En una fría tarde de invierno ella llegó al hostal. Risueña, jovial y de enérgica actitud. Una mujer con un mundo de sueños por cumplir con el ímpetu de quien a su corta edad ha vivido más de lo que puedo contar.
Aquella tarde en la región de Ontario en la ajetreada Toronto en Canadá, mientras sorbía el último rescoldo de mi café, ella con su singular voz me saludó en inglés, pero su acento la delataba. Tras este breve saludo y con la sorpresa de dos jóvenes que encuentran refugio en su lengua compartida en clara señal de una identidad común, ella me comentó que era colombiana y que se llamaba Darly, que había llegado primero a Montreal, que para mi imaginario mental solo sería una escala en su travesía de un Odiseo contemporáneo de quien ya no solo anhela el hogar, sino que busca cual Eneas, instaurar uno nuevo.
Con tan solo 19 años con la vista al frente y con la seguridad de quien sabe que todo sacrificio trae su recompensa ella llegó a Quebec, sin parpadear enfrentó a los oficiales de migración, quienes querían detenerla a su paso y deportarla por entrada ilegal. Después de intensas horas de tortuosos interrogatorios y casi sin probar bocado, un alma caritativa como un ángel enviado desde el cielo se apiadó de ella. Un señor que le recordaba a su abuelito y del cual solo guardaba sus memorias.
Sin sus papeles, sin visas y sin su pasaporte para volver a su país, ella se acogió como refugiada. Después de un largo proceso mientras esperaba su audiencia, el gobierno canadiense le asignó un abogado, asistencia social, médica y divisas para sobrevivir los días que fuesen necesarios. Sin embargo, no sería todo para nuestra protagonista, ella comenzó sintiendo fuertes dolores de cabeza tan intensos, que no le permitían continuar hasta tal punto que fue necesario ser sometida a una cirugía cerebral.
Viéndose entubada, postrada en una cama, en un país y una lengua que no era la suya, después de semanas que se tornaban meses, decidió continuar. Montreal en cuarentena por la pandemia de Covid 19 y ella con cuarentena obligatoria, no pudo conocer en detalle aquellas hermosas avenidas y arquitectura afrancesada como hubiese deseado. Mas tuvo que llegar a un refugio donde llegaban todo tipo de personas, donde los robos, el mal dormir y la preocupación constante por la propia seguridad eran pan de cada día. No obstante, sus días lograron ver nuevamente la luz. Agradecida del gobierno canadiense después de todo, quien pagaba sus clases regulares de inglés, logró hacerse entender y abrirse camino. Fue así que un día un joven árabe, quien llegó al refugio en ayuda de un camarada, la conoció y sin pensárselo dos veces, conminó también su ayuda a Darly.
Sin imaginarlo Darly se vio a sí misma viviendo junto a 7 hombres árabes, quienes lejos de aprovecharse de las circunstancias la protegían y cuidaban tal blanca nieves perdida en el bosque. En el tiempo que estuvo junto a ellos, no solo aprendió sus costumbres, palabras, a comer como ellos en comunión y percibir el entorno como ellos. Su percepción de la cultura árabe como un mundo misógino dió un vuelco de 180°. Ellos inclusive el tiempo que Darly estuvo allí cambiaron sus hábitos, sus vecinos, latinos al igual que ella le comentaron que desde que llegó, ya no se sentía olor a marihuana, inclusive pareciera que ellos se esmeraban por hacer de la estadía de nuestra protagonista un viaje de aprendizajes, anécdotas e historias, inclusive cuando aquellos hombres llegaban a la docena, nuevamente en una lengua y cultura que no era la suya, ella se comenzaba a sentir en casa. ¿Pero la agradable estancia, estaba haciendo olvidar sus propósitos, todo el esfuerzo hasta la fecha quedaría solo en esta escala de su aventura?, ¿cuáles serían sus próximos pasos?
José Patricio, Toronto, Canadá. 28 de enero del 2022.
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