La realidad a ratos es una invención
literaria, es aquello que vivimos en el día a día, en nuestra cotidiana
existencia, en nuestra insignificante existencia, sin embargo, a veces en
aquello que vivimos surge algo inesperado, un algo que escapa a toda lógica
mundana, que es capaz de dislocarnos la percepción, que desentierra nuestros
mitos más ancestrales, que cuestiona las raíces de nuestra inteligencia.
Algunos lo llaman magia, otros lo han denominado fenómenos metafísicos, pero
para mí son hechos inexplicables creados por nuestra propia mente, pues
nosotros, personas de carne y hueso creamos nuestra realidad a través de
nuestros pensamientos, en base a lo que sentimos y experimentamos, incluso a lo
que creemos, preguntas sobre la existencia de una o más divinidades responden a
este modo de concebir nuestra propia vida, el contacto con espíritus que nos
visitan desde el más allá también es parte formativa de este choque de
dimensiones, de una metafísica patológica creada por nuestra propia mente, es
la otredad de nuestro propio mundo, somos nosotros a través del espejo, ese
otro yo freudiano, donde se superponen los más recónditos deseos de nuestra
personalidad, nuestra sombra encarnada, es el principio, el medio y el fin de
una existencia, donde se conjugan vida y muerte, sueño y vigilia, es el no
lugar, es nuestra propia vida.
Frígida como la noche en la que
nació era aquella mujer, nació en la tempestad de un día frío de invierno, su
madre había muerto. Nació prematura, desde su más tierno origen llevaba impregnado
el sello de la fatalidad, que haría de ella años después una joven de aspecto
taciturno, silenciosa como la noche bajo el claro de luna, pero que con el
pasar del tiempo transformó sus sentidos, los predispuso al contacto con el
otro mundo, aquél que al contactarla la hacía temblar en eternas pesadillas,
sus ojos se volvían sombríos y oscuros, las noches se alargaban hasta el
infinito, en esos momentos ella sentía que estaba próxima a la muerte y no era
sólo su percepción, pues la realidad era ésa, ella era el portal entre los
muertos y los vivos, su cuerpo era la puerta de entrada a una realidad
desconocida para muchos y quien la poseyera accedería a la más oculta de las
verdades, aquella incognoscible para cualquier alma humana, ella ya no lo era,
más bien era un espíritu errante que vagaba por los confines de la tierra. En
su niñez para ella pasaron desadvertidos los contactos con el más allá, ella
simplemente no se explicaba que de vez en cuando y de cuando en vez le pasasen
sucesos un tanto extraordinarios para alguien de su edad e inclusive para
cualquier persona, no en menos de una oportunidad se había encontrado en el
patio de su casa balanceándose en el columpio que antes había sido de su madre,
sin explicación alguna y luego, tras breves segundos y sin poder recordarlo,
estaba de nuevo en su habitación, leyendo algún libro. Ella se lo atribuía a su
propia imaginación, pues toda su vida había estado acostumbrada a la soledad,
dada la ausencia de su madre e inclusive de su propio padre, quien mantenía un ínfimo
contacto con ella debido a su trabajo. Cuando estaba absorta en sus
pensamientos para cualquier persona que la observara o que se encontrara a su
alrededor, sería capaz de describir que ella no se encontraba frente a ellos,
sino que estaba en otro lugar, que su mente estaba distanciada de su cuerpo, no
obstante, bastaba llamarla por su nombre un par de veces y ella volvía, Frígida
siempre volvía, amaba su casa, amaba la vida y por eso sonreía en todo momento
cuando su alma volvía al cuerpo, quiénes compartían junto a ella, sólo percibían
que había tenido algún sueño o visión, pero lo que desconocían era que ella
estaba siendo llamada desde otra dimensión y que cada vez que volvía no era la
misma, algo había aprendido y este aprendizaje era sólo el comienzo de la
historia de su vida, de la biografía de Frígida.
