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Somos seres condenados al amor.

Innúmeras veces nos preguntamos a lo largo de nuestra efímera existencia, ¿qué es el amor? Buscamos vivirlo, sentirlo, apreciarlo, verlo en los detalles y en la mirada del otro. Pareciera ser que el amor es circunstancial a nuestro estado de ánimo, pues hay momentos y días que nos sentimos más amados y a su vez dispuestos a amar a otros. Pero ante todo la primera persona a quién debemos aprender a amar es a nosotros mismos, nuestros propios aciertos y desaciertos, nuestra personalidad, ya que como siempre he sostenido – la única persona que estará toda la vida con nosotros, somos nosotros mismos-. Como tal, no hay más remedio en esta vida que aprender a convivir con nuestra esencia, con nuestra soledad y si bien las más de las veces procuraremos vivir una soledad acompañada junto a aquellos que satisfagan nuestros intereses y tiempo compartido, sean amigos, familia o pareja; no cabe duda que el camino final nos conduce una vez más a nuestra búsqueda interior.

Desconozco si es la clave de la vida, sin embargo, tengo la claridad que las respuestas no están externas a nosotros, sino que en nuestro mundo interior. Creemos que la felicidad se alcanza con actos grandiosos en la vida, pero en realidad, para ser felices solo basta saber escuchar nuestra voz interior. Aprender a amar nuestros silencios, nuestras risas y pensar como si fluyéramos como un solo arpegio sonoro en el caudal de la vida. La vida misma es poesía, es una invitación a vivir la experiencia de estar en el lenguaje y amar más allá de los límites impuestos. Tal vez por eso el amor sea tan inaprensible, puesto que lo limita el lenguaje, cuyas definiciones, significaciones no alcanzarán a clarificar la diversidad de sentimientos que vive quién ama y es amado, así como expresar aquel estado que solo quiénes han alcanzado, aunque sea un ápice o pequeña aproximación, han llamado felicidad. Partamos, por tanto, que el amor es un estado, que cuando se alcanza -solo en libertad- nos aproxima a la felicidad. En consecuencia la felicidad no es más que aprender a amar, en primer a lugar a nosotros mismos y luego a aquellos seres u objetos que nos produzcan o induzcan a un  estado de éxtasis – si bien momentáneo- lo suficientemente potente como para anhelar volver a amar una vez más. Por ello, una vez que hemos amado, estaremos condenados a la inevitable búsqueda de querer amar y ser amados una vez más; siendo así sujetos plenos en felicidad.

 

José Patricio Chamorro, Copiapó, 18 de febrero 2023.

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