La pulsión de muerte como temática constante en la vida íntima y social en los personajes de Andrés Ávalos y misiá Elisa Grey de Ávalos en Coronación de José Donoso.
El trabajo abordará la hipótesis de lectura de la
presencia de la pulsión de muerte como constante que atraviesa el espacio vital
de los personajes protagónicos de la primera novela del escritor chileno José
Donoso, Coronación, publicada por vez primera en 1957 por editorial Nascimento.
A saber, se analizarán los personajes de misiá Elisa
Grey de Ávalos y Andrés Ávalos, cuyas figuras verán afectados cada uno de los
espacios de sus vidas íntimas y sociales, donde la muerte acecha de forma
permanente, emergiendo, desentrañándose y desproveyendo a dichos personajes de
sus certezas, perfilando así líneas de fuga como en el caso de Andrés, donde la
pulsión sexual o Eros está emparejada a la de la muerte (thánatos) en términos freudianos
y, en cambio, frente a la aproximación a esta en el caso de misiá Elisa, le
dará más bien atisbos de lucidez. Recordar que la pulsión siempre surge desde
el interior de los personajes, acometiendo hacia el exterior, la que se torna
inevitable, pues no podemos escapar a sus influjos hasta satisfacerla o bien,
generando un cambio interior en el sujeto-fuente que la produce:
La pulsión, en cambio, no actúa como
una fuerza de choque momentánea, sino siempre como una fuerza constante. Puesto
que no ataca desde afuera, sino desde el interior del cuerpo, una huida de nada
puede valer contra ella. Será mejor que llamemos necesidad al estímulo
pulsional; lo que cancela esta necesidad es la satisfacción. Esta solo puede
alcanzarse mediante una modificación, apropiada a la meta (adecuada), de la
fuente interior del estímulo (14: 114).
En ese sentido se propone analizar e interpretar los
modos de representación y negación en torno a la pulsión de muerte en dos
personajes de la novela Coronación de José Donoso, misiá Elisa Grey de Ávalos y
su nieto, Andrés Ávalos, cuya relación de placer-displacer actúa según los
estímulos a los que se enfrentan los personajes: “El sentimiento de displacer
tiene que ver con un incremento del estímulo, y el de placer con su disminución”
(Freud 14:116).
A modo de objetivos específicos se formulan en primer
lugar interpretar cómo se manifiesta la alusión a la muerte en el personaje de misiá
Elisa Grey de Ávalos; en segundo término, comprender cómo influye y repercute
la constante de la muerte en el personaje de Andrés Ávalos en su vida personal
y social y, por último, la relación presente entre las pulsiones sexuales y de muerte,
conjugadas e indisociables en el personaje de Andrés.
La vida de misiá Elisa en sus últimos años como
nonagenaria estará inexorablemente emparejada a la de su nieto Andrés, quién se
desvivirá por ella, postergándose por décadas, reduciendo su existencia a sus
cuidados. Pese a ello habrá un episodio clave en la novela, cuyo momento
climático provocará una ruptura en la vida de ambos, que es cuando dentro de su
acostumbrada locura e importuna habla, despotrica desbordando toda su amargura interior
hacia el exterior, pero esta vez vino a arremeter contra Estela y Andrés: “¡Chiquilla
templada! ¡Qué, templada no, enferma! ¿Crees que no sé que esta india de
porquería es tu querida … ¡India puta! ¡Las cosas mugrientas que le habrás
enseñado a hacer en la cama! … -Asco debía darte acostarte con esta india que
te va a apegar qué sé yo qué enfermedad (Donoso 69). Lo anterior no hace, sino
evidenciar lo que Freud apuntaba en torno a una de las dos clases de pulsiones
representativas de su teoría: “la pulsión de muerte se exteriorizaría ahora
—probablemente sólo en parte— como pulsión de destrucción dirigida al mundo
exterior y a otros seres vivos” (Freud 19: 42).
