Cada vez soy un mayor convencido de que la sociedad en la que vivimos, alienante, enajenante, acelerada, performativa, transformadora y retentiva es un acopio de psinergias que no permiten el desarrollo íntegro del ser humano. Pues lo anterior para mí es un modo de operar, es entender el fundamento social y el origen, causa y efecto de aquel funcionar, ya que como cualquier ciudadano promedio al hacer uso del transporte colectivo te das cuenta que las malas practicas están a la orden del día, se lucha competitivamente día a día contrareloj por obtener un puesto, ubicación espacial y que finalmente entre los millones de personas que viven en nuestro país, “ser alguien”, lo que conlleva claro está a la ideología del cartón, de luchar por un título personal que dé cuenta de tus capacidades y logros en la vida, pero que al fin de cuentas no es más que la muestra consciente o no, de cómo se constituye el eslabón social, que para obtener trabajo, al menos de prestigio, se vuelve estrictamente necesario, casi de igual modo para que puedas detentar tus ideas personales.
Cuántos hay que son silenciados por el sistema, orpimidos que luchan por subsistir a diario, día tras día veo aquellos rostros, donde se denota el estilo de vida que han tenido que llevar y, si hay algo que me parece interesante, es ante todo las miles de historias que se pueden apercibir en la locomoción colectiva, donde transitan los más variados y variopintos tipos de personas, de toda índole, cada uno con su biografía personal y de por qué está ahí en aquel momento. Es así que uno pierde la cuenta de las personas con quiénes se cruza en la vida, por los tan variados lugares y las mil y una vueltas que da ésta, de los cientos de momentos vividos y recorridos junto a otros o en soledad, por ello lo ideal es vivir el presente, la conversación del momento, escuchar atentamente al otro, que por los azares y avatares de la vida, en aquel momento está sentado a tu lado, quién sabe las historias que se pueden germinar, al fin de cuentas lo que más sobresale en nuestra sociedad es la soledad, el abandono y el prejuicio, donde el malestar y el inconformismo es pan de cada día, donde suele faltar el pan, en esa lucha incesante por recorrer cientos de horas para llegar a tu destino, tu hogar o trabajo, pese a que soy fiel creyente que el destino se lo hace uno, claro está, las más de las veces, no todos pueden decir lo mismo.
Hoy me quedé contemplando como lo hago a menudo la inmensidad de Santiago, sus amontañados edificios que bordean de norte a sur, este a oeste la ciudad en la nocturnidad poética que se cierne bajo mis ojos y me preguntaba, cuánto me queda por vivir, hacer, esuchar y compartir, sólo la vida lo dirá, lo que sí, estoy dispuesto a escuchar y ceder mi tiempo a otros, ya que aquello engrandece la vida humana.
A las memorias de un solitario escritor tardes de marzo, Santiago 18-19/3/2014
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