Llegaste a mi vida como cae la
lluvia de invierno, sin demora a su debido tiempo. Era una fría tarde que
trastocaba hasta el alma, pero ahí estabas tú, impasible en el asiento de al
lado del bus, aguardando a partir. Sólo atiné a sonreírte y decir que me sentaría
a tu lado. Al atravesar ese breve espacio que separa dos asientos de un bus, el
roce de nuestros cuerpos me produjo un espasmo electrificante, como si el
universo se hubiese alineado en ese instante para que nuestras vidas y cuerpos
se encontraran en ese preciso lugar. Ahí supe que no sería como cualquier
viaje.
Destinados
como si nuestras vidas estuviesen impresas desde siglos, en esa espera constante
nos encontramos como si nos hubiésemos buscado donde un viaje no premeditado
nos unió. Tu silencio comunicaba palabras deseando ser pronunciadas, por ello
decidí empezar la conversación, sin presiones, ni palabras pensadas, sólo
deseaba escuchar tu voz y conocer más de ti. Me dijiste que viajabas a Chillán
y yo sin dudarlo, apunté: -Ése también es mi destino.- Y desde ese momento,
durante el viaje no paramos de hablar de nuestros sueños, vivencias, anécdotas,
de la vida, el amor y la muerte. Parecía que nos conociésemos de toda la vida y
este viaje nos hubiese aguardado para reencontrarnos. Por primera vez en mucho
tiempo sentí que me podía volver a enamorar, luego todo fueron situaciones
superpuestas unas a otras, como un mosaico artístico.
La cercanía
que manteníamos hizo que nos apoyáramos el uno sobre el otro y al llegar la
despedida, tus labios marcaron esa melodía encantadora de quién se sabe amante,
furtivos tus besos rozaron mis labios esperando correspondencia, enjuiciados nuestros
actos eran aguardados por nuestros cuerpos, que a gritos clamaban poseerse,
sentir la calidez de los instantes prófugos de dos amantes que se conocieron en
otra tierra, en otros lugares. Eran dos jóvenes almas a la espera de un amor
sin límites, enamorados por los versos de esa lluvia cuyas gotas inventaban
poemas, nocturnos, claroscuros, ausentes de melancolía. Todo eso fue pasado.
Ahora estabas
tú, mis manos acariciando el ápice de tu boca, mis brazos entrelazados por toda
tu humanidad frágil y maravillosa como la juventud. Alcancé a pronunciar con el
hilo de mi voz un te quiero, un ¿te volveré a ver mañana?, se me escapó agónico.
Mi corazón latió rápido vaticinando tu respuesta. Exclamaste un sí de
correspondencia, que fue el inicio de nuestro romance invernal. El bus seguiría
su marcha, debía volver a partir. Me bajé con la convicción de reencontrarnos
al día siguiente para hacernos camino por la ciudad.
Autor:
José Chamorro, 14/7/2016
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