La costumbre de las horas, el pasar del tiempo infatigable se hace uno con el acto cotidiano de vivir. Hubo una época en la que ellos se amaron sin mediar razones, ni compromisos; solo sentimientos. Pero ese tiempo se había desvanecido como viento sobre las olas.
Él ahora acomodaba su almohada en una acción tantas veces repetidas, que su lado de la cama conservaba intacta su figura. Hubo una vez -aunque pareciese en extremo lejano para las circunstancias actuales- en que él también lo amó. Sin embargo, sabían de antemano que aquello duraría solo la apariencia de una frágil necesidad afectiva.
En efecto, ¿Qué es el amor, sino una caricia bajo las sábanas? Aunque en ese entonces él desconocía a ciencia cierta que la visión que tenemos sobre nuestra propia existencia, más aun de nosotros mismos tampoco es ajena al peso marcial del tiempo. Se trata de cómo sobrellevamos una vida en ausencia de soledades y verdades autoimpuestas. Pero no siempre fue así; hubo entonces un pensamiento más etéreo, cuya pregunta con cierto cariz de inocencia y un deje de nostalgia era otra, ¿Qué es el amor, sino una caricia al alma?
Era un sábado nublado de abril, cuyo anochecer frío de otoño arreciaba la piel. En ese instante en que sus ojos se encontraron en el parque supieron que sus cuerpos no solo se deseaban, sino que estaban hechos el uno para el otro. Dos almas solitarias dispuestas a amarse y corresponderse sin exigencias, ni explicaciones. Eran dos errantes que se encontraron sin previo aviso, dispuestos a entregarse al amor.
Era un sábado nublado de abril, cuyo anochecer frío de otoño arreciaba la piel. En ese instante en que sus ojos se encontraron en el parque supieron que sus cuerpos no solo se deseaban, sino que estaban hechos el uno para el otro. Dos almas solitarias dispuestas a amarse y corresponderse sin exigencias, ni explicaciones. Eran dos errantes que se encontraron sin previo aviso, dispuestos a entregarse al amor.
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