Previo a
adentrarnos a la obra de Mauricio Wacquez cabe reseñar algunas de sus características
fundamentales en relación a sus textos como a hitos importantes de su
biografía, los que nos permitirán dilucidar más claramente quién era y qué lo
motivó a la redacción de ellos, así cabe destacar y resaltar las etapas de su
vida misma, pues éstas desembocarán y darán inicio a una serie de textos que
marcarán cada uno de los pasos que siguió en su vida: “ Su obra anterior evocaba eficazmente una atmósfera
angustiosa, en que las experiencias de la juventud y la niñez eran laberintos
de recuerdos y olvidos cargados de un sentido inminente y ominoso; en que las
relaciones entre las personas estaban marcadas por el deseo imposible y los
juegos del desencuentro.”[1]
Por
otro lado, la novela que trataré a continuación -Frente a un hombre armado (Cacerías de 1848), publicado por
Bruguera, en Barcelona- parece ser la más ambiciosa y la más lograda de sus
narraciones. Está ambientada en Francia a mediados del siglo pasado; desde la
perspectiva de Chile, resulta interesante verla en relación con lo que publican
aquí otros escritores de su generación. A su vez, como planteé anteriormente,
las etapas de su vida serán un tema a claras luces central, lo que se ve
reflejado, por ejemplo, en el protagonista de la obra, el que es eminentemente
joven, donde como señala la crítica, el erotismo, propio de esta etapa de la
vida será una clave determinante en ella.
Un tópico sin lugar a dudas ante
todo troncal en la novela, lo constituye el mundo al revés: “El mundo estructurado se vuelve al revés;
el cazador es la víctima, y el mundo de la víctima no es el mismo, sino el
reverso del mundo, el cambio de signo de todas las cosas. La inversión sexual
aparece como la transgresión básica, no ya un código moral, sino a los
fundamentos de cualquier código, porque afecta los gestos básicos mediante los
cuales el individuo se relaciona con el mundo; como si la moral aprendida se
basara sobre todo en esa primera convención. Rota ésta, no parece quedar sino
una inacabable cadena de trasformaciones en la que todo es posible, y en que
"lo único que se hala en el fondo del corazón humano es el impulso a
perseverar como ser vivo".[2]
Sin embargo, este tópico no surge de la nada, sino que
más bien proviene de un período y estética literaria determinados, me refiero
por sobre todo al Barroco, el que propondrá este tópico no sólo literario, sino
que epocal, debido a las crisis internas que vivía Europa, las que eran de
índole social, política y económica, lo que hacía necesario un cambio de
régimen, de ahí que devenga en él y que posea diversas formas de concreción: “En esta época es recurrente el pensamiento del mundo al revés, que
queda manifiesta en la fuerza de atracción entre contrarios que se pone en
marcha por medio de la metamorfosis: el viejo será joven, la mujer un hombre y el
loco es en realidad el cuerdo, y viceversa. Si el hombre creyó en un primero
momento que podía ver la verdad por medio de un espejo, enfrentándose a un
reflejo contrario a lo que se muestra en la realidad, que debía corresponder a
lo verdadero, luego descubrirá que se encuentra inmerso en “un palacio de
espejos cuyos juegos le desorientan para conducirle mejor hacia sí mismo, le
desdoblan…” (Rousset, 1972, p. 31). Y así surgen los dobles, seres que se
desdoblan en su contrario, tal como un reflejo muestra la imagen invertida o su
opuesto.”[3]
No podemos soslayar igualmente el ideal estético de la novela, el que se
gesta desde la prosa, que no deja en ningún momento de ser poética, culta, lo
que se denota ante todo en las temáticas abordadas, donde apreciamos una
cultura y erudición desbordante, como veremos a continuación: “Sorprende,
por ejemplo, el conocimiento acabado de los temas más diversos como la cacería,
los procedimientos de guerra, la aviación, la botánica, el paisaje chileno, el
protocolo, la equitación, la vitivinicultura y diversos procesos científicos.
