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Calidad e inclusión: El desafío de una cultura universitaria integral.

 

Sin duda alguna cada vez se ha hecho más patente en los centros educativos y universidades, diversificar las herramientas, metodologías y estrategias de enseñanza por parte de los docentes y generar así espacios que atiendan aulas cuyas realidades diversas requieren de una actualización continúa. Sin embargo, el tema va más allá de lo metodológico, sino que requiere la presencia de una cultura social e interna en los centros educativos que apele al reconocimiento fundamental de una serie de valores, tales como el respeto, equidad, empatía y trabajo en equipo. En otras palabras, una educación de calidad que atienda a la diversidad debiese ser íntegra por antonomasia, consolidándose en un modelo valórico, crítico y reflexivo sobre sus propias prácticas organizativas y actuantes dando respuestas concretas a las necesidades de sus estudiantes que conlleva una particular manera de repensar y comprender el sistema educativo formal: “la inclusión es pues, ante todo, una cuestión de valores, aunque deban concretarse sus implicaciones en la práctica. En definitiva, la inclusión supone una manera particular de entender y pensar la educación” (Durán & Giné, 2011, p. 155).

En la misma línea no podemos soslayar que la educación es un derecho universal y, por lo tanto, todas las personas independiente de sus condiciones físicas, psicológicas, económicas y/o sociales deben tener igualdad de oportunidades y un innegable acceso a una educación de calidad, pese a que en la práctica aún quedan resabios de un sistema obtuso que continúa discriminando y poniendo barreras o limitantes, pero es allí donde con mayor razón la legislación en dichas materias cobra vital importancia, asegurando una trayectoria educativa sistemática y permanente:

(…) se asegurará un sistema de educación inclusivo a todos los niveles y la enseñanza a lo largo de la vida. Así pues, la educación inclusiva se basa en la concepción de los derechos humanos por la que todos los ciudadanos tienen derecho a participar en todos los contextos y situaciones (Durán & Giné, 2011, p. 155).

No obstante, es necesario ir aún más allá, puesto que como se ha señalado, la inclusión no abarca solo atender y dar respuesta favorable a estudiantes con funcionalidades físicas y psicológicas diversas, sino que, a todo el alumnado sin discriminación de ningún tipo, incluyendo aspectos raciales, sociales o de género, por ejemplo. Un aula inclusiva debe ser abierta y flexible a los cambios, comprometida con el desarrollo progresivo y transformador de la calidad de vida de sus estudiantes: “La presencia, la participación y el éxito de todo el alumnado expuesto a cualquier riesgo de exclusión, y no sólo de aquellos con discapacidad o con necesidades especiales (…) la inclusión está comprometida con que los alumnos consigan resultados valiosos” (Durán & Giné, 2011, p. 155).

Como se ha apuntado, la integralidad necesita de un sistema educativo capaz de anticiparse y estar preparado para la diversidad, no solo ajustarse a ello, sino que el sistema completo debe contribuir a desarrollar el máximo potencial valórico y académico en cada estudiante a fin de suscitar un espacio educativo promotor de nuevos y significativos aprendizajes. En suma, una comunidad que lidere el cambio:

La educación inclusiva está íntimamente asociada al desarrollo integral de todos los niños y niñas (…) No son tan importantes las condiciones y características de los alumnos cuanto la capacidad del centro educativo de acoger, valorar y responder a las diversas necesidades que plantea el alumnado (Durán & Giné, 2011, p. 156).

Con todo, a claras luces para reflejar los cambios y renovar la mirada en la educación, un papel clave lo desempeñan los docentes, quiénes no solo deben capacitarse individualmente, sino que ser capaces de aportar con sus propias herramientas personales, habilidades y conocimientos a la construcción de aprendizajes colaborativos en sus comunidades desde una perspectiva constructivista del conocimiento: “la formación deberá ir orientada a la creación de un profesional que reflexiona sobre su práctica, en el seno de una organización educativa; que colabora activamente para mejorar su competencia y la del centro; y que actúa como un intelectual crítico” (Durán & Giné, 2011, p. 157).

Otro aspecto relevante es la necesidad de potenciar el desarrollo de las habilidades blandas o soft skills, que contribuyen a la conformación de comunidades educativas donde todos sus integrantes, desde docentes a estudiantes se involucran en propiciar una mejora en la construcción de sus relaciones intra e interpersonales, saludables y beneficiosas para la comunidad y la sociedad, que reconozca la multiplicidad de estilos de aprendizaje, personalidades, habilidades y talentos de cada uno de sus miembros, pero ante todo centrado en el estudiantado: “el desarrollo del alumnado debe basarse en aportaciones como las inteligencias múltiples, especialmente la interpersonal e intrapersonal, así como el sentimiento de competencia, construido sobre la autoestima” (Durán & Giné, 2011, p. 158).