En uno de esos viajes astrales que
tenía en plena vigilia, había visto a su madre, sentía cómo ésta le sonreía y
la abrazaba, la mecía, pero tal vez fuesen sólo sus deseos irrealizados, más de
una vez la llamó por su nombre, Alba, pero ella sólo le contestaba con un leve
destello que manaba de sus labios, cuánto la amaba, pero nunca la podría volver
a ver, sin embargo, su creencia más recóndita la hacía pensar en que esas
visiones no podrían ser irreales, que ella aún existía en otra dimensión, quizás
no en la misma que ella, pero aún podría contactarla. Así fue que en su
adolescencia se volvió una asidua lectora de libros de temáticas ocultistas,
metafísicas, parapsicológicas e incluso de magia negra y hechicería, nunca se
lo reveló a nadie, hasta que se decidió llevar a la practica lo que se
encontraba en sus manos, reunió el material necesario, se encerró en su
habitación, se aprendió de memoria frases que en un principio parecían no tener
sentido y que para ella eran de un dialecto desconocido, las que luego de
varios intentos fallidos la estaban haciendo darse por vencida, pero ella sabía
que no era como las demás personas, que poseía algo especial, que esas visiones
eran verídicas, así que no desistió e intentaría algo más fuerte, algo que la
uniera con el otro mundo, pero era muy riesgoso, ya que pondría en peligro su
propia vida.
Escarlata, su gata de casa se
encontraba merodeando los alrededores, sus ojos brillaban claros ante la más
profunda oscuridad de la noche y su pelaje negro como el azabache se asemejaban
a los ojos de su dueña, quien la llamó donde ella se encontraba y cerró la
puerta. Sangre espesa manaba de una de sus venas, estaba pálida, su brazo era
un torrente que había dejado sendas huellas en la alfombra, tomó rápidamente un
espejo, que ya contenía algunas gotas de su propia sangre y se lo enterró en
una de las patas delanteras a Escarlata, quien emitió un sonido agudo de dolor.
Ya era de noche, Frígida se encontraba débil frente a su cama, con un trozo de
espejo en su mano, se sentía desfallecer y ya casi desmallada comenzó a recitar
las palabras que aún bullían en su mente y sus ojos se cerraron. Estaba en su
cama, leyendo un libro de Edgar Allan Poe, el gato negro y Escarlata estaba
posada en su regazo, ¿Había sido un sueño o quizás una pesadilla? Miró su
muñeca, no tenía ningún rasguño, no obstante, sentía una fuerte punzada, miró a
su alrededor y había un espejo que le daba claridad al cuarto. Se levantó de su
cama y se acercó al espejo y un reflejo de ella misma le sonrió al otro lado de
éste, luego como si fuese su sombra se aproximó a ella y la miró a los ojos; Frígida
cayó desmayada al suelo.
Al despertar se encontraba de pie
frente al espejo y al mirarse frente a éste, se contempló a sí misma desmayada
al otro lado, ¿qué había pasado? No lograba entenderlo, pero sentía que no se
encontraba en su cuerpo, pues otra voz hablaba en su mente o ¿acaso se estaba
volviendo loca? Dio unos pasos por la habitación y escuchó la voz de una mujer
que entraba a su habitación y que la llamaba por su nombre, era su madre, quien
al verla la abrazó y le preguntaba si algo le ocurría, Frígida respondió que
nada. ¿Había funcionado el hechizo, había hecho magia? Su madre le preguntó si
se encontraba bien, ella no sabía qué responder, sólo se sentía extraña, pero
feliz, así que abrazó a su madre, pero de nuevo estaba la punzada en su muñeca
y de a poco se le abrió un corte, su madre anonadada intentó sanarla, pero ella
se alejó y tomó a Escarlata en sus brazos y dijo que pasaría, pero la sangre
emanaba cada vez más en aumento, luego su vista se volvió borrosa y cayó
desplomada en el suelo, pudo abrir unos instantes sus ojos y miró nuevamente a
través del espejo, vio cómo estaba su cuerpo al otro lado de pie y ella estaba
desmayada desde este otro lado, ¿qué sucedía, acaso se habían invertido las imágenes?
Pero sentía que no podía volver y que aquel reflejo le sonreía, ella ya no
estaba en su cuerpo, no podía hablar, Frígida ya no se movía, su gata no
estaba, dónde había ido, luego miró el espejo y se vio a sí misma, pero no era
ella quien le llamaba la atención, sino que quien la observaba era su gata, se
acercó al espejo, no podía ser, su cuerpo se había transfigurado, ella estaba
en el de Escarlata, el reflejo seguía sonriendo, su madre ya no estaba, Frígida
lloró encerrada en ese cuerpo que no era el suyo y quiso decir unas palabras,
pero sólo un maullido brotó de ella, estaba atrapada dentro del espejo, una trizadura
desde el otro lado y la oscuridad se apoderó del cuarto, el espejo ya no estaba.
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