Cada uno de estos tópicos es abordado con la soltura de un entendido, pero, y
he aquí lo sorprendente, con un lenguaje sometido al mismo ejercicio de belleza
verbal que impera en toda la novela. Demuestra, por tanto, que el conocimiento
técnico y científico puede ser bellamente difundido. En cierto modo vuelve a
los clásicos griegos y romanos que aspiraban a conocer el mundo sin abandonar
la poesía. Mauricio Wacquez desafía el quiebre entre ciencia y humanismo que
trajo la ilustración y afirma la evidente convergencia de ambos en el ideal
estético.”[4]
Desde un principio hablé
del erotismo presente en la novela, el que estaba asociado ante todo a la
juventud, sin embargo, éste es aún más trascendente y transversal, ya que rodea
diversos aspectos de ésta, desde la prosa hasta la culminación misma del sexo
como placer humano vital, lo que se traduce, por ejemplo en nuestro
protagonista: “La vida de Juan de Warni,
nuestro protagonista, culmina en el acto sexual”.[5] Lo anterior
converge en los impulsos vitales del eros
y thanatos, vale decir, en el
amor, entendido ante todo, como erotismo, propiamente tal y muerte, lo que se
desarrollará de manera amplia y abundante en la tesis planteada por Gisela
Pardo Muñoz de la Universidad de Chile, en la que apreciaremos diversos matices
y modus de entender estos principios
e impulsos, modos propios de manifestarse, que incluso pueden ser considerados
dentro del ámbito de las perversiones, así, por ejemplo, se puede hablar de
sodomía, sadomasoquismo, que son fundamentalmente tipos de relaciones que
poseen su fuente de placer en las transgresiones:
“La
muerte es el tema de nuestro tercer y último capítulo. Llamativa e interesante
por el atractivo que cobra para los personajes en sus dos dimensiones, la
muerte resulta ser de lo que se huye ante su atroz inminencia y, también, como
una deseada forma eminente de placer. Es la transgresión la que posibilita la
experimentación de esos sentimientos, pero es importante no cruzar el límite,
ya que con eso se acaba la vida y el gozo. Hay que saber en qué punto
retroceder: ante un placer que va en aumento, el deseo podría cegar hasta el
punto de acabar con la vida del o los sujetos, quienes una vez en la muerte
perderían la lucha irremediablemente. Es por esto que el concepto que
utilizaremos para referirnos a este fenómeno es ‘muerte en movimiento’, es
decir, en tránsito, porque de verdad se busca, pero no se consuma. Aquí se
retoma el erotismo, como el procedimiento mediante el cual el sujeto puede
insertarse en un escenario donde lo que se desea es estar al borde de la
muerte, destacando al sadomasoquismo como la experiencia que mejor acerca al
protagonista de la novela a esta sensación, superando a la guerra o a la caza,
donde para ambas el fin es simple y trágico: muere la presa. En cambio, con la
forma en que se lleva a cabo la sodomía en esta obra, la muerte se configura
como un remedo que se anhela, mas no es necesaria, donde los sujetos
participantes se enfrentan en una lucha en que no hay jerarquías de ningún tipo
en sus roles, puesto que dominar y ser dominado se yerguen como dos formas de
un mismo goce y el dolor no refleja un estadio inferior de la existencia,
convirtiéndose ambos de igual forma en el camino al placer y la dicha.”[6]
Tampoco podemos dejar pasar por alto un punto que vincula tanto a Wacquez
como a Donoso, me refiero por sobretodo a lo monstruoso y cuáles son las
condicionantes que lo motivan en esta novela en particular, además
itinerantemente se nos manifiesta una vez más el tópico del mundo al revés y
explica finalmente la razón de la escritura de la novela o crónica de su vida,
que ante todo radican en determinadas desviaciones, que es preciso averiguar: “Estuve a punto de comprometer
fatalmente lo que mi abuelo, mi padre y yo mismo esperábamos de mí. ¿Qué tenía
ese mundo para que las cosas se dispusieran al revés de lo que se me pedía?
