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Americanismo, cosmopolitismo y tradición en la poesía de Rubén Darío. Autonomía estética y cultural.




            En un primer momento, previo al análisis de la obra dariana, es preciso realizar una contextualización de ella, es así que para determinar nociones como las de “americanismo”, “cosmopolitismo” y “tradición”, más allá de efectuar una definición conceptual, primeramente hablaré de qué trata y si es que incluso podríamos esbozar una suerte de literatura hispanoamericana; desde esta perspectiva entonces se torna necesario cuestionarse la hipótesis de una teoría de la originalidad americana o si más bien somos una copia/mimesis/imitatio del canon estético-literario-europeo hegemónico, para ello me apoyaré de lo referido por los críticos: “El hecho es que la concepción de lo representativo ha estado ligada además, entre nosotros, a una teoría de la originalidad americana. No es esta teoría lo que hoy resulta falso, sino su formulación. En efecto, somos originales en la medida en que tal vez todo el mundo lo es: tenemos una experiencia concreta del mundo. Pero sería distinto suponer que la originalidad está ya dada en la realidad, por fascinante que ésta sea o haya sido para el europeo. Suponerlo así explica esa reiterada voluntad por mostrar la exuberancia de la naturaleza americana: enumerar todos sus dones y seguir alimentando los mitos de una posible tierra de gracia.”[1] Pues claramente, en conformidad con la visión europeizante y en contraposición con ella, seríamos originales, novedosos como se señala, lo que radica fundamentalmente en la concepción del mundo, la visión sobre la naturaleza, el misticismo de ella –lo que como se sabe ha dado lugar a una prolífica producción de obras que abordan su carácter fantástico y maravilloso- así se ha ido generando una cosmovisión hispanoamericana de lo exultante, fehérico, de la otredad en términos de Octavio Paz, que han ido configurando el ideario e inventario de esta orilla del mundo.

            Otra forma de entender la noción del americanismo y la originalidad de éste, es la apreciada por Borges, que desde su óptica es explicitada a través de la metáfora del individuo inmerso en un cristal, cuya experiencia perceptiva está dada por la visión, que básicamente aludía a la correspondencia significativa entre sujeto y objeto, una especie de interrelación y simbiosis, en sus palabras: “[…] La verdadera originalidad, así como la intensidad, no reside en lo nombrado sino en la manera de nombrarlo; no está en lo visto sino en la manera de verlo. Hay que mostrar a un individuo que se introduce en el cristal, era para el joven Borges la única posibilidad de la obra de arte. Ese cristal no separa dos zonas, la del sujeto y la del objeto, sino que finalmente las identifica. La única manera de aproximarse a la objetividad ¿no es reconociendo primero la subjetividad? Ésta es, creo, la perspectiva que hace impracticables las pretensiones de representatividad, de totalidad y, en el contexto latinoamericano, de originalidad telúrica.”[2]

            Tras la amplia y controvertida polémica sobre la originalidad americana, otro tema que se ha discutido, es lo concerniente a Rubén Darío como conformador o no de una sensibilidad americana, si es representativo o no de ésta, ante todo se condice con lo formulado por Rodó: “Darío es un gran poeta (un gran poeta exquisito), pero no era el poeta de América. Es decir, no era nuestro poeta representativo. Por entonces, Darío sólo había publicado dos libros dentro de la estética modernista (Azul y prosas profanas), pero, aunque hay cambios sensibles en su obra posterior y hasta cierta autocrítica de su estética inicial (La torre de marfil tentó mi anhelo), quizá suscitada por el mismo ensayo de Rodó, es dable pensar que nunca alcanzó el nivel de lo que éste consideraba como característica del poeta americano […]”.[3]

            Del mismo modo, Gabriela Mistral se pronuncia sobre Darío, en cuanto a una crítica a su lejanía de lo americano en un primer momento: “En una nota de su libro Tala (1938), Gabriela Mistral seguía rigiéndose por esa perspectiva. Si nuestro Rubén –escribe-, después de la Marcha triunfal, que es griega o romana, y del canto a Roosevelt, que es ya americano, hubiera querido dejar los Paríses y los Madriles y venir a perderse en la naturaleza americana por unos largos años- era el caso de perderse a las buenas-, ya no tendríamos estos temas en la cantera”.[4]

            Es relevante e interesante a su vez consignar lo manifestado por César Vallejo en cuanto a lo dicho por Rodó respecto a Darío, sobretodo, para afianzar el cosmopolitismo presente en la obra Rubén dariana, ya que hasta cierto punto se la estaba negando, ante lo que Vallejo se opondrá fuertemente, puesto que según él era innegable la autenticidad americana al leer la poesía de Darío, veámoslo en sus términos: “Rodó dijo de Rubén Darío que no era el poeta de América, sin duda porque Darío no prefirió como Chocano y otros, el tema, los materiales artísticos y el propósito deliberadamente americano en su poesía.  Rodó olvidaba que para ser poeta de América, le bastaba a Darío la sensibilidad americana, cuya autenticidad, a través del cosmopolitismo y universalidad de su obra, es evidente y nadie puede poner en duda… La indigenización es acto de sensibilidad indígena y no de voluntad indigenista […]”.[5]

            Por otra parte, me valdré de algunas de las interrogantes presentes en el artículo, que me darán el pie de inicio para proceder a darles una cierta contestación, vinculándolas con la poética de Darío: “[…] Su pasión por las formas y la perfección ¿no era acaso una manera de dar coherencia a esa sensibilidad, más o menos vaga y difusa; ¿conferirle una disciplina y una vocación constructiva? Lo que parece exótico en su obra ¿no era, en su momento, una búsqueda de universalidad y una aspiración de ser en el mundo? En otras palabras, la obra de Darío ¿no encarna finalmente ese movimiento del espíritu hispanoamericano que oscila entre el desarraigo y el arraigo, la evasión y el retorno?”.[6]

