El filósofo de la inquietud en movimiento, quizás la palabra precisa para comenzar a relatar la anécdota de un pesonaje que vive en continúo peregrinar, de cada persona que atraviesa nuestra vida se aprende y asimos una nueva experiencia, pues si bien somos capaces de aprehender la interioridad de otro a través del lenguaje, a veces la deriva misma a la que nos llevan nuestras decisiones y libre albedrío, cada decisión juega un papel relevante en nuestro próximo paso a seguir, en el conocer a alguien durante unas horas y comprender que es capaz de introvertirse en nuestro mundo y que la percepción de cada uno, si bien puede ser unívoca, siempre habrá alguien con quien compartirla, independiente en el lugar que nos encontremos, ya que el espacio lo hacen las personas.
La vida, el flujo vital está en una ola de vaivenes, en la singularidad de nuestra percepción, a veces aquella persona llega y aparece de pronto en nuestro campo perceptual dado la sintonía que emitimos al universo, a través de la verbalización, del continúo transmitir y externalizar nuestros pensamientos, que independiente de donde nos encontremos producimos un efecto tal, que el universo en su completud nos inunda en su juego batahólico, como si se produjera el tal llamado efecto mariposa. Es así que funcionamos en una psinergia de experiencias, en un estricto orden no azaroso, donde el determinismo no es tal, sino que nos vamos haciendo en el camino, uno sigue su rumbo, una dirección establecida, pero siempre existe la posibilidad de alterar el recorrido, percibir algo que no estaba, pues el tiempo no es estático, así como tampoco nosotros, que siempre tenemos la posibilidad de regodearnos en la posibilidad de un nuevo camino que se abre enraizándose en la instantaneidad, donde se truncan lo no posibilitado, el devenir de nuestras existencias, el compartir junto a otro, escoger y revivir cada segundo en su unicidad, donde jamás se repetirá el instante, pero lo momentáneo es precisamente la gracia del vivir, absorber la experiencia vital, fijarse en el sonido de los árboles, en el ruido que emiten las hojas al caer, en el fluir del viento, que precisamente ayer causaba estragos en un verano infernal, en una de las ciudades más climatizadamente dantescas que podemos habitar.
La vida, el flujo vital está en una ola de vaivenes, en la singularidad de nuestra percepción, a veces aquella persona llega y aparece de pronto en nuestro campo perceptual dado la sintonía que emitimos al universo, a través de la verbalización, del continúo transmitir y externalizar nuestros pensamientos, que independiente de donde nos encontremos producimos un efecto tal, que el universo en su completud nos inunda en su juego batahólico, como si se produjera el tal llamado efecto mariposa. Es así que funcionamos en una psinergia de experiencias, en un estricto orden no azaroso, donde el determinismo no es tal, sino que nos vamos haciendo en el camino, uno sigue su rumbo, una dirección establecida, pero siempre existe la posibilidad de alterar el recorrido, percibir algo que no estaba, pues el tiempo no es estático, así como tampoco nosotros, que siempre tenemos la posibilidad de regodearnos en la posibilidad de un nuevo camino que se abre enraizándose en la instantaneidad, donde se truncan lo no posibilitado, el devenir de nuestras existencias, el compartir junto a otro, escoger y revivir cada segundo en su unicidad, donde jamás se repetirá el instante, pero lo momentáneo es precisamente la gracia del vivir, absorber la experiencia vital, fijarse en el sonido de los árboles, en el ruido que emiten las hojas al caer, en el fluir del viento, que precisamente ayer causaba estragos en un verano infernal, en una de las ciudades más climatizadamente dantescas que podemos habitar.
A veces pienso en cómo descentrañar las encrucijadas de la vida, en el compartir la experiencia de reconocer y reconocernos en el otro o en nuestra propia individualidad, para comprender a través del transcurso de nuestras vidas, cuál es su significación, resignificarla, a través de la filosofía, de la música, del arte, de los sentidos. Música que está en el aire, en la materialidad de nuestra percepción, en el percibir lo que otros no han percibido, en comunicar de manera especial y quizás única, nuestra pasión interior. A veces un relato, un pasado ya ido, un día vivido deviene en la hoguera de nuestra existencia, así como Kafka, quemar la esencia de nuestra escritura, para reinventarnos, rehacernos como un nuevo amanecer, que será siempre un nuevo comienzo, ¿para qué recordar el pasado, cuando es mejor vivir el presente? Concentrarnos en el ahora, que jamás se producirá nuevamente, ya que cada palabra, cada segundo es único y no podemos dejar que la vida se nos vaya en ello, sino en atrevernos a vivir, a proyectar nuestro espíritu en las cumbres de la filosofía de lo cotidiano, en el hálito de nuestro humus corpóreo, en la poesía musicalizada, en la luna llena de una noche estival en la ciudad que arde, en la noche del apocalipsis de los tiempos, en la marca y huella existencial de quién ha nacido para dejar paso a paso, el sello de su universo errante, peregrinamente existencial.
Pd: Dedicado a quién conocí hace unos días, el filósofo de la inquietud en movimiento jorge cocio (musica) (j_cocio).
José Patricio Chamorro. 15/1/2014.
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