En el presente informe de lectura se abordará el texto
crítico “Introducción al análisis estructural de los relatos”, escrito por el
lingüista, semiólogo y crítico literario, Roland Barthes, publicado en 1966 en
la revista Communications número 8;
revista donde confluyeron las principales ideas del movimiento estructuralista de
la época, aunque en términos barthesianos tal como señala en su ensayo homónimo
publicado en Essais critiques por vez primera en 1964, hablaríamos más bien de
una actividad estructuralista, en la cual se enmarca el autor en su segunda
etapa correspondiente a la década del 60: “El objetivo de toda actividad
estructuralista, tanto si es reflexiva como poética, es reconstruir un
"objeto", de modo que en esta reconstrucción se manifiesten las
reglas de funcionamiento (las "funciones") de este objeto” (Barthes, Ensayos
críticos 295).
Cabe señalar que el autor se dedicará a la tarea de
demarcar la estructura del relato o un modelo que le sea común, encontrándose y
desenmarañando problemáticas sobre la pertinencia de un análisis deductivo o
inductivo, que dada la amplia variedad de relatos existentes en diversos
medios, soportes y géneros; en sus palabras, constituiría una utopía continuar
analizándolo como se había venido haciendo hasta entonces, desde una lógica
inductiva. En la misma línea se verá igualmente enfrentado como Saussure en su
curso de lingüística general, publicado póstumamente por sus estudiantes en
1916 ante lo heteróclito del lenguaje, dar a primera vista una delimitación del
relato, pues como objeto de estudio es transversal a diversas disciplinas:
“Ante la infinidad de relatos, la multiplicidad de puntos de vista desde los
que se puede hablar de ellos (histórico, psicológico, sociológico, etnológico,
estético, etc.)” (Barthes, Introducción al análisis 66).
Dado lo anterior, la tesis que motivará el texto de
Barthes es la comprensión del relato desde un punto de vista deductivo, es
decir, desde una visión más general e hipotética hacia la variedad de ejemplos
a los cuales se pueden adscribir la estructura de los relatos “Para describir y
clasificar la infinidad de relatos, se necesita, pues, una «teoría» … y es en
buscarla, en esbozarla en lo que hay que trabajar primero” (Barthes,
Introducción al análisis 67); tal como lo había venido haciendo la lingüística
en el último tiempo “prudentemente se ha hecho deductiva y es, por lo demás, a
partir de ese momento que se ha constituido verdaderamente y ha progresado a
pasos de gigante” (Barthes, Introducción al análisis 66). Del mismo modo en que
anteriormente Roman Jakobson en su conferencia “Lingüística y poética”, dictada
en 1958 en la Universidad de Indiana en un Congreso acerca del estilo y el
lenguaje, publicada en 1960, ya había establecido precedentes en cómo esta rama
del saber permite establecer y estudiar funciones específicas del lenguaje
literario. Así Barthes, desenmarcándose, por lo tanto, de los análisis
inductivos que le precedieron, señalará tres conceptos claves; a saber:
El relato se burla de la buena y de
la mala literatura: internacional, transhistórico, transcultural, el relato
está allí, como la vida. Una tal universalidad del relato, ¿debe hacernos
concluir que es algo insignificante? ¿Es tan general que no tenemos nada que
decir de él, sino describir modestamente algunas de sus variedades, muy
particulares, como lo hace a veces la historia literaria? (Barthes, Introducción
al análisis 65).
La pregunta formulada por Roland Barthes es más bien
de carácter retórico-discursivo para plantearnos por oposición la necesidad
imperiosa de estudiarlo desde un punto de vista estructural, pues no al azar el
estructuralismo lo tomará como uno de sus ejes articuladores. Por ende, como tal, más allá de su carácter
universal como se observa en los ejemplos que plantea, es pertinente teorizar
sobre él y, de esta manera a través de un proceso de simulacro, descomposición
y recomposición se podrá encontrar la estructura del relato:
El relato … está presente en el mito,
la leyenda, la fábula, el cuento, la novela, la epopeya, la historia, la
tragedia, el drama, la comedia, la pantomima, el cuadro pintado (piénsese en la
Santa Úrsula de Carpaccio), el vitral, el cine, las tiras cómicas, las noticias
policiales, la conversación. Además, en estas formas casi infinitas, el relato
está presente en todos los tiempos, en todos los lugares, en todas las
sociedades; el relato comienza con la historia misma de la humanidad; no hay ni
ha habido jamás en parte alguna un pueblo sin relatos (Barthes, Introducción al
análisis 65).
Otro de los planteamientos claves de Barthes es que
observa en el sistema del relato una serie de reglas y principios de los cuales
no se pueden prescindir y que constituye parte fundamental de la constitución
de una estructura del relato “… hay un abismo entre lo aleatorio más complejo y
la combinatoria más simple, y nadie puede combinar (producir) un relato, sin
referirse a un sistema implícito de unidades y de reglas “(Barthes, Introducción
al análisis 66).
