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Ironía y didactismo en la obra Don Catrín de la Fachenda.


            Antes que todo, es menester señalar que la obra Don Catrín de la Fachenda, de Fernández de Lizardi, se enmarca en el contexto de la ilustración y es desarrollada a través del género literario novelesco, es así que nos encontraremos con ciertos rasgos tópicos de ésta, donde justamente primará el carácter didáctico-moralizante propio de la ilustración y su afán enciclopedista, donde se perseguía iluminar y educar al vulgo y una manera de llevarlo a cabo, eran precisamente los libros. Por otro lado, en lo que respecta a la Ironía, no hay que olvidar que en tanto figura perteneciente a la retórica y, por ende, vinculada a su concepción clásica, ésta es un juego lingüístico-semántico, donde se alteran los referentes, cuya finalidad es provocar humor y ese aspecto risible, que ya abordaba Aristóteles en su poética. De este modo, una primera aproximación a la obra de Lizardi e intento a su vez de desentrañamiento la podemos encontrar en la siguiente cita de María Eugenia Mudrovic: “(…) La más ardua de las batallas fue sin duda querer cambiar el destino de ese sector medio empobrecido al que pertenecía y al que creyó moral y socialmente asfixiado bajo el peso de los excesos, el derroche y el ocio.”

            Sin embargo, para ahondar y comprender de mejor manera incluso la intencionalidad del uso de la ironía y el didactismo, es que me abocaré al análisis de los dos primeros capítulos de la obra, permitiéndonos el primero de ellos captar la esencia de la ironía en Don Catrín; remitámonos entonces al título de este capítulo: “Vida y hechos del famoso Don Catrín de la Fachenda”[1]; es así que ya desde el título se nos presenta una especie de ironía alegórica, en tanto, ésta será abarcadora de toda la novela. Pues Catrín en la mayoría de las circunstancias –si es que no en todas- hace alusión a sus méritos y bondades, donde –según su propia opinión- era el más conocido y reputado de los Catrines, que como veremos y ello se entenderá de mejor modo posteriormente a través de su faceta de pícaro, era en realidad todo lo contrario, situación que será confirmada en cada una de sus peripecias y ardides.

            Por otro lado, el primer párrafo también resulta revelador y será el inicio de una extensa enumeración de cualidades que las más de las veces, resultan ser meras fachadas, quizá he ahí la cercanía con “Fachenda”: “sería yo el hombre más indolente y me haría acreedor a las execraciones del universo, si privara a mis compañeros y amigos de este precioso librito, en cuya composición me he alambicado los sesos, apurando mis no vulgares talentos, mi vasta erudición y mi estilo sublime y sentencioso.”[2] Claramente, lo que aquí expone, se contrapone al tópico de la Falsa modestia, puesto que no aminora sus talentos, sino que de manera contraria, los exhibe con deleite, cuya finalidad es destacar más aún sus cualidades, que como se ha dicho es una especie de falseamiento en el que nos hará caer, lo que se percibe, por ejemplo, de manera explícita en: “mis no vulgares talentos”, “mi vasta erudición” y “mi estilo sublime y sentencioso”.

            A su vez, en tanto interpretación, podríamos dilucidar que aquella búsqueda de honores se debe justa y precisamente a su carencia de ellos, por tanto, pretenderá demostrarlos una y otra vez, lo que se aprecia, en la consiguiente cita: “Sí, amigos catrines y compañeros míos: esta obra famosa correrá… Dije mal, volará en las alas de su fama por todas partes de la tierra habitada y aun de la inhabitada; se imprimirá en los idiomas español, inglés, francés, alemán, italiano, arábigo, tártaro […].”[3] Si pensamos también en la connotación de la personificación de la “fama”, ésta es casi una diosa griega, que nuevamente nos remite a ese ideal ilustrado-neoclásico, que tiene por características, el conocimiento de los textos de la antigüedad clásica grecorromana.