Posteriormente, tras el acontecimiento relatado, la
novela continúa su línea argumental centrándose en la figura de Andrés, donde
su vida padecerá una creciente inestabilidad frente a su tranquila existencia
de abogado que bordea la mediana edad, cuyo carácter tímido, perfilado por la
curiosidad innata lo había conducido a convertirse casi de modo natural en una
persona letrada y culta. No obstante, de igual manera verá desestabilizada su
apaciguada vida de soltero, con riquezas y buena fortuna económica heredada de
su familia, pero cuya vida ha sido marcada por la rutina y el tedio,
dedicándose más bien a ideas filosóficas y a disfrutar la vida -en sus términos-,
pese a que su único amigo, el doctor Carlos Gros, le increpa precisamente lo
contrario, que no ha vivido realmente.
En ese sentido de manera consciente, buscó en dichas
lecturas de índole filosófica, pero posteriormente en la poesía e historia, respuestas
a sus inquietudes vitales en relación a la vida y la muerte, pero solo hallaba
en ellas contradicciones e incertezas. Sin embargo, a través de la presencia
del mundo onírico se manifestaba inconscientemente su aversión a la muerte y el
pavor que le provocaba enfrentarse a ella, metafóricamente en la imagen del
abismo como constante en sus sueños:
Solía soñar que iba a toda velocidad
por un larguísimo puente suspendido sobre un vacío … En su veloz ansiedad por
alcanzar la otra orilla, Andrés caía dando gritos de terror al precipitarse en
ese vacío … Ningún libro, ni la filosofía, ni la ciencia –que tantas
discusiones suscitaba con Carlos Gros-, eran capaces de darle medios para
llegar, material y conscientemente, a la otra orilla. Todo desembocaba en cero,
en otra pregunta más, en la interrogante de la muerte (Donoso 84).
La presencia de la muerte como metáfora del abismo
alcanzaba cada vez formas más inusitadas en Andrés, inclusive en su estado de
vigilia como sucedió un día en uno de sus paseos cuando una niña lo señaló como
“cuatrojos”, lo que caló en él profundamente, porque cayó en el peso de su
individualidad ante una realidad despojada de las ataduras y etiquetas de su
clase y posición socioeconómica; era simplemente un transeúnte más “Entonces,
el terror del tiempo y del espacio rozó a Andrés, remeciéndolo. Le flaquearon
las piernas y su frente transpiró con el miedo de los seres que necesitan saber
y que no comprenden el porqué de las cosas … iba a caer en el abismo al final
del puente … en que todo es igual a nada” (Donoso 87).
Esta incertidumbre de saberse despojado de las diferencias
a través de un destino común que es la muerte le causaba cierta tranquilidad,
pues nadie conocía la verdad acerca del misterio de la muerte, lo que lo
llevaba a cuestionarse la validez de buscar respuestas y emplear su vida en
ello. Lo que le dio la fuerza y validación para tener una vida que no se
aventurase a nada, sin ningún compromiso con la vida “Lo único que no era
misterio era saberse existiendo… después venía la muerte, y entonces ya nada
tenía importancia porque todo caía más allá de la experiencia … Lo único
razonable era la aceptación muda e inactiva” (Donoso 88 - 89).
Al verse de cara a la muerte de su abuela, Andrés se enfrenta a
la disyuntiva acerca de su inestable libertad y su propia vida, de sus más
recónditos deseos que habían sido expuestos a la luz ante las palabras
enajenadas de su abuela aquella mañana, haciendo trastabillar su ordenado mundo
construido a partir de su pulcra apariencia y prestancia, pues despertó en él
un aletargado sentimiento de deseo que quizás, siempre estuvo allí:
¡Oh, si su abuela muriera! ¡Si su abuela muriera ahora mismo! …
Andrés, descubriendo temores y deseos que ni él mismo miraba de frente,
mostrándoselos en el espejo deformante de sus palabras de loca. Ahora Andrés
sentía palpitar esos miedos, desnudos, sin nombre aún, inciertos. Pero, si su
abuela muriera, quizás la necesidad de identificarlos jamás llegaría,
concluiría todo peligro, permitiéndole de nuevo tener su orden domado y en las
manos (Donoso
98).
