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Reflexión crítica en torno al poema "La higuera" de Juana de Ibarbourou.

Reflexión personal:

El poema La higuera de la escritora uruguaya, Juana de Ibarbouru nos permite reflexionar desde múltiples perspectivas, por ejemplo, desde la mirada del afecto y la empatía, desde la inclusión o inclusive, desde la diferencia: “En mi quinta hay cien árboles bellos, ciruelos redondos, limoneros rectos y naranjos de brotes lustrosos. En las primaveras, todos ellos se cubren de flores en torno a la higuera” (Ibarbourou, 1922). Si bien, a primera vista cada uno de los árboles pareciese resaltar su belleza en primavera, siendo únicamente la higuera quién no se viste de colores, es precisamente aquella diferencia como veremos más adelante, lo que crea su propia resistencia y fortaleza frente a la adversidad.

La personificación de la higuera como una planta sintiente que podría ser capaz de comprender las palabras de la hablante, nos lleva a pensar figuradamente en nuestros estudiantes en el marco de un contexto educativo, puesto que cada uno de ellos posee una autoimagen o autoconcepto personal, que las más de las veces se ve minado por prejuicios o miradas sesgadas de quiénes los rodean. A veces una palabra de amor, cariño o afecto puede salvar un árbol y, como tal, puede salvar también a un niño o a un adolescente, por ejemplo: “Por eso, cada vez que yo paso a su lado, digo, procurando hacer dulce y alegre mi acento: «Es la higuera el más bello de los árboles todos del huerto»” (Ibarbourou, 1922).

Al respecto, es la visión de la hablante, quién percibe a la higuera como fea, probablemente comparada con el canon estético de otros árboles, lo que lleva a que sienta piedad o compasión por ella “Porque es áspera y fea, porque todas sus ramas son grises, yo le tengo piedad a la higuera” (Ibarbourou, 1922). No obstante, la propia mirada compasiva de la hablante se olvida de una cualidad trascendental de la higuera, que es su resiliencia, es decir, la capacidad de sobreponerse en este contexto a climas adversos y resistir dichos embates dadas sus características. Lo anterior nos permite comprender que, porque alguien o algo sea diferente, no quiere decir que no pueda resaltar o, más aún esas propias cualidades que lo hacen diferente es lo que les permite, ya sea a un árbol como la higuera o a una persona, sobrevivir y lograr su pleno desarrollo. Dadas estas características un árbol como este no requeriría la compasión de otros, puesto que en sí mismo posee las condiciones para autovalerse: “Y la pobre parece tan triste con sus gajos torcidos que nunca de apretados capullos se viste...” (Ibarbourou, 1922). Es allí si lo llevamos al mundo de la educación donde radica nuestro rol primordial, vale decir, propiciar las condiciones para que cada individuo o educando, a través de sus propias herramientas logre su máximo potencial.

Para finalizar, considero pertinente terminar este comentario crítico con la siguiente idea respecto a la inclusión que nos invita a repensar como sociedad, así como nuestros sistemas educativos en cuanto a que somos nosotros como docentes quiénes debemos generar de antemano espacios preparados para la diversidad, donde cada estudiante que llegue a nuestras aulas con sus características y condiciones propias, logre florecer en un mundo que le permita brillar con luz propia: “ya no son los grupos admitidos quienes se tienen que adaptar a la escolarización y enseñanza disponible, sino que éstas se adaptan a sus necesidades para facilitar su plena participación y aprendizaje. Esta es la aspiración del movimiento de la inclusión” (Blanco, 2006, p. 5).

 

Bibliografía.

Blanco, G. (2006). Rosa La Equidad y la Inclusión Social: Uno de los Desafíos de la Educación y la Escuela Hoy REICE. Revista Iberoamericana sobre Calidad, Eficacia y Cambio en Educación, vol. 4 (3), pp. 1-15. Red Iberoamericana de Investigación Sobre Cambio y Eficacia Escolar Madrid, España.

 

Comentario a compañeros.

1.- Concuerdo plenamente con la propuesta de María Jesús, puesto que como sabemos, para generar una inclusión real en los diversos grupos sociales que constituyen nuestra sociedad, debemos actuar desde distintos frentes y, claramente la educación es uno de los ejes centrales, que sustenta las bases para la construcción de una sociedad más equitativa, libre y respetuosa de las diferencias. Sin duda alguna, un cambio profundo en el sistema educativo requiere de esfuerzos mancomunados, múltiples iniciativas y un refuerzo constante en posibilitar espacios de inclusión. Es por ello que acciones concretas como implementar cupos prioritarios en carreras masculinizadas o feminizadas, respectivamente; proponer recursos y materiales didácticos, entre ellos, lecturas escritas no solo por hombres, sino que también por mujeres, así como incentivar la participación activa y equilibrada en clases de ambos géneros, así como el empleo de un habla inclusiva, irá forjando un nuevo terreno en la construcción de la identidad y los valores de nuestra sociedad.

2.- Sin lugar a dudas, construir comunidades donde diversos valores, entre ellos la empatía y el respeto sean una realidad habitual es una de las metas primordiales de todo sistema educativo que desea convertirse en una comunidad inclusiva, cuya labor debe desarrollarse a diario integrada en las actividades de aula, en el trato entre docentes y estudiantes, padres, apoderados y asistentes de la educación, es decir, cada una de las personas que conforma una institución educativa debe trabajar y ser parte del proceso transformador de crear espacios inclusivos, atentos a la diversidad que promuevan valores que permita a cada uno de nuestros estudiantes alcanzar su pleno desarrollo y potencial más allá de las condiciones personales que les ha tocado vivir, pero teniendo en consideración estas, potenciando otras.

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