Copiapó desde que llegué me ha parecido una ciudad con sabor a realismo mágico. Sus plazas, sus calles, su patrimonio y su gente. Caminando viví tres extraños momentos a menos de media cuadra. En la plaza a un costado se encontraban un grupo de evangélicos en actitud salvífica y, al otro un grupo de carabineros guiados a ser gente de bien, a quiénes su teniente daba instrucciones de lo que se esperaba de ellos como institución y cumplir con su deber.
Finalmente, en la vereda del frente dos amigos con una seriedad muy propia de los intelectuales decimonónicos, discutían sobre la importancia de la filosofía y su necesidad,más que nunca en nuestros días.
Después de todo, el mundo se ha construido de buenas intenciones. Más que mal, la mano del hombre o la mano divina más de un cambio han de lograr.
23 octubre 2018.
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