En su álgida discusión con su amigo Carlos Gros,
Andrés cae en la consciencia de la soledad en la que se verá enfrascado tras la
muerte de su abuela, su desapasionada forma de vivir y el no haberse jamás
enamorado en su vida, lo condenan a un inevitable vacío existencial como morir
en vida. Quedando en evidencia el traslape producido entre las pulsiones de vida
y muerte:
Lo que te faltó para enamorarte
verdaderamente de una mujer fue lo mismo que te faltó para enamorarte de una
actividad, o de algún vicio, por último. Te faltó abandono, fe, ese entusiasmo
generoso, esa facultad de admiración emocionada que concede a la otra persona
la importancia de ser única, necesaria … El amor, entonces, es la única gran
aventura que nos queda (Donoso 101).
Ante la evidente proximidad de la muerte de misiá
Elisa, Carlos, amigo de Andrés lo hace caer en la cuenta de que su personalidad,
el bastarse a sí mismo, no ha hecho más que sumirlo en un profundo sentido de
soledad, pues al verse sin su abuela, quién ha sido el centro de su vida,
nuestro protagonista se verá nuevamente vulnerable ante la cercanía de la
muerte: “Andrés pensó de pronto en la muerte de su abuela y, aterrorizado, se
abrazó a la idea de que no debía morir, nunca, y debía seguir viviendo
eternamente, porque si ella muriera él también dejaría de vivir, si es que
había vivido alguna vez” (Donoso 102).
Andrés revivirá sus miedos más ocultos, aquellos que
se han apoderado de su vida construida sobre cimientos inestables, donde
realmente no había vivido, sumiendo su destino a un absurdo del cual pareciera
ser demasiado tarde para escapar:
¿Pero él? Se vio, repentinamente, en
el lecho de muerte, y tuvo el impulso salvaje de huir, de huir aullando de
terror, de retroceder cincuenta años para vivirlo todo de nuevo y de otra
manera … ¿Cómo borrar de una plumada toda su personalidad y su vida para volver
a estructurarla ahora, a los cincuenta y cuatro años? La vida era una sola,
ahora lo veía con claridad. Su abuela iba a morir, y pasarían miles, millones,
miles de millones de años, y de él no quedaría nada … hacia un destino absurdo
e inexistente” (Donoso 103).
Tal como se ha señalado anteriormente, siempre es un
estímulo el que desencadena las pulsiones: “Estela lo ayudó a ponerse el abrigo
antes de salir. Esas manos desnudas, cuyo vínculo con él le había señalado su
abuela esa mañana, se hallaban próximas a Andrés, y peligrosas. Durante un
segundo el resuello caliente de la muchacha le ardió en la nuca” (Donoso 104).
De este modo, el protagonista se verá enfrascado ante
una incipiente negación del deseo, donde el pavor ante los nuevas sensaciones
que comienza a experimentar, no solo lo atemorizan, sino que también lo
paralizan súbitamente, permaneciendo en su inactividad vital de antaño: “¡Qué terror de morir sin
haberse aventurado a la vida¡ ¡Y sobre todo, al borde de esta insatisfacción nunca
antes experimentada, qué incierto pánico de verse llevado a aventurarse!”
(Donoso 140).
Al
respecto, un pasaje clave en pleno desasosiego vital, donde el tiempo
transcurría cada vez más pesado y aletargado en la percepción de Andrés, fue la
noche en que lo llamó su amigo Felipe Guzmán, aficionado a las monografías,
textos, memorias y biografías históricas, particularmente de la vida de María
Antonieta. Guzmán, estaba expectante por la reacción que tal hallazgo podría suscitar
en su amigo. Sin embargo, encontró a Andrés en tal desapasionado momento vital,
que este último solo cayó en la cuenta de su inevitable muerte en vida: “Sus
aficiones por lo bello y lo histórico eran sólo una manera de esquivar la vida
… hasta la hora de la muerte … Andrés supo … que la única realidad que le iba a
ser posible conocer, la única experiencia vital a que podía aspirar, era la
experiencia de la muerte” (Donoso 147).
