María Rita y el verano en Colonia. Hay miles de cosas y
podría llenar libros.”[7]
La cita
que anexaré a continuación versa sobre la memoria, que a su vez es una forma de
dejar testimonio de lo vivido, para así no quedar relegado en el olvido, de
este modo aquello entroncado con la visión del tiempo, es en sí mismo el
registro de una existencia, que es retomada una y otra vez: “No tengo tabaco, no tengo tabaco. Esto que
escribo son mis memorias. Porque un hombre debe escribir la historia de su vida
al llegar a los cuarenta años, sobre todo si le sucedieron cosas interesantes.
Lo leí no sé dónde.”[8] Luego nos refiere
un acontecimiento de su propia vida, donde refiere a través de marcas
espacio-temporales, las que funcionan como especies de deícticos lo que vivió
en su temprana adolescencia: “Aquello
pasó un 31 de diciembre, cuando vivía en Capurro. No sé si tenía 15 ó 16 años;
sería fácil determinarlo pensando un poco, pero no vale la pena. La edad de Ana
María la sé sin vacilaciones: 18 años. 18 años, porque murió unos meses después
y sigue teniendo esa edad cuando abre por la noche la puerta de la cabaña y
corre sin hacer ruido, a tirarse en la cama de hojas.”
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