Don Quijote, diestra espada en mano mirando fijo al horizonte buscaba a su Dulcinea, a paso firme y raudo sobre su corcel. Tras él, Sancho sobre su propio rumiante batallaba con lobos en el bosque, siguiendo a su hidalgo caballero andante paso a paso. –las ramas se mecían silenciosas de un lado a otro y la sombra del sol, reflejaba una triste figura, un maltrecho rocín y una silueta de obesa forma, seguida de ramas que acechaban sobre las demás.-
Dulcinea llegó frente a su noble caballero, después de tanto buscar, a ratos se abrazaban, a ratos se separaban y Sancho volvía una y otra vez contra montaraces lobos de un bosque. –Las ramas oscilaban una y otra vez por el raudo viento.- De pronto el árbol se convirtió en molino y Miguel despertó, su mente divagaba sobre el libro que tenía en sus manos. Era un libro de caballería, al igual que los muchos que tenía de estirpe española sobre sus piernas y a sus costados. Se había consumido toda la tarde leyendo y aún somnoliento, salía de su última siesta.
Abrió los ojos, miró fijamente el árbol que estaba sobre él y gritó, ¡Qué ingenioso hidalgo soy! Confundido estoy por esa mancha sobre el árbol que sobre mi cabeza me cubre del sol –aludiendo a la sombra oscura que le propinaba el árbol- de cuyo nombre prefiero no acordarme, ¡cuánto calor hay en esta cervantina ciudad! –Exclamó.- Mis desvaríos febriles, me han hecho encontrar al caballero de cuyo libro aún no se ha escrito.
Dulcinea llegó frente a su noble caballero, después de tanto buscar, a ratos se abrazaban, a ratos se separaban y Sancho volvía una y otra vez contra montaraces lobos de un bosque. –Las ramas oscilaban una y otra vez por el raudo viento.- De pronto el árbol se convirtió en molino y Miguel despertó, su mente divagaba sobre el libro que tenía en sus manos. Era un libro de caballería, al igual que los muchos que tenía de estirpe española sobre sus piernas y a sus costados. Se había consumido toda la tarde leyendo y aún somnoliento, salía de su última siesta.
Abrió los ojos, miró fijamente el árbol que estaba sobre él y gritó, ¡Qué ingenioso hidalgo soy! Confundido estoy por esa mancha sobre el árbol que sobre mi cabeza me cubre del sol –aludiendo a la sombra oscura que le propinaba el árbol- de cuyo nombre prefiero no acordarme, ¡cuánto calor hay en esta cervantina ciudad! –Exclamó.- Mis desvaríos febriles, me han hecho encontrar al caballero de cuyo libro aún no se ha escrito.
Autor: José Chamorro, enero 2016.
Mi primer escrito del 2016, mi propia versión de cómo nació El Quijote.
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