Mucho se ha dicho sobre la memoria y quizás no habría más que decir, sin embargo, un tema no se agota en sí mismo, sino porque muere en el olvido, por ello de vez en cuando una reflexión le hace bien a nuestro espíritu. Reconozco que no soy un experto en esta temática, no obstante, procuraré otorgarle una mirada y perspectiva, si es que no renovada, al menos con tono reflexivo, a la que para algunos es causa de nefastas incongruencias en su vida y para otros, un deleite continuo. Pues bien, al pensar en aquella intangible y etérea esencia que nos corresponde intrínsecamente, nos trasladamos a un espacio a ratos enajenado, a ratos desencajante de nuestra vida, donde es probable que en más de una ocasión nos hayan surgido cuestionamientos como los siguientes: ¿por qué recordamos, qué memoramos y acaso no se puede señalar, por qué no podemos escoger lo que deseamos forme parte de nuestras evocaciones pasadas? En efecto, la memoria se nos escapa de las manos, se desvanece en el mar de la vida, de manera que no podemos controlarla y cuando pretendemos asirla, nos juega una mala pasada. Sin dejos de nostalgia, cuando anhelamos hacer vivo un recuerdo, éste nos dificulta su acceso y, contrariamente, en circunstancias inesperadas aparecen memorias de la nada.
¿Pero qué hacer entonces con la memoria? Simple y llanamente, hay que dejarla ser, ya que la libertad debe manifestarse en todo orden y ámbito de situaciones, por ende, no podemos coartar una capacidad que nos es tan inherente. Por otro lado, si buscamos definirla, tal vez estemos a años luz, sin embargo, prefiero analizarla desde diversos enfoques, para así desprender lo que subyace a ellos, que, lógicamente, debiese concordar con sus características esenciales. Siguiendo la línea de lo antedicho, cuando escuchamos la palabra memoria, fundamental y comúnmente, nuestra primera asociación está ligada a un estado mental particular, a un submódulo de nuestro sistema cognitivo, que nos permite ser y estar en el mundo, puesto que somos conscientes de él y, de este modo, existir. Haciendo una analogía con el cogito ergo sum carteseano, podríamos concluir: “recuerdo, por lo tanto, existo.” Esta sentencia, lejos de ser definitiva, es una forma de plantear la trascendencia de aquella capacidad que poseemos, que generalmente es menospreciada, en tanto que sin poseerla, no seríamos conscientes de nuestro historial de vida y, así viviríamos cada día como único, como si fuera nuestra primera y última vez en la vida.
Quizás para aquellos que gozan del carpe diem o el dulce far niente, dependiendo la visión latina o italianizante, lo precedente sería la gloria misma, pero para quienes independiente de si sus recuerdos son negativos, positivos, términos medios, entre una infinidad de posibilidades, dependiendo de la subjetividad del experimentante, lo recurrente sería que no lo disfrutaran, pues en más de una oportunidad al escuchar a alguien opinar sobre este tema, ha apuntado a lo que, personalmente, ya aludí, que está interrelacionado con la siguiente secuencia: “la inverosímil existencia de un yo en un aquí y un ahora, sin un yo cuyo antes fui en un allí.” Vale decir, simplificándolo sobre manera, se torna imposible existir sin la memoria. En fin, hay extensas bibliografías sobre estas problemáticas, pero por ahora preponderantemente haré referencia a otra acepción de este vocablo, la emparentada con lo que se suele entender como “memoria colectiva.”
¿Pero qué pretende reflejar esta perspectiva? A lo que apunta, es a un ser social, al ser humano en sí mismo, ya que éste desde remotos tiempos ha sido gregario y, por ello, esta memoria común, constitutiva de una comunidad humana, conforma los basamentos troncales para la autodefinición como sociedad, nación, país, etnia. Lo que nos conlleva a la difícil resolución de controversiales cuestiones que últimamente han estado en boga. ¿Existe o no una memoria colectiva y hasta qué punto nos define? Ésta queda como pregunta abierta, porque en este limitado espacio no podría dar claras luces de ella, pero al menos, quedémonos con la idea de que cada individuo que la compone es necesario, aunque tal vez si falta uno el sistema no se altera, sobre todo en sociedades tan amplias y dispersas, piénsese en las comunes sobrepoblaciones. Sin embargo, pienso en que aquello es una crueldad, pues cada uno posee su propia historia y visión de mundo particular, que dentro de lo posible es menester rescatar y no desechar, pero más vale que aquello lo resuelvan probablemente antropólogos o sociólogos.
Finalmente, cabe destacar que es mucho lo que se puede hablar sobre esta problematización y, por consiguiente, reitero, todos somos los llamados a reflexionar sobre los hechos de la memoria, ya sea subjetiva, social o en cualquier otra acepción, puesto que es una entidad que nos pertenece, sienta las bases de nuestras raíces y, por tanto, debemos manifestar lo que creemos de ella, así que dejo como formulación culminante, ¿qué crees tú sobre la memoria?
Tienes mucho talento, ¡sigue así!
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