            También se va perfilando el carácter de parodia que se irá desarrollando en la obra, donde hay una burla hacia la estética épica, ya que él señalará al igual como se establecía en ésta, que el contenido de su relato, será el más encomiable, que como hemos visto, es sólo aparente: “¿Y cómo no ha de ser así, cuando el objeto que me propongo es de los más interesantes, y los medios de los más sólidos y eficaces?”[4] Continuando con la misma cita, incluso hay un efecto moralizante el que se trasluce al referir su vida en tanto modelo “digno” de imitar, sin embargo, claramente esto se enmarca dentro de la ironía, ya que finalmente descubriremos que sus actos se simbolizan más bien en un personaje ruin, antes que en uno dignificable: “El objeto es aumentar el número de los catrines; y el medio, proponerles mi vida por modelo…”[5]

            En la medida que vamos incursionando y recorriendo la obra, nos salta cada vez más a la vista su “verdadero” modo de ser el que se opone sobremanera a lo que dice, por consiguiente, no debemos considerar literalmente sus palabras, sino como un mero alarde que ofusca su desvirtuosismo: “He aquí en dos palabras todo lo que el lector deseará saber acerca de los designios que he tenido para escribir mi vida; pero ¿qué vida? la de un caballero ilustre por su cuna, sapientísimo por sus letras, opulento por sus riquezas, ejemplar por su conducta, y héroe por todos sus cuatro costados.”[6]  Finalmente la ironía más notoria la percibimos hacia el final de este primer capítulo, donde incluso se auto-designa como el “héroe” de su siglo, lo que dista en demasía de ser así: “Pero como cada siglo suele producir un héroe, me tocó a mí ser el prodigio del siglo XVIII en que nací, como digo, de padres tan ilustres como de César, tan buenos y condescendientes como yo los hubiera apetecido aun antes de existir, y tan cabales catrines que en nada desmerezco su linaje.”[7]

            De todo lo hasta aquí reseñado, podemos concluir que con su retórica intentará embelesarnos hasta el final, no obstante, si desde un inicio vamos desentrañando sus patrañas y picardías, no nos logrará embaucar con sus palabras, que por lo demás, siempre estarán recubiertas por la rúbrica de la ironía, incluso su linaje y genealogía son sobrevalorados.

            Por otro lado, hacia el 2º capítulo y también en el 3º -pese a que por razones de espacio, no podrá ser desarrollado-, se irá desenmarañando el carácter didáctico del presente libro, el que, por ejemplo, se ve manifestado a través de la figura del tío cura, quien en sí representa un carácter en tanto personaje, de corte discursiva-moralizante: “Sus discursos eran concertados, y las palabras con que los profería eran dulces y a veces ásperas, como lo fueron siempre para mí; su traje siempre fue trazado por la modestia y humildad propia del carácter que tenía.”[8]

            Un claro ejemplo del talante moralizante, como bien decía, se capta en las palabras del tío cura, he aquí uno de sus discursos, donde reflexiona y reprende a Catrín, por no querer continuar con sus estudios: “Por cierto que has leído mucho y bueno para creerte un sabio consumado; pero sábete para tu confusión, que no pasas de un necio presumido que aumentarás con tus pedanterías el número de los sabios aparentes o eruditos a la violeta. ¿Qué es de que las ciencias son inútiles? ¿Qué me puedes decir acerca de esto que yo no sepa? Dirásme sí, que las ciencias son muy difíciles de adquirirse, aun después de un estudio dilatado; porque toda la vida del hombre, aunque pase de cien años, no basta a comprender un solo ramo de las ciencias en toda su extensión.”[9]

            La cita sobre Rousseau, no permite entrever el carácter ilustrado del clérigo, que se condice con sus sermones, descollando continuamente el tema de la moral y la virtud: “¿Qué más dirías si supieras que a mediados del siglo pasado el filósofo de Ginebra, el gran Juan Santiago Rousseau, escribió un discurso probando en él que las ciencias se oponían a la practica de las virtudes, y engendraban en sus profesores una inclinación hacia los vicios, cuyo discurso premió la Academia de Dijón en Francia?”.[10] Otra cita que se condice con la precedente es la vinculada con Cicerón, que también se corresponde con el canon neoclásico-ilustrado, que refiere el tío: “Últimamente: el necio se llamará dichoso mientras sea rico; el sabio lo será realmente en medio de la desgracia si junta la ilustración y la virtud. Por esto dijo sabiamente Cicerón que todos los placeres de la vida ni son propios de todos los tiempos, ni de todas las edades y lugares; pero las letras son el alimento de la juventud, y la alegría de la vejez; ellas nos suministran brillantez en la prosperidad, y sirven de recurso y consuelo en la adversidad.”[11] Finalmente, en lo que concierne a esta arenga, estará en pro de rectificar la conducta de Catrín.


[1] Don Catrín de La Fachenda. Pp. 3, cap. 1.
[2] ´Íbidem.
[3]  Íbidem.
[4]  Íbidem.
[5] Íbidem.
[6] Íbidem.
[7] Íbidem.
[8] Íbidem. Pp. 12.
[9] Íbidem. Pp. 13.
[10] Íbidem. Pp. 14.
[11] Íbidem. Pp.

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