El presente
ensayo busca dar cuenta de reflexiones en torno al rol docente desde variadas
aristas, entre ellas el rol del docente en el aula, las características de un
docente efectivo, las funciones de un docente en la educación superior y,
finalmente cómo los docentes podemos ejercer liderazgos con nuestros
estudiantes.
En primer lugar, respecto a la
interrogante sobre el rol que juega el docente en aula, cabe referir que es
clave para el desarrollo de aprendizajes significativos en los estudiantes. Tal
como lo plantea Ausubel, dicho proceso entiende a la relación de nuevos
conocimientos con los previos del estudiante, como:
Son relacionados de
modo no arbitrario y sustancial (no al pie de la letra) con lo que el alumno ya
sabe. Por relación sustancial y no arbitraria se debe entender que las ideas se
relacionan con algún aspecto existente específicamente relevante de la
estructura cognoscitiva del alumno, como una imagen, un símbolo ya significativo,
un concepto o una proposición (Molina, 2). En este aspecto es de suma
relevancia que el docente conozca a sus estudiantes, sus intereses y
realidades, para que el aprendizaje se produzca de manera más eficaz y
consciente.
No obstante, en la educación de adultos o
andragogía, el docente cumple un rol más bien de facilitador del conocimiento,
respondiendo al qué educar. Al respecto y en relación con los supuestos de la
educación para adultos planteados por Lindeman, a saber:
i. Los adultos se
motivan a aprender cuando experimentan necesidades e intereses que el
aprendizaje satisfará. ii. La orientación de los aprendices hacia el
aprendizaje se centra en la vida. iii. La experiencia es el recurso más rico
para el aprendizaje de los adultos. iv. Los adultos tienen una profunda
necesidad de autodirigirse. v. Las diferencias individuales entre la gente se
incrementan con la edad (Castillo, 2018, 65).
En otras palabras, como docentes debemos
generar instancias de aprendizaje que consideren los intereses de los
estudiantes, sus experiencias de vida, validando sus propios conocimientos
adquiridos a lo largo de la vida y retrotrayéndolos al aprendizaje en aula;
brindar espacios de autoliderazgo y autonomía en la búsqueda del conocimiento, atendiendo
a sus propias características individuales, utilizando metodologías como el
aprendizaje basado en problemas y el uso de metodologías activo-participativas.
Lo anterior también se enlaza con la
visión acerca de las principales funciones que debiese tener un docente en la
educación superior. En la misma línea, en el texto Andragogía, andragogos y sus
aportaciones, se refiere:
El Dr. Adam,
consideró con base en las características de los adultos que en la Andragogía
no podría existir el proceso de Enseñanza-Aprendizaje (PEA) que es un proceso
dirigido por el pedagogo, en cambio, debiese entonces existir un proceso de
Orientación Aprendizaje (POA), para que el adulto construyese su aprendizaje y
el facilitador, dentro de sus funciones sustantivas atendiese y orientase al o
a los participantes de tal manera que puedan asegurar sus aprendizajes (Castillo,
2018, 68).
Es por ello por lo que en su función de
facilitador el docente debe conducir y orientar los aprendizajes de los participantes.
En sintonía con lo señalado, se posibilitan diversos liderazgos en el aula,
sobre todo de talante más democrático, comprendiendo que, frente a una misma
problemática, pueden existir múltiples puntos de vista; no así de carácter
verticalista como era el enfoque tradicional, siendo así los propios
estudiantes agentes propositivos, tanto como participativos, generando
autoliderazgos que motiven su autorrealización.
En síntesis, a partir de los fundamentos
mencionados, un docente efectivo debiese caracterizarse esencialmente por
diversificar y democratizar sus estrategias de enseñanza e instancias de
aprendizaje con los participantes e igualmente, generar nuevos procesos de
evaluación donde la mayor responsabilidad recaiga ya no en el docente, sino que
en el estudiante:
según la
Andragogía, el participante es el principal experto de su aprendizaje, por lo
que es necesario que la responsabilidad de la evaluación no recaiga en el
facilitador como sucedería en el proceso pedagógico, entonces, es necesario que
exista un proceso de autoevaluación, coevaluación y la evaluación
unidireccional del andragogo, siendo que en los dos primeros recaiga el mayor
porcentaje de la evaluación (Castillo, 2018, 69).
Sin ir más lejos, el Dr. Manuel Castro
Pereira reconoce que un andragogo efectivo es aquel que posee las siguientes
cualidades:
i. Saber
disciplinar. Especialista en los tópicos a tratar en el curso. ii. Saber
Educativo. Conocedor de las teorías de aprendizaje y de su implementación. iii.
Saber Didáctico. Estratega de aprendizajes bajo la teoría seleccionada que
promueva eficazmente el aprendizaje de sus participantes adultos a través de su
corresponsabilidad en el curso. iv. Ser. Profesional de la educación con el
grado de madurez propio de una persona que independientemente de la edad que
posea es pertinente al rol y carga axiológica inherente dentro y fuera de su
quehacer docente (Castillo, 2018, 70). En suma, ser experto en su disciplina, estrategias
didácticas, actualización teórica permanente y con un desarrollo personal que
le permite actuar con madurez no solo en el ámbito profesional.
Bibliografía.
Castillo Silva, F. (2018). Andragogía,
andragogos y sus aportaciones. Voces De La Educación, 3(6), 64-76.
Molina Lubia. Teoría del
aprendizaje significativo de Ausubel, David (1983). Fascículos de CEIF, 1
(1-10).
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