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Reseña del texto teórico-crítico: "Escribir el desarraigo: La alteridad encarnada de Mireia Calafell". - José Chamorro.

La presente reseña aborda el texto “Escribir el desarraigo: la alteridad encarnada”, escrito por Mireia Calafell de la Universitat Autónoma de Barcelona, que se encuentra inmerso junto a una serie de investigaciones en el volumen de “El cuerpo del significante. La literatura contemporánea desde las teorías corporales”, editado por Diego Falconi y Noemí Aedo. El texto aborda desde una perspectiva teórico-crítica diversas reflexiones en torno a la migración y la literatura, asimismo planteando como objetivos específicos reflexionar críticamente acerca de los fundamentos que justifican una literatura nacional, perfilar de qué hablamos cuando hablamos de literatura de la inmigración y, vislumbrar la triple invisibilización de ser mujer, migrantes y escritoras.

En esta línea que si bien es una invitación a repensar múltiples conceptos que subyacen a la hipótesis y planteamiento general “Una sociedad globalizada debe superar el modelo de Estado-nación, país, cultura, como algo sitiado, estancado, pues los muros que antes cercaban la ciudad -lo que era interpretable y asimilable, lo que quedaba dentro de la norma, es decir, lo normal- se han derrumbado para hacer de la frontera – del espacio que ocupaba entonces la tapia – algo característico de la identidad” (Calafell 278); una mirada que nos propone resignificar las fronteras de las literaturas nacionales en un contexto globalizado, donde las fronteras se diluyen y conforman identidades otras.

 

Es así que en una primera línea argumental, la autora desde un juego semántico con las distintas acepciones de la palabra “partir”, nos revela que partir es también estar escindido, dividido, sobre todo cuando un viaje pudiese ser una experiencia definitiva, sin marcha atrás a través de citas textuales de Cristina Peri Rossi y de Inés Fernández Moreno. A partir de lo anterior, Calafell reflexiona en torno a su propia experiencia del viaje y el desarraigo como circunstancias indisociables de un mismo significante, apoyándose igualmente en Teresa Taffarel en relación a la triple significación de partir “partir/esperar/perderse”.

 

Posteriormente la autora hace alusión a las fronteras simbólicas y lo inquietante que resulta ante la ausencia de fronteras físicas “Hemos cruzado, según parece, una frontera y yo sin enterarme (…) Me inquieta no saber en qué momento exacto he abandonado mi país, no haber notado nada al cruzar esta línea que aparece en el mapa” (Calafell 276); en la misma línea reflexiona en torno a la idea de ficción cultural en una lógica binaria de oposiciones “Coordenadas inaccesibles, límites proyectados para que surja el nosotros, esta ficción cultural que se articula como un no-otros a través de una dialéctica de exclusión e inclusión basada en la creencia de que las fronteras delimitan una comunidad estática” (Calafell 276). A partir de lo anterior, cavila en torno a la idea de una separación como consecuencia y ya no como causa que pone en tela de juicio y peligro la noción de identidad de una comunidad nacional, contraponiéndola a la idea del extranjero como amenaza contra esa identidad que busca definirse por oposición, permitiendo así construir su identidad gracias a los otros, a quienes opone.

Otra de las ideas en las que ahonda es en torno a los muros simbólicos, que en sus palabras “aíslan dejando a la intemperie aquello y aquéllos que quedan del otro lado de un aquí aprehensible y comprensible, de los que están extramuros” (Calafell 276).

Asimismo, Calafell señala que la alteridad no es propia, pues somos sujetos nómadas, lo que en sus palabras, nos debe hacer repensar nuestras identidades ya no desde los Estado-nación, sino como una nueva constitución de identidades colectivas. En ese sentido, otra idea nuclear del texto es pensar la identidad desde el cuerpo, para lo cual la autora se basa en Judith Butler donde formula la idea de repensarnos conviviendo con otros, porque vivir socialmente, es estar en manos de otros; haciendo referencia a los planteamientos de la teórica antes mencionada e igualmente en relación con la sobreexposición de los cuerpos.

Desde su propia experiencia de viaje, la autora hace converger la noción de estereotipos identitarios con la realidad contemporánea. Lo que queda en evidencia cuando lo vincula con la idea de lo local que actualmente es el estereotipo vigente, cuestionando a su vez los movimientos de flujos migratorios y su horizontalidad tradicional, que ya no es tal. Asimismo, lo que antes era la periferia, ahora se vuelve una copia de la metrópoli “Se hace posible pensar la contemporaneidad como el proceso en el que lo que antes era la periferia ahora es una copia de la metrópoli- aunque sea una copia periférica- presentada con el calificativo de lo local, tan ligado a las leyes del mercado y del turismo” (Calafell 278).

Otra de las ideas fuerza presentes en el texto es la lógica del dominio con la intención de categorizar para dividir y ordenar la pluralidad “El sujeto que aplica este método y reduce la multiplicidad a la unidad ocupa una posición ahistórica y no contingente, como si no tuviera ideología, como si estuviera fuera del mundo, como si lo sobrevolara” (Calafell 279).

En concordancia con lo precedente, Calafell sitúa las marcas que caracterizan al migrante de manera concreta “(unos ojos, el color de piel, pero también una forma de hablar), así como la falta de una documentación particular (los papeles)” (Calafell 279). Esta concepción permite a la autora abrir otra línea de lectura, refiriéndose a la alteridad como “una manera de desvelarnos como sujetos marcados y abrir así la posibilidad de una ética verdaderamente intercultural” (Calafell 279).

Finalmente, Mireia Calafell hace referencia a la cuestión de la memoria y el olvido, que apertura y cuestiona no solo el conocimiento de los otros, sino que en contrapartida también a nosotros mismos “Hacer memoria debería significar entonces abrir la puerta al otro, porque uno descubre que está constituido por la otredad, que la idea casi mítica de un origen común vinculado al territorio y a la comunidad es sólo desmemoria vestida de verdad” (Calafell 280). En definitiva, la indisoluble imagen del extranjero que se halla en nosotros mismos a través de la escritura del desarraigo, de ese olvidar para hacer memoria y a la lógica de la hibridez, es decir, identificarnos con el otro, para encontrarnos a nosotros mismos. En otras palabras, aceptar que no tenemos una sola identidad, sino que podemos pertenecer a múltiples territorios e identidades en movimiento como reflejo del habitar espacios y territorialidades comunes.

 

 

 

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