Simón Rodríguez y su contraposición al concepto de Ciudad Letrada a través de su texto: “Luces y virtudes sociales.”
Desde un principio al leer a Simón Rodríguez, nos vamos percatando que hay una clara oposición a lo planteado por Rama, puesto que no piensa en un modo de educación sólo para las elites ilustradas que educarán a la masa bárbara, sino que está pensando en una educación general, una instrucción pública/popular, una especie de democratización de la cultura, a su vez habla sobre los medios para que aquella educación popular sea transmitida. De la misma guisa, establece una crítica a los gobiernos, ya que es partidario de que sólo un gobierno ilustrado, será capaz de generalizar la instrucción, cita a su vez a Rousseau –pensador y filósofo ilustrado- quien temía por la generalización de ésta, pues veía la difusión de conocimientos como armas, sin embargo, Rodríguez, piensa lo contrario, que hará a los hombres “virtuosos”, he ahí el título de su texto. A continuación citaré un extracto de su escrito, donde se explicita su pensamiento: “Sólo con la esperanza de conseguir que se piense en la Educación del pueblo, se puede abogar por la Instrucción General … y se debe abogar por ella; porque ha llegado el tiempo de enseñar las gentes a vivir, para que hagan bien lo que han de hacer mal, sin que se pueda remediar. Antes, se dejaban gobernar, porque creían que su única misión, en este mundo, era obedecer: ahora no lo creen, y no se les puede impedir que pretendan, ni (… lo que es peor…) que ayuden a pretender.”[1]
Desde otra perspectiva, refiere el cambio social que se estaba produciendo, donde los que se mantendrán en el poder, ya no son los que tienen, sino los que saben más, lo que apunta y señala textualmente: “En todo estado de adelantamiento, hay unas gentes más adelantadas que otras: hoy no son pudientes los que TIENEN, sino los que SABEN más: éstos deben ocuparse de enseñar, o en proteger la enseñanza, para poder disponer de masas animadas, no de autómatas como antes.”[2] Cabe destacar que no sólo anhela una instrucción popular, sino que incluso nacional, que alcance para todo, sin distinción alguna, donde la figura del maestro y el discípulo cobran especial relevancia: “La instrucción debe ser nacional- no estar a la elección de los discípulos, ni a la de sus padres –no darse en desorden, de priesa, ni en abreviatura. Los maestros, no han de enseñar por apuesta, ni prometer maravillas… porque no son jugadores de manos –los discípulos no se han de distinguir por lo que pagan, ni por lo que sus padres valen- en fin, nada ha de haber en la enseñanza, que tenga visos de farsa: las funciones de un maestro y las de un charlatán, son tan opuestas, que no pueden compararse sin repugnancia.”[3]
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