El mundo transita como almas desoladas a la espera del juicio final, no saben qué esperar, desconocen sus próximos pasos, permanecen en la incertidumbre constante de aquellos que han perdido el rumbo de sus vidas, compran y consumen hedonistamente, corren automatizados de un lado hacia otro, prorrumpen atronadoramente en las vidas de aquellos que la televisión ha mediatizado, aparecen nuevos términos modernos y capitalistas, pero ¿dónde ha quedado el esplendor y el afán del progreso? Vilmente fracasaron las ilusiones positivistas.
Vivimos en una aldea global y esto suena paradójico, pues se confunden los cimientos y principios de un grupo humano cuyas raíces culturales que debiesen generar cohesión social es precisamente lo que nos desune, hemos perdido la noción y el conocimiento de nuestras tradiciones, aunque quizás éstas jamás han existido, ya que depende de qué entendamos por tradición, ¿puesto de qué sirve conocer nuestro legado cultural si no lo transmitimos, si no lo vivenciamos día a día? Justamente este término alude a la transmisión no sólo de conocimientos, sino también de relatos, historias, vidas de otros y nos/otros, los que nos ayudan a comprender cómo hemos evolucionado, cómo ha cambiado nuestra sociedad, nuestros pareceres y la esencia de cada individuo que la ha constituido.
Si bien vivimos en una sociedad que como todo grupo humano se adapta y sufre metamorfosis continuas, es preciso adentrarnos en el corazón de ella para comprender cómo funciona. Quizás aquello al principio radicaría en un análisis sociológico, sin embargo, en toda relación y más aún, cuando éstas son interpersonales, subyace la estructura mental de cada sujeto, lo que devendría en una perspectiva relativa al orden psicológico, no obstante, si bien el ser humano es hasta ciertos puntos capaz de ser sometido a patrones de conducta, vale decir, concluir rasgos comunes y supraindividuales basados en la confluencia de comportamientos relativos a más de un individuo y que a su vez se presente en éstos como similitud característica, éste no es del todo determinable y es aquí donde se concuerda con una de los caracteres básicos y fundamentales del ser humano, en que éste es heteróclito. Cuando empleo aquella definición, concuerdo con uno de los postulados más representativos de F. de Saussure, aquel padre de la lingüística moderna, quien definió que el lenguaje es heteróclito y multiforme y, por consiguiente, no puede manifestarse como objeto de estudio de la lingüística, por ello al establecer una analogía, se podría concluir que el ser humano es un animal de lenguaje, ello me conlleva a pensar en el gran biólogo Humberto Maturana, quien formuló que el desarrollo del linaje homínido se vio favorecido por la presencia de dos rasgos trascendentales, que él denomina como lenguajear y emocionar, es decir, el acto de estar en los hechos del lenguaje y de las emociones, respectivamente.
Por otra parte, especificaré cómo prosigo la secuencia que me conduce a establecer la analogía de lo propugnado por Saussure respecto al lenguaje y cómo a partir de éste se puede lograr una mayor comprensión de la sociedad. En primera instancia como también mencionó Saussure en su tiempo, “el punto de vista define al objeto”, justamente al plantearnos y replantearnos que el ser humano es un ente heteróclito, se asume desde esta óptica, que éste no puede ser estudiado y comprendido a cabalidad debido a su irregularidad de comportamiento, la que varía de un lapsus a otro, de un segundo o centésimas de éste a otras.
Lo precedente se comprueba a través de la influencia que ejercen las emociones y cómo éstas nos hacen adoptar determinados modos de conducta, que nos pueden cambiar la vida en un instante, ocasionando consecuencias positivas o negativas, lo que como se sabe depende de las circunstancias y de la percepción del receptor, ello coincide con el desarrollo y evolución humana según la visión de Maturana. Pero a su vez, permite concluir que el ser humano no puede analizarse simple y llanamente, ya que aquello posiblemente determinado como patrón corresponde a una ideología particular, a un canon y perspectiva histórica e individual, confluyendo múltiples factores, que finalmente desembocan en arbitrariedades o subjetividades.
Finalmente se concluye que analizar al ser humano en base a sus modelos de conducta es utópico, ya que la esencia de lo humano radica en lo heteróclito y multiforme, de allí que el lenguaje sea aquel rasgo distintivo de la especie. Por otro lado, más allá de los rasgos comunes o patrones entre los diversos individuos pertenecientes a cada sociedad, éstos tampoco pueden funcionar como objetos de estudio, puesto que lo que se determina como patrón, es una mera coincidencia social, ideológica, política, genética, cultural y así una infinidad de rasgos más, que coinciden a raíz de un modelo compartido e incluso se podría hablar de un paradigma a seguir.
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