Ir al contenido principal

A las memorias de un solitario escritor. (Recuperado de: Tardes del 22 y 22 marzo 2014).

En el mundo cada vez que lo recorremos y salimos a su encuentro, nos vemos enfrascados en un tiempo y espacio determinados. Son precisamente estos últimos los que en el último tiempo me han llamado la atención, pues éstos los podemos personificar, ponerles nuestra esencia, armarlos y desarmarlos a nuestro antojo. En fin, habida cuenta de habitarlos. 

Los lugares cobran sentido para nosotros en la medida que le brindamos coherencia, los hacemos habitable con nuestros gustos y preferencias, a algunos los preferimos cerca del mar, la naturaleza, donde ingrese el aire límpido y fresco, aromáticos, alejados del ruido, coloridos, pintorescos, arquitectónicos, arabescos, chilenos, antojadizos o remotos, los hay para todos los gustos, otros los prefieren cercanos a la tierra, en las alturas, desérticos e incluso compartidos. Espacios los hay para las preferencias más variadas e inverosímiles, donde hagamos nuestras vidas, donde fluyamos con el flujo del tiempo, donde solemos poner calendarios, relojes que marquen nuestra estancia en él. No obstante, al ser el tiempo, relativo, no es más que una convención para guiarnos, además solemos agregarles valores sentimentales a los espacios, pues en ellos generamos recuerdos, desde el primer día que estamos en ellos, donde tenemos tristezas, alegrías, encuentros y desencuentros, pues en los espacios suceden cosas, nos encontramos con otros y con nosotros mismos, a veces los atiborramos de libros, para quiénes ésta es nuestra pasión, en otras circunstancias de arte y escritura, de cuadros de otros períodos y épocas. Los hay también consumistas, como los centros comerciales, los hay recreativos, como los parques y plazas; siempre habrá para regodearse, ya que el fin último es ser felices en ellos. También generamos en ellos el principio de pertenencia, ya que al dejar parte de nosotros en ellos, una esencia, parte de nuestra vida y consciencia queda plasmada y ello se nota en la átmosfera que generan las personas, sus energías, entusismo, respiración y fragancias. Todo lo anterior se puede percibir en el espacio habitado por alguien, inclusive cuando ya no está en la existencia terrena. 

Aquellos que poseen un don extrasensorial captan mejor todo aquello, cuánta energía pueden captar de tan sólo una persona, su aura y claro está, es el sello distintito de quién habitó aquella habitación, casa o terreno. Aunque abandonemos este mundo terrenal, siempre dejaremos una huella tras nosotros, lo que somos, lo que fuimos, la energía vital es nuestro poder más oculto y misterioso, que da cuenta de todo lo que somos capaces de hacer en esta vida, en nuestro tránsito del habitar.

Los espacios se pueden transformar, a diario los llenamos o vaciamos de objetos, según nuestro apego y pensamiento materialista, en una sociedad donde el acumular bienes materiales, se sobrepone por sobre los bienes espirituales, creemos que entreás cosas tenemos, poseemos, mejor status social y aceptación tendremos por los otros, pero cuán errados estamos si es que no logramos lo más importante y fundamental en la vida: la felicidad.

Las más de las veces y así lo he confirmado en diversas interacciones sociales, a través de los pequeños detalles, tales como contemplar un atardecer o una sonrisa, podemos alcanzar algo más profundo e inefable que otros no logran ni por asomo percibir. 

A las memorias de un solitario escritor tardes de marzo, Habitar los espacios, Santiago 21-22/3/2014

Comentarios

Entradas populares de este blog

"La Hormiga", Marco Denevi (1969).

A lo largo de la historia nos encontramos con diversas sociedades, cada una de ellas con rasgos distintivos, de este modo distinguimos unas más tolerantes y otras más represivas. No obstante, si realizamos un mayor escrutinio, lograremos atisbar que en su conjunto poseen patrones en común, los cuales se han ido reiterando una y otra vez en una relación de causalidad cíclica, que no es más que los antecedentes y causas que culminan en acontecimientos radicales y revolucionarios para la época, los que innumerables veces marcan un hito indeleble en la historia. Lo anteriormente señalado ha sido un tema recurrente en la Literatura universal, cuyos autores debido al contexto histórico en el cual les ha tocado vivir, se han visto motivados por tales situaciones y han decidido plasmar en la retórica sus ideales liberales y visión en torno a aquella realidad que se les tornaba adversa. Un ejemplo de ello es el microrrelato “La Hormiga”, cuyo autor es Marco Denevi, del cual han surgido

Ensayo, “Los chicos del coro, una película que cambiará nuestra mirada hacia la pedagogía”.

En la película, los chicos del coro, vemos una realidad de un internado ambientado en la Francia de 1949, bajo el contexto de la posguerra. Esta institución se caracteriza por recibir a estudiantes huérfanos y con mala conducta, que han vivido situaciones complejas en términos de relaciones interpersonales, pues muchos de ellos han sido abandonados o expulsados de otras instituciones. Con el fin de reformarlos el director del internado Fond de I’ Etang (Fondo del estanque), aplica sistemas conductistas de educación, sancionadores y represores como encerrarlos en el “calabozo”, una especie de celda aislada cuando se exceden en su comportamiento. Sin embargo, la historia toma un vuelco con la llegada de Clément Mathieu, músico que se desempeña como docente y quién aplicará métodos no ortodoxos en su enseñanza los que progresivamente irán dando resultados positivos en los chicos.                 Respecto a las temáticas que se abordan en la película, por un lado resaltan los a

La taza rota.

Esa noche había llegado tipo diez, hacía un clima enrarecido, hacía frío, pero sentía calor, quizás no era el tiempo, tal vez era yo, no lo sabía, pero algo pasaba y si bien hasta cierto punto todo parecía normal o aparentaba serlo, algo había cambiado. Llámese intuición, dubitación o sospecha, en aquella casa a la que llegaba a dormir sucedía algo que había desestabilizado y quebrantado la rutina, no era sólo que mi mundo cambiase, sino que la realidad hasta cierto punto superaba la ficción, el tiempo ya no parecía correr a pasos agigantados, sino que incluso se detenía en estática parsimonia, para lo que sólo me bastó observar el reloj que se encontraba en la pared, en la esquina opuesta a la puerta de entrada a la casa y, efectivamente, las horas y minutos en aquel reloj no avanzaban, sino que las manecillas se habían paralizado de por vida, lo pensé unos instantes y no había explicación para ello, salvo que se hubiese quebrado, caído o algo por el estilo, en fin, lo consideré só