Continuando con su línea argumental, Barthes nos
propondrá algunas distinciones y conceptos claves para sus análisis de la obra
narrativa o más bien del relato narrativo, basándose en los principales
teóricos del momento, lo que da cuenta no solo de una apropiación conceptual de
sus planteamientos, sino que logra a su vez una articulación coherente dentro
de su propio análisis estructural del relato:
Proponemos distinguir en la obra
narrativa tres niveles de descripción: el nivel de las funciones (en el sentido
que esta palabra tiene en Propp y en Bremond), el nivel de las acciones (en el
sentido que esta palabra tiene en Greimas cuando habla de los personajes como
actantes) y el nivel de la narración (que es, grosso modo, el nivel del
«discurso» en Todorov). Recordemos que estos tres niveles están ligados entre
sí según una integración progresiva: una función sólo tiene sentido si se ubica
en la acción general de un actante; y esta acción misma recibe su sentido
último del hecho de que es narrada, confiada a un discurso que es su propio
código (Barthes, Introducción al análisis 71 – 72).
Posteriormente como es propio de la actividad
estructuralista, definirá las unidades mínimas del sistema narrativo, a partir
de las cuales podrá operar la estructura, es en ese sentido que formula lo
siguiente:
Según la perspectiva integradora que
ha sido definida aquí, el análisis no puede contentarse con una definición
puramente distribucional de las unidades: es necesario que el sentido sea desde
el primer momento el criterio de la unidad: es el carácter funcional de ciertos
segmentos de la historia que hace de ellos unidades: de allí el nombre de
«funciones» que inmediatamente se le ha dado a estas primeras unidades. (Barthes,
Introducción al análisis 72).
A partir de lo anterior se desprende que todo en el
relato es funcional, ante lo que no habrá nada al azar o que no sea notable o
forme parte constitutiva del todo, aportando un sentido significativo: “hay sin
duda muchos tipos de funciones, pues hay muchos tipos de correlaciones, lo que
no significa que un relato deje jamás de estar compuesto de funciones: todo, en
diverso grado, significa algo en él” (Barthes, Introducción al análisis 73).
En la
medida que progresa el análisis estructuralista del relato barthesiano, irá
definiendo y delimitando con mayor exactitud sus categorías, distinguiendo así
dos grandes clases de unidades, las unas distribucionales con correlato en un
mismo nivel de significación, tal es el caso de las funciones (Propp, Bremond)
y las otras integradoras, como los indicios, cuyo correlato está en un nivel de
significación diferente, semánticas propiamente tal, pues remiten a un
significado (relato metafórico vinculado a las acciones de los personajes o la
narración) y no a una operación como en el caso de las funciones (relato
metonímico):
… Funciones e Indicios, deberían
permitir ya una cierta clasificación de los relatos. Algunos relatos son
marcadamente funcionales (como los cuentos populares) y, por el contrario,
otros son marcadamente «indiciales» (como las novelas «psicológicas»); entre
estos dos polos se da toda una serie de formas intermedias, tributarias de la
historia, de la sociedad, del género. Pero esto no es todo: dentro de cada una
de estas dos grandes clases es posible determinar inmediatamente dos subclases
de unidades narrativas (Barthes, Introducción al análisis 76).
En línea con lo anterior, Barthes hace alusión al
desglose de la categoría de las funciones en funciones cardinales que cumplen
un rol de nudo del relato y, por otro a las catálisis, ya que son más bien
subisidiarias o complementadoras, ya que son más bien detalles menores que si
bien cumplen una función, esta se caracteriza por enlazar dos núcleos centrales
de la historia, cuyas funciones, por ejemplo, aceleran, retardan, anticipan o
resumen el discurso, pero que no son posibles de suprimir sin que alteren el
sistema. En este sentido, según su grado de importancia, así como sus
consecuencias para el relato, el autor, las refiere como:
Para que una función sea cardinal,
basta que la acción a la que se refiere abra (o mantenga o cierre) una
alternativa consecuente para la continuación de la historia, en una palabra,
que inaugure o concluya una incertidumbre … En cambio, entre dos funciones
cardinales, siempre es posible disponer notaciones subsidiarias que se
aglomeran alrededor de un núcleo o del otro sin modificar su naturaleza
alternativa … Estas catálisis siguen siendo funcionales, en la medida en que
entran en correlación con un núcleo, pero su funcionalidad es atenuada,
unilateral, parásita: es porque se trata aquí de una funcionalidad, puramente
cronológica (se describe lo que separa dos momentos de la historia), mientras
que en el lazo que une dos funciones cardinales opera una funcionalidad doble,
a la vez cronológica y lógica: las catálisis no son unidades consecutivas, las
funciones cardinales son a la vez consecutivas y consecuentes (Barthes,
Introducción al análisis 76 - 77).
Respecto a la categoría integradora de los indicios
como bien se refirió anteriormente, solo se completan a nivel de los personajes
o de la narración a través de los significados implícitos de la primera y la
ausencia de éstos en la segunda: “es posible distinguir indicios propiamente
dichos, que remiten a un carácter, a un sentimiento, a una atmósfera (por
ejemplo de sospecha), a una filosofía, e informaciones, que sirven para
identificar, para situar en el tiempo y en el espacio” (Barthes, Introducción
al análisis 78).
