Ellos se conocieron. Quizás se enamoraron. Tal vez se dijeron te amo o probablemente fue en un sueño que nunca existió.
La vida, el recuerdo mismo de haberla vivido con la intensidad que la acompaña en un café de medianoche o una caminata por calles de países desconocidos. Noches prófugas que se escabullen entre los dedos de amores incomprendidos. Ambos se encontraban aquella noche rumbo a sus destinos, al que pudieron no haber llegado o en los que nunca se hubiesen conocido.
Se toparon en esas callejuelas parisienses o en un viaje por Roma o por qué no por las míticas aguas venecianas. Sin embargo, nada de aquello pudo haber ocurrido si ella hubiese dicho te amo y él hubiese dicho te quiero. No necesitaban pronunciar aquellas palabras llenas de ilusión, pues para quiénes desean compartir toda una vida, las cómplices miradas son aliciente suficiente. Pues ellos se sabían hechos para la muerte y que aquella noche sería la única de sus vidas en las que desbordarían pasión. Por ello decidieron simplemente besarse y contemplar la noche abrazados y entrelazados como prisioneros de sus almas, de sus besos y caricias.
Guardaron silencio, pues con una mirada lo decían todo y con un gesto que parecía no expresar nada, él daba una sonrisa enamorada y ella elevaba sus ojos en busca de una promesa que fue y nunca existió. No hubo fotografía de los instantes, tampoco nadie los vio aquella noche, luego tras separarse, ambos siguieron su camino por donde vino, no hubo despedidas, ni un adiós, sólo una mirada cómplice, un recuerdo en la memoria y sólo ellos supieron que aquella noche hicieron el amor.
José Patricio Chamorro Jara.
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