            En efecto, podríamos pensar en la situación americana y su proceso de conformación, el que de sus inicios no estuvo claro, fue una amalgama, un continuum de intentos de construcción social, ante lo que Darío procuró darle un sentido, crear una identidad, he ahí la fundamentación de su escritura a nivel estético-formal. En lo que constituye el exotismo, éste es propio y prácticamente connatural a América y es en sí la búsqueda de aquel ideal de comprender este continente como un todo formante de la universalidad, como una parte que no puede estar escindida, un sentido de pertenencia e identidad propia, que suplementa las otroras identidades del orbe.  Desde otro ángulo, en concordancia, aunque más bien en disonancia con ella, Darío tendió a contravenir algunos de los principios de la estética tradicional: “no creyó en la importancia moral o humanística de los temas (la moral enseñanza), los asuntos graves […] Como los pintores pre e impresionistas, veía el poema sobre todo como un arreglo de sonidos, de ritmos y de imágenes. Tampoco creyó que la profundidad del arte estaba necesariamente ligada a una filosofía del dolor o a la grandeza histórica. Darío, sabemos, exaltó el placer: no sólo como tema sino igualmente como naturaleza misma del lenguaje; en su obra, las palabras recobran el gusto de ser palabras, formas constructivas, cuerpos relucientes.”[7]

            Si existe o no autonomía estética y cultural en Darío, se vuelve ante todo una labor nada simplista, ya que si bien nos plantea una estética propia, un sello personal, se inspirará en otros modelos y fuentes, de los que tomará rasgos fundamentales para ir edificando su poesía, es decir, el modernismo no surge sensu stricto de la nada, al contrario, se basa en otras vertientes, procedo a citar: “El origen de la novedad, esto es, del modernismo, fue su lectura de ciertos autores franceses, explica en Historia de mis libros (1909). Y precisando más añade: Encontré en los franceses que he citado una mina literaria por explotar: la aplicación de su manera de adjetivar, ciertos modos sintácticos, de su aristocracia verbal, al castellano; comprendí que no sólo el galicismo oportuno, sino ciertas particularidades de otros idiomas, son utilísimas y de una incomparable eficacia en un apropiado trasplante.”[8] El modernismo traído y reconformado por Darío, en palabras de él mismo, no es sólo un mero arte de escribir, una nueva poética, sino que cambiará y marcará para siempre e inexorablemente la historia literaria hispanoamericana: “Pero Darío sabía bien que no se trataba de una mera copia, ni siquiera de un buen trasplante; sus experimentos estilísticos fueron una verdadera renovación del español: lo liberaron de la rutina, del tono discursivo, y  aun del eterno clisé, decía del Siglo de Oro. ¿No se trataba simultáneamente de una liberación espiritual, de un acto de purificación colectiva? El clisé verbal es dañoso porque encierra el clisé mental, y, juntos perpetúan la anquilosis, la inmovilidad, escribe en el prólogo del canto errante (1907).”[9]

            Uno de los puntos más álgidos y destacables en la poesía de Darío radica en la ruptura con la tradición –ya señalada- la que cada vez irá dando a conocer, situándose críticamente ante ella, partiendo de esta manera su excurso: “Evocando el contexto en que se gestó el modernismo, dice: “No se tenía en toda América española como fin y objeto poético más que la celebración de las glorias criollas, los hechos de la Independencia y la naturaleza americana: un eterno canto a Junín, una inacabable oda a la agricultura de la zona tórrida, y décimas patrióticas. Su visión de la España de su tiempo no era menos implacable. Yo hacía todo el daño que me era posible –escribe- al dogmatismo hispano, al anquilosamiento académico, a la tradición hermosillesca, a lo pseudo-clásico, a lo pseudo-romántico, a lo pseudo-realista y naturalista. Crítica, en una palabra, a la poesía supuestamente representativa. Darío iba a situar el acto poético en una experiencia individual, no en las formas ya dadas de la tradición.”[10] Aquí se denota, sin lugar a dudas, un distanciamiento de la tradición, del canon, para replantearlo y situar su poesía como una especie nueva de ella.

            En relación al americanismo de su obra, se suele aludir a que tendía a la evasión, hecho que se producía a través de los siguientes procedimientos y que hasta cierto punto lo justifican: “Sin embargo, la obra de Darío ha sido criticada a partir de criterios sociológicos: su exotismo, su exceso de mitología, su afrancesamiento eran una evasión de la realidad americana.”[11] Volviendo itinerantemente al cosmopolitismo presente en su obra, se trata la siguiente premisa: “Su cosmopolitismo puede ser visto como una mediación y todo lo que ella implica de fascinación condicionada; pero también y, sobretodo, puede ser visto desde otras perspectivas más válidas. […] Finalmente, el cosmopolitismo de los modernistas, y sobre todo de Darío, está en relación con una visión de mundo. […] Aun Darío asume su cosmopolitismo con cierto desenfado que es también afán de irritar y de escandalizar.”[12]


[1] Dentro Del Cristal. Pp.17.
[2] Íbidem. Pp. 18.
[3] Íbidem. Pp. 19.
[4] Íbidem.
[5] Íbidem. Pp. 20.
[6] Íbidem.
[7] Íbidem. Pp. 21.
[8] Íbidem.
[9] Íbidem. Pp. 22.
[10] Íbidem.
[11] Íbidem. Pp. 23.
[12] Íbidem.

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