Desde otra perspectiva, resulta igualmente relevante
cómo Barthes considera a su vez el rol del lector en el relato -este último en
tanto objeto de análisis en el proceso de la comunicación narrativa-,
anticipándose en cierto modo a lo que posteriormente será la teoría de la
recepción y la función clave del lector en tanto receptor, pero particularmente
lo equiparará desde un análisis estructuralista en tanto dador y destinatario
del relato “De hecho, el problema no consiste en analizar introspectivamente
los motivos del narrador ni los efectos que la narración produce sobre el
lector; sino en describir el código a través del cual se otorga significado al
narrador y al lector a lo largo del relato mismo “ (Barthes, Introducción al
análisis 89). Dado lo anterior la problemática presente en el artículo
analizado, se decanta por el emisor/autor continuando con los postulados de
Jakobson, ya que en cuanto observa un signo del lector, será próximo a la
función conativa de la comunicación planteada por dicho teórico “Dado que
carecemos de inventario, dejaremos por ahora de lado los signos de la recepción
(aunque son igualmente importantes), para decir una palabra acerca de los
signos de la narración” (Barthes, Introducción al análisis 90).
Finalmente, el análisis concatena una serie de
elementos constitutivos del relato, culminando en el nivel narracional, que en
palabras de Barthes se constituye por los signos de la narratividad en base
como hemos visto en funciones y acciones que se articulan entre dador y
destinatario, permaneciendo así la lógica del sistema en su carácter inmanente,
sin perjuicio de ir más allá del objeto de estudio de este análisis que es el
relato, cuya frontera será el discurso; fronteras similares a las que ya ha
enfrentado la lingüística – ciencia detrás de este análisis-:
La narración no puede, en efecto,
recibir su sentido sino del mundo que la utiliza: más allá del nivel
«narracional» comienza el mundo, es decir, otros sistemas (sociales,
económicos, ideológicos), cuyos términos ya no son sólo los relatos, sino
elementos de otra sustancia (hechos históricos, determinaciones,
comportamientos, etc.) (Barthes, Introducción al análisis 94).
Para concluir, frente a la tesis enunciada por Barthes
donde refiere la pertinencia de un análisis estructuralista deductivo, “… se ve
obligado a concebir primero un modelo hipotético de descripción (que los
lingüistas americanos llaman una «teoría»), y descender luego poco a poco, a
partir de este modelo, hasta las especies que a la vez participan y se separan
de él …” (Barthes, Introducción al análisis 67); queda demostrado en la
inmanencia de su teoría que la actividad estructuralista nos permite una
aproximación más utilitaria y didáctica para la comprensión del relato, sin
embargo, más allá del sistema y de las fronteras del discurso se confunde con
otras semióticas y disciplinas que harían perder de vista el objeto de estudio
del relato, lo que constituye una limitante en tanto se vuelve necesario
precisar otros futuros análisis que den cuenta de los límites de esas fronteras
y campos del saber.
No obstante lo anterior, resultan plausibles las
interrogantes planteadas por Roland Barthes, pues nos abren múltiples
posibilidades de análisis en las aristas que circunscriben al relato en tanto
objeto de estudio, como lo son las funciones del narrador, los personajes, la
trama, tiempo y acciones. En ese sentido, las preguntas del autor sobre las
funciones logra aclarar la incertidumbre, brindando coherencia a cada sistema
que constituye un relato, pues es una estructura orgánica, inmanente que guarda
coherencia desde sus unidades mínimas hasta aquellas que su análisis ha
definido como niveles mayores, tal es el caso del nivel narracional.
Para finalizar, sin lugar a dudas se destaca el
carácter didáctico y ejemplificador del análisis estructural del relato
barthesiano que a través de sus reglas, que jamás eluden la inmanencia del
relato, la creación de un metalenguaje que permita dar coherencia y cohesión a
sus estructuras, basado en la ciencia del lenguaje – lingüística-, respaldado
por los teóricos estructuralistas de la época e inclusive aproximándose y dando
indicios de otras sustancias posibles de ser analizadas, que a posteriori recogerá
la teoría de la recepción como lo es el rol del receptor-lector frente al
relato, pese a que por su visión del momento, solo esbozó. Todo lo anterior,
sin perder de vista los principios del análisis estructural (economía en la
explicación, unidad de solución, posibilidad de reconstruir el conjunto a
partir del fragmento -a través del relato como objeto que es descompuesto y
recompuesto, cuya estructura es simulacro del objeto- y de prever los desarrollos ulteriores a
partir de los datos actuales para lograr finalmente un objeto inteligible, es
decir, el relato como una totalidad autónoma, estructurada y autosuficiente;
nos permiten anticipar los innumerables aportes de su obra.
Lista de trabajos citados.
Barthes, Roland Ensayos críticos. Trad. Carlos Pujol.
Buenos Aires: Seix Barral, 2003.
Barthes, Roland: “Introducción al análisis estructural
de los relatos” En Barthes, Roland La aventura semiológica. Barcelona: Paidós,
2009. 215-266.
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