Un proceso inclusivo real necesita generar el pie de entrada en igualdad de condiciones para todos y todas; por esta razón se vuelve crucial una enseñanza adaptativa, que como el nombre lo dice, se adapte a las necesidades de quiénes conforman la comunidad estudiantil, propendiendo a ayudas graduales y actividades variadas según el grado de apoyo y autonomía de cada estudiante: “la gestión inclusiva del aula requiere la definición de objetivos básicos para todos, con distinto nivel de consecución, y la diversificación de actividades y grados de ayudas” (Durán & Giné, 2011, p. 158).

Otro punto relevante que no podemos omitir es la pertinencia de los actuales enfoques inclusivos en relación con el modo de abordar el trabajo de los estudiantes con necesidades educativas especiales en aula, puesto que, a diferencia de épocas precedentes la educación de dichos estudiantes no debe aislarse del contexto real de aprendizaje, sino que precisamente el aprendizaje significativo y los avances individuales se producen en co-construcción con otros estudiantes, ya que precisamente es en aquella diversidad donde podemos valorar aún más la visión de una educación inclusiva que prepara a sus educandos para la vida: 

(…) toda vez que a menudo los alumnos se hallaban compartiendo buena parte de su tiempo con sus compañeros en las aulas ordinarias. En consecuencia, sus funciones se han venido articulando alrededor de tres grandes ejes: la institución; el aula; y el propio alumno (…) las políticas y la cultura del centro tienen un impacto directo en la organización del aula y en el progreso del alumno, por lo que resulta de vital importancia poder intervenir en su definición y, en su caso, revisión; asimismo, parte de la dedicación del profesor de apoyo tiene como objetivo el aula como contexto próximo de desarrollo, en el que se crean las experiencias y oportunidades, colaborando y potenciando la labor del profesor tutor; finalmente, sus funciones se dirigen al propio alumno con dificultades en su desarrollo, prestando el apoyo necesario (Durán & Giné, 2011, p. 162).

En síntesis, el aprendizaje y acompañamiento de docentes tutores o psicopedagogos, tal como se lleva a cabo en los centros educativos escolares; debiese del mismo modo instaurarse esta cultura de apoyo en la educación superior. Por consiguiente, la invitación es a considerar las dinámicas internas de la institución, su sello y línea de formación académica, que conlleven y contribuyan a desarrollar las máximas potencialidades del alumno, ajustando así los reglamentos internos de las universidades y sus políticas, apuntando a una educación integral que se construya en la diversidad. Es en este sentido que las actividades de aprendizaje e instancias de evaluación no deben diferir del contexto de sus demás compañeros, ellos deben ser copartícipes, que, si bien requieren de un mayor apoyo, no deben quedar excluidos de dichos procesos con un andamiaje mayor si es menester.

La importancia de trabajar con evidencias y generar un clima propiciatorio de buenas prácticas en los centros educativos y universidades es lo que nos lleva nuevamente a la repercusión positiva que posee el trabajo en equipo y el aprendizaje en red, donde todos los docentes y  aquellos profesionales de apoyo a los procesos educativos puedan generar un banco de recursos, cuyos instrumentos evaluativos, estrategias de aprendizaje o metodologías puedan servir de sustento y experiencia como herramientas para otros docentes:

Cada vez parece más necesario que las prácticas que se adopten en el ámbito de las dificultades de aprendizaje y de conducta se basen en evidencias; es más, en algunos países se incluye este requerimiento en la normativa (…) la importancia, por un lado, de explorar en la investigación disponible las posibles alternativas que se revelan con mayores probabilidades de éxito ante un problema determinado y, por otro, la necesidad de documentar las buenas prácticas con objeto de que otros profesionales puedan beneficiarse de los hallazgos, del camino seguido, de las dificultades y éxitos, alimentando así el necesario debate (Durán & Giné, 2011, p. 163).

Para concluir, el ensayo es solo la antesala a nuevas y futuras interrogantes para la inclusión en las universidades, donde se propone sobre todo trabajar colaborativamente intra e interinstitucionalmente, proveyendo de espacios de transversalidad educativa de apoyo entre docentes, psicopedagogos, psicólogos u otros profesionales según sea el caso para atender la diversidad de los estudiantes en aula y aproximarnos al ideal de impartir una educación de calidad que beneficie a todos y todas para alcanzar su óptimo desarrollo intelectual, emocional y social.  Es un desafío en el que se ha avanzado, pero aún quedan muchas aristas de las cuales hacerse cargo, pero antes bien, debemos mirar con optimismo y proactividad los cambios que se han implementado en las últimas décadas.

Bibliografía.

Durán, D., & Giné, C. (2011) La formación del profesorado para la educación enclusiva: Un proceso de desarrollo profesional y de mejora de los centros para atender la diversidad. Revista Latinoamericana de Educación Inclusiva, 153 – 170.

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