Una amistad entrañable,
inmemorial, que trascendió el tiempo y el espacio en las más extrañas
circunstancias. Unos creerán que esta historia es un mito, otros un invento de
ésos que surgen tras alardes de imaginación o hechos inexplicables que escapan
lo cotidiano y para un escéptico, detrás de este relato sí hay explicación. No
obstante, se crea verídico o no, lo cierto es que sí ocurrió, pero de manera
casi imperceptible para el protagonista, que hasta estos días se pregunta qué
lo motivó a escribir semejante historia, sin pies ni cabeza.
Por aquellos tiempos, han
circundado esta tierra muchas lluvias, torrentosos ríos y portentosos cambios y
ciclos, Rafael acostumbraba como cada mañana al despertar a merodear sus
tierras, como un faraón que hace suyo a cada paso que da sus territorios, así
lo hacía, las más de las veces para cuidar a los que consideraba parte de su
familia. Fue en una noche de tormenta y las aguas acrecentadas por los vientos
y su caudal, cuando se vieron por primera vez. Rafael se encontraba a orillas
del río Nilo contemplando la escena, mar arriba y mar abajo. Ahí se encontraba
Samuel, intentando subsistir, salvaguardar su vida ante la crecida del río, que
lo arrastraba cada vez con mayor intensidad, ambos cruzaron miradas, pero no podían
comunicarse, sin embargo, aquello bastó para que Rafael reaccionara, ¿Pero qué
podía hacer un felino en el mar? Pero ágilmente se aproximó a unos maderos que
habían en la orilla, eran restos de
árboles envejecidos y uno a uno los fue arrojando al mar, así lo hizo con
varios que encontró, subiéndose en los más resistentes, hasta que finalmente,
sobrepasando uno por sobre otro, llegó cerca de Samuel y con sus garras y
dientes lo tomó de sus ropas y lo ayudó a subir, así fue que arreciando la
lluvia y las aguas más tranquilas, pudieron llegar a la orilla y pese a sus
extenuadas fuerzas, ahí estaban ambos, a salvo.
Samuel antes de cerrar sus ojos,
miraba a aquel felino que había hecho lo imposible por rescatarlo y propagar su
vida, sin embargo, era demasiado tarde, estaba en el sopor de sus fuerzas y su
cuerpo no logró resistir la intensidad del mar, cayendo en un sopor profundo,
que lo dejó agónico. Veinte días transcurrieron desde aquel día y Rafael cuidó
de Samuel como un fiel amigo, lo arropó con hojas de árboles secas, le llevaba
agua en el interior de frutas, que poco a poco, fueron trayendo desde el más
allá a Samuel, quién ahora estaba más cerca de los vivos, que de los
muertos. Ambos cobijados bajo los
árboles pudieron sobrevivir, día tras noche, donde aquel felino buscó y cazó
los más variados animales acuáticos de aquella marina fauna y se los llevó a su
compañero, quién ya más repuesto, podía alimentarse, hasta que al cabo de un
mes, ya se encontraba con fuerzas para levantarse de su sitio.
Aquel momento fue el inicio de
una amistad de años, Samuel resultó ser uno de los propietarios mayores de
aquellas tierras, que había sido buscado prolijamente en sus territorios, sin
dar con él, hasta que un esclavo, había sido encomendado a buscarlo por el extremo
más alejado del Nilo y ahí encontró a Samuel, repuesto y acompañado de un
felino de proporciones similares a las de un león. Su historia, aquel relato
prodigioso quedó estampado en los jeroglíficos de las pirámides de Egypto y así
perdura hasta nuestros días. Del montaraz lince y su amo que vivió por largos
setenta años y que juntos enterrados en uno de los sarcófagos más eminentes,
habían trascendido la muerte.
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