Este escrito, que pretende ser más bien una
reflexión, quizás no del todo exhaustiva, sino que más bien la mirada tal vez
crítica de una persona que observa la realidad de su entorno, de su país, que
más que mal es dónde le tocó nacer y, por ello no se puede permanecer incólume
ante aquello. Si bien a estas alturas, a mis veintiún años aún me falta mucho
por ver y vivir, puedo señalar, que mi experiencia de escribir desde los seis
años, hasta ahora, me puede catalogar desde mi más tierna infancia, como
escritor. Por consiguiente, siempre habrá algo que decir y de qué hablar y si
bien la obra de todo escritor cambia continuamente según sus propias vivencias
y experiencias, éstas tienden a seguir una línea determinada, pues el oficio de
escritor se debe aprender y ejecutar a diario, así es que en esta ocasión me
convoca hablar de la realidad del chileno promedio, de aquél que se levanta
igualmente en “promedio” a las seis de la mañana, rumbo a su trabajo,
generalmente sabe que debe empezar su día con un desayuno a cuestas y unas
cuantas sopaipillas y cafés que se tomará en el camino, pero no sabe cómo
terminará y si es que podrá retornar a su hogar. Por otra parte, este chileno
promedio debe tener la “plata” diaria para su pasaje, para alimentar a sus
hijos y además cuidarse las espaldas de él y su familia, para que nadie le
quite lo recaudado en ese día. En fin, la realidad del chileno promedio al
parecer no es de las mejores.
Y
así su día de laburo empieza, qué el ajetreo diario, qué el Transantiago, qué
el smog de las grandes ciudades, lo escaso de los tiempos, los malos horarios,
las malas pagas y así se le va la vida luchando, ¿por qué? Por educar a sus
hijos, por alimentar a su esposa, pese a que a veces ella también ayuda a
sustentar su hogar, no son pocas las mujeres que trabajan de manera
independiente de sus esposos/convivientes, como se desee. También no sólo
existe el “padre promedio”, sino que también el “hijo promedio”, aquél que anda
al tres y al cuatro en el colegio/liceo y que luego quiere entrar a la
universidad, esperando como si viniese del cielo una mísera ayuda del gobierno
de turno y así muchos se quedarán sin el anhelado sueño de ingresar a los
estudios superiores y poder ayudar a sus familias a que no se repita el mismo
círculo “vicioso” que sus padres han padecido. Ésta es la realidad nacional,
quizás no la he vivido en carne propia, pero en más de una ocasión y esto va
más allá de las encuestas y lo que señala la televisión, he podido apreciarla,
no podemos hacer vista gorda a ella, más que mal somos chilenos, hijos y padres
de una misma nación.
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