Como una tarde de brisas otoñales, así declinaba aquel crepuscular día, cientos de recuerdos revoloteaban en mi mente como cándidas mariposas en la frugalidad de la naturaleza, me sentía envolver por los cálidos brazos del viento y sus susurros me rozaban mis cabellos, esparciéndolos arremolinadamente por los confines de aquel silencioso lugar. Estaba sola, sin embargo, aún guardaba en las caricias de mi corazón la figura de aquel hombre alto, robusto, cuyos ojos eran una invitación al regocijo y el placer, encandilándote por sus vívidos colores encantadoramente verdosos y abriéndote las puertas del paraíso como dos ángeles renacentistas tal cual si fuesen adonis a la espera de la llegada de su amada.
Inmortalizadas estaban en cada pétalo de mi cuerpo sus manos frescas y suaves, amalgamándose a la textura de mi piel como si fuese una pintura impresionista, penetrando cautelosamente hasta encontrar en la encrucijada de mis labios un suspiro agónico, estertóreo, deliciosamente sonoro. Anhelaba su presencia parsimoniosa y cálido vigor, no obstante, se hallaba lejos y en aquel entonces habíamos decidido nuestra separación por la efímera eternidad del tiempo. Lo amaba, lo amo y siempre lo amaré, pero él desaparecía de mi vida tal cual llegó, como un ave canora sutilmente tronadora. Siempre me preguntaba cómo aquel hombre fornido cuya voz grave hacía retumbar la tierra podía albergar aquellos sentimientos tan apasionados, pero a su vez capaces de traspasar cielo, mar y tierra, recorriendo cada manantial, desierto y selva buscando hasta el delirio un amor natural, enajenado de los placeres mundanos y que aquella elegida pudiese compartir sus sentimientos libremente sin las trabas de una sociedad aprisionadora y obstructora de la verdadera belleza de la vida, aquella que sólo ha sido conocida por aquellos que se han atrevido a embarcarse por caminos inusitados y desconocidos, sin temor a lo que allí encuentren, mas con la sola ansia de llevar a cabo tan desaforado y libertario amor.
Pero mi corazón no se atrevió a compartir la vida con aquel hombre, capaz de entregar todo de sí por la felicidad de su amada y la suya, él me amaba incluso con la intensidad de un amor verdadero, pero inconsistente para mí. Él amaba la belleza de la vida, entendía el romance como el idilio de un placer e incluso amaba al amor, en suma era un filósofo, no obstante, no me sentía preparada para vivir un amor así, él a través de sus viajes y libros había encontrado la razón y el principio de un amor único e irrepetible, demasiado perfecto para mí. Necesité un minuto para respirar profundamente, empalagarme de los perfumados aromas de la vida, para negarme a su proposición de comenzar una nueva vida juntos.
Aún hoy tras una nostálgica década de nuestra separación, me siento sometida ante el cautiverio de la memoria, sé que nunca más lo volveré a ver, sin embargo, aquellas horas continuas y solitarias que paso observando las diáfanas oscilaciones del mar durante días repletos de acongojante añoranza y las marejadas noctámbulas que perfilan el claroscuro atardecer me brindan esperanzas de una juventud perdida, ya que en cualquier lugar que él se encuentre tal cual la promesa que hicimos, él está pensando en mí, mientras yo vuelvo a las oraciones habituales del monasterio, cuya vista al mar me atrae nuevamente sus recuerdos.
jose :
ResponderEliminarMe parece bien la trama de la historia , se evidencia un orden cronológico a modo de tiempo narrativo. Sin embargo considero que el texto es demasiado descriptivo, lo que al final confunde y resulta muy difícil de leer. Trata de no adornar tanto las palabras.
Atte. Isabella
ja, ja! Excelente apreciación, muchísimas gracias,la tendré en cuenta a la hora de escribir, es que respecto a la descripción, quizás pasa por un tema que más bien está dado por el hecho que me gusta fijarme en los detalles y en ese sentido, lo complemento en el texto a partir de alusiones a colores, sensaciones, descripciones espaciales y físicas, además de psicológicas. ^^
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