Podría
considerarse a Andrés como un hombre ritualista, a pesar de su propia negación
a tal denominación, pues era un hombre de rutinas e incluso coleccionista de
elementos particulares, aunque siempre en búsqueda de la satisfacción de su
propio placer y gusto personal; como lo fue su colección de bastones que procuraba
que jamás superase la decena y, en caso contrario -con tal de no ver menguada
su libertad-, prefería vender uno y adquirir una nueva pieza más exclusiva,
pero llegado a este punto de inflexión en la novela y en su vida
psíquico-emocional, ni aun aquella forma de evasión fue suficiente para mitigar
su insatisfacción frente a la vida que llevaba: “¡Oh, si eso lograra destruir
la sensación de estancamiento y de muerte que devoraba sus horas!” (Donoso
149).
Pero
el deseo por más que quiso arremeter contra él, doblegó su carácter y fue,
precisamente en lo que creyó sería solo la obtención de un nuevo bastón para
ensanchar su colección y prestigiarla aún más, que cuando se encontraba en la
casa del anticuario Donaldo y su mujer, Tenchita, esta en el estado en que se
encontraba con su aparente mononucleosis, emperifollada con un manto de seda
rosa, trajo a su memoria las evocaciones de Estela usando el chal que le regaló
a su abuela aquella mañana y solo pudo confirmar lo que pareciese que misiá
Elisa en sus ávidos ojos de enajenada, ya presentía:
En lugar de Tenchita veía a Estela, envuelta en el chal que él
había regalado a su abuela… y Estela despertaba en el lecho junto a él. El
calor joven de la muchacha, su cuerpo levemente humedecido por el sueño tibio,
lo tocaban. Tenía vivo en la nuca el aliento de Estela al ayudarlo a ponerse el
abrigo, y ante sus ojos se hallaba abierto el peligro desnudo de sus palmas
(Donoso 154-155).
Por
tanto, queda abierta la disyuntiva de la locura y la lucidez de misiá Elisa,
verdad que ahora afloraba, salía a la luz para marcar un antes y un después en
la vida de Andrés, vidas paralelas, entremezcladas por las pulsiones de muerte
que conducirán a ambos personajes a un abismo del cual, tarde o temprano ya no
podrán huir. Lo que queda aún más de manifiesto en la siguiente cita: “¿Su
abuela, entonces, a pesar de su locura, vio algo que él no se había atrevido a
ver? ¿Podía ser que la locura fuera la única manera de llegar a ver hondo en la
verdad de las cosas? (Donoso 155).
En
síntesis, ambos personajes entroncaran sus vidas, sumidas en el influjo de las
pulsiones de muerte, que se manifestará cada vez que se presente la oportunidad
en formas abyectas, donde los personajes reconocen en lo familiar, aquello que
ya no lo es, donde la verdad socava las apariencias y engaños con sus sutiles trazos
a través de las palabras de lucidez de misiá Elisa, quién siempre tuvo más
poder sobre él del que hubiese esperado su nieto Andrés, cuya vida quedará
sepultada tras la muerte de su abuela por no atreverse a vivir, solo desearlo a
través de la presencia continua de las pulsiones del Eros, cuya manifestación
era solo el deseo reprimido de una vida en agonía, donde cada paso e hito
estuvo perfectamente establecido para no cometer errores, donde sin duda,
terminó convirtiéndose en el mayor error de todos. Consumirse en la
insatisfacción y autosometimiento de sus propias pulsiones, hasta que estas
actuando desde el interior, los consumiera lentamente como una ponzoña:
“Supuso, entonces, que ya había muerto, y que iba subiendo entre tanta y tanta
estrella … después cerró los ojos. Estaba tan agotada que no se dio cuenta de
que sólo en ese instante moría, y no antes, cuando creyó ver a todas las
constelaciones rodeándola” (Donoso 302).
Lista
de trabajos citados.
Donoso, José. Coronación. Ilustrado por Marcelo
Escobar, Editorial Alfaguara, 2013.
Freud, Sigmund. Obras completas. Vol. 14.
Traducción de José L. Etcheverry, Amorrortu editores, 1992.
Freud, Sigmund. Obras completas. Vol. 19. Traducción
de José L. Etcheverry, Amorrortu editores, 1992.
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