Ir al contenido principal

Lucidez creativa o resignación: La inminencia de la muerte.


¿Al final de la vida renegar de la propia existencia, la escritura y la creación artística es un acto de lucidez creativa o resignación ante la inminencia de la muerte?

            Sin duda alguna tal vez solo nos quedarán las experiencias y ni aun ello nos llevamos a la tumba. Pues todo se va con la vida misma, lo que fue, lo que fuimos, aquello por lo que luchamos hasta el último instante de  nuestra existencia terrena. ¿Vale la pena entonces vivir si nos sabemos desde que nacemos seres para la muerte?, ¿En qué momento tomamos consciencia del paso del tiempo, de que nuestros cuerpos se desgastan, hasta sucumbir? La muerte es una realidad, pero la invisibilizamos o renegamos de ella mientras vivimos, pero está ahí, latente y acechando recordándonos que el tiempo es efímero y que tenemos las horas contadas.

Las decisiones de las que nos hacemos cargo en este omnipresente devenir de experiencias vitales a ratos nos traicionan y nos juegan al azar con los reveses del destino. ¿Cuántas veces nos hemos caído y nos hemos vuelto a levantar?, ¿Dónde nace la fuerza vital y las ganas de darlo todo una vez más, aunque sepamos que la mayor satisfacción es solo haber vivido? Tal vez ahí radique la respuesta. Lo que cuenta no es huir ante el sobrevenir de la muerte, sino en cuánto de nuestra esencia dejamos en las huellas del andar, ese caminar intrínseco al ser humano, que aun con sus vicisitudes, merece la pena experimentarlo. La vida es un continuo experimentar, atreverse, aun cometer errores, puesto que de ellos nace la voluntad de resurgir una vez más. Desde el más allá silencioso de los días atormentados, en los que no sabemos dónde ir, en que nuestros rumbos se sumergen en la deriva de las indecisiones, de las incertidumbres, del no saber cuál es el camino que debes elegir. ¿Y ahora qué? Una nueva oportunidad para vivir plenamente, para sentir y enamorarse con los sonidos más profundos de la tierra, ese eco perenne que nos hace humanos. Ser conscientes de nuestra mortalidad es el obsequio que aun los dioses desearon poseer, vivir  es probablemente el acto más rebelde que podemos acometer contra el destino, en una cultura y sociedad donde no trabajamos para vivir, sino que vivimos para trabajar. Es ahí cuando nos olvidamos de vivir el presente, el ahora, puesto que es lo único que nos queda y precisamente es nuestro mayor regalo.

En la vida prima la ley del todo o nada, vivir o morir, no hay tintas medias. A veces podemos habitar físicamente una existencia, sin embargo, cuánto autómatas no nos cruzamos en las calles de las ciudades, personas que como borregos transitan hacia la muerte.  ¿Qué sucede cuando en ese acto de cordura, lucidez si se desea perdemos aquello por lo que tanto se ha luchado día a día?, cuánto estuvimos dispuestos a dar por la escritura o la trascendencia, ese eternizar de momentos que no regresarán. Todo, sin duda, absolutamente todo se puede desvanecer en un momento fugaz y la manivela del reloj, inexorable, implacable con su hoz nos advierte que nuestra función está a punto de llegar a su final.


                                    José Patricio Chamorro                                  31 agosto 2017.

Comentarios

Entradas populares de este blog

"La Hormiga", Marco Denevi (1969).

A lo largo de la historia nos encontramos con diversas sociedades, cada una de ellas con rasgos distintivos, de este modo distinguimos unas más tolerantes y otras más represivas. No obstante, si realizamos un mayor escrutinio, lograremos atisbar que en su conjunto poseen patrones en común, los cuales se han ido reiterando una y otra vez en una relación de causalidad cíclica, que no es más que los antecedentes y causas que culminan en acontecimientos radicales y revolucionarios para la época, los que innumerables veces marcan un hito indeleble en la historia. Lo anteriormente señalado ha sido un tema recurrente en la Literatura universal, cuyos autores debido al contexto histórico en el cual les ha tocado vivir, se han visto motivados por tales situaciones y han decidido plasmar en la retórica sus ideales liberales y visión en torno a aquella realidad que se les tornaba adversa. Un ejemplo de ello es el microrrelato “La Hormiga”, cuyo autor es Marco Denevi, del cual han surgido

Ensayo, “Los chicos del coro, una película que cambiará nuestra mirada hacia la pedagogía”.

En la película, los chicos del coro, vemos una realidad de un internado ambientado en la Francia de 1949, bajo el contexto de la posguerra. Esta institución se caracteriza por recibir a estudiantes huérfanos y con mala conducta, que han vivido situaciones complejas en términos de relaciones interpersonales, pues muchos de ellos han sido abandonados o expulsados de otras instituciones. Con el fin de reformarlos el director del internado Fond de I’ Etang (Fondo del estanque), aplica sistemas conductistas de educación, sancionadores y represores como encerrarlos en el “calabozo”, una especie de celda aislada cuando se exceden en su comportamiento. Sin embargo, la historia toma un vuelco con la llegada de Clément Mathieu, músico que se desempeña como docente y quién aplicará métodos no ortodoxos en su enseñanza los que progresivamente irán dando resultados positivos en los chicos.                 Respecto a las temáticas que se abordan en la película, por un lado resaltan los a

La taza rota.

Esa noche había llegado tipo diez, hacía un clima enrarecido, hacía frío, pero sentía calor, quizás no era el tiempo, tal vez era yo, no lo sabía, pero algo pasaba y si bien hasta cierto punto todo parecía normal o aparentaba serlo, algo había cambiado. Llámese intuición, dubitación o sospecha, en aquella casa a la que llegaba a dormir sucedía algo que había desestabilizado y quebrantado la rutina, no era sólo que mi mundo cambiase, sino que la realidad hasta cierto punto superaba la ficción, el tiempo ya no parecía correr a pasos agigantados, sino que incluso se detenía en estática parsimonia, para lo que sólo me bastó observar el reloj que se encontraba en la pared, en la esquina opuesta a la puerta de entrada a la casa y, efectivamente, las horas y minutos en aquel reloj no avanzaban, sino que las manecillas se habían paralizado de por vida, lo pensé unos instantes y no había explicación para ello, salvo que se hubiese quebrado, caído o algo por el estilo, en fin, lo consideré só