¿Qué proceso monstruoso, enfermedad o demencia hizo presa de mí, precisamente
en el momento en que yo debía cobrar todas las presas?". La desintegración
del futuro señalado lo hace caer enfermo: "Tendido en una silla de reposo,
en el fondo más oscuro de mi habitación, repasaba los detalles de mi pasado,
buscando la trizadura, el accidente que me había convertido en ese personaje
irreconocible. Por eso concebí el proyecto de esta crónica, para averiguar en
los pliegues menos visibles de mi vida las razones que me arrojaron fuera de la
órbita trazada".[7]
Recurriendo a la obra misma, un tema no menor es la homosexualidad del protagonista,
quien es marcado por un apasionado amor, Conrad de Wohl, el que ejercía de
soldado, con quien vivió cada momento ad
maximum, como acotaré a continuación: “Estábamos
juntos, dábamos paseos al atardecer y no nos preocupábamos demasiado de lo conveniente.”[8] Relata a su vez
cómo era este amor, cómo era él, su ironía, la dulzura de su rostro y de sus
ojos infantiles y a su vez cómo empezaron a evitar todo aquello que los
involucrara a ambos, también nos cuenta de su traición del resentimiento de su intimidad,
cuando hizo entrar a su habitación a una doncella con quien tuvo relaciones,
ante lo que nos refiere, en pleno estado de iracundía: “Él, que gimió en mis brazos, balbuceando mi nombre y a punto de morir,
me miró esa noche por detrás de los hombros de la muchacha con una sonrisa
impía, contemplando mi parálisis, mi incapacidad para sumarme a un acto
normalmente adecuado a mi juventud y a mi aplomo.”[9]
Pero algo más destacable aún lo constituye la plenitud del acto sexual
mismo, el que luego de sollozos, rabias e impotencia, tras la inminente
separación entre ambos, se pudo concretar: “¿Qué
más? ¿Qué más? Se desnudó sin decir una palabra y lo detuve para ir a entornar
la puerta. Entonces lo tomé, me obligó a tomarlo entre voces de mando,
urgencias y sollozos. Después de entornar la puerta debí ponerme frente a él y
hacerle el amor, debió recibirme como la única fuerza que le quedaba.”[10]
Finalmente, quisiera
detallar un tema no menor, que lo constituye una rama de las bellas artes más
sublimes e importantes, me refiero al teatro y éste como reflejo del mundo,
ante todo de una sociedad como la barroca, la que vivía de las apariencias,
máscaras y engaños, así la crítica suele hablar del juego de la musaraña, por
ejemplo y de dos técnicas muy propias del teatro, me refiero a la copia y el
simulacro, con sus particulares distinciones:
“Para partir, propicio es hacer la diferencia entre copia y simulacro
–ambas como formas de mimetismo–: la primera “reproduce, del modelo, las
proporciones exactas y reviste cada parte del color adecuado” (Sarduy, 1987, p.
59); la segunda, en cambio, busca la ilusión de las proporciones. Las copias
apuntan al parecido, pero no sólo a uno exterior: la relación que establece con
la copia va de la cosa a la Idea, “ya que es la Idea la que comprende las
relaciones y proporciones constitutivas de la esencia interna” (Sarduy, 1987,
p. 59). El simulacro, en cambio, no pasa por la Idea. Sarduy afirma que, en su
búsqueda por la producción de un efecto, se salta los detalles que lo unen a la
esencia del modelo o la copia fiel.”[11]
[2] Ibídem.
[3] Recursos neobarrocos en Frente a un hombre armado de Mauricio
Wacquez: El sujeto erotizado y muerto de placer. Pp. 9. Gisela Pardo Muñoz,
Universidad de Chile, Santiago, Chile, 2010.
[4] La rabia y el descaro de Warni; en “Frente a un hombre armado”, Mauricio
Wacquez. Pablo Simonetti. 23 de noviembre de 2003.
[5]
Ibídem.
[6] Recursos neobarrocos en Frente a un hombre armado de Mauricio
Wacquez: El sujeto erotizado y muerto de placer. Pp. 6. Gisela Pardo Muñoz,
Universidad de Chile, Santiago, Chile, 2010.
[7] Ibídem.
[9] Ibídem. Pp. 24.
[10] Ibídem. Pp. 27.
[11] Recursos neobarrocos en Frente a un hombre armado de Mauricio
Wacquez: El sujeto erotizado y muerto de placer. Pp. 12. Gisela Pardo Muñoz,
Universidad de Chile, Santiago, Chile, 2010.
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