En un bosque bajo el claro de luna,
alejada de toda civilización, se encontraba una casa escondida en lo más
recóndito de su espesura. Jamás alma humana alguna se había atrevido a recorrer
esas sinuosas profundidades. En esa inhóspita casa se encontraba un niño,
mezcla de Dios y de la destrucción, una existencia nunca imaginada e
inverosímil, algo que jamás debió existir. Un niño demonio hubiesen aclamado
los incautos creyentes o un ángel caído en desgracia; quizás, simplemente un
mortal sentenciado al yugo inclemente de nuestra raza. El día a día de esta
vida sentenciada desde su primer latir era dificultoso, vivir en soledad y para
intentar ver el próximo amanecer era su rutina.
Abandonado a su propio infortunio,
sin que alguien se apiadase de él, ni de su cuerpo mutilado por las llagas de
la cólera de los lugareños, aquel ser encontró en la huída hacia las entrañas
de la tierra, su único escape ante la injusticia e inmoralidad humana. Temiendo su naturaleza de destrucción y
creación, se sumergió en el principio y fin de su alma, cargada de dolor,
sufrimiento y rencor por la repulsión provocada por una humanidad despiadada,
sin límites, sepultada en la corrupción de una sociedad que se erigía sobre las
cenizas de un tiempo mejor. Dejó todo sin mirar a sus agresores, decidió vivir
por su propia cuenta sin nadie a sus alrededores, esperando que sus
magulladuras sanaran, pero a veces las cicatrices se resienten más que las
mismas heridas.
¿Olvidar?, ¿recordar?, ¿ser o
existir?, ¿acaso una existencia que nació para ser aborrecida merece ser
recordada? Tal vez en su alma y mente pueda perdonar, pero nunca su cuerpo pudo
olvidar. La memoria yace en cada fisura, que se incrusta como esquirlas en las
partículas de la piel, músculos y que circula por un torrente de éxtasis.
Autores: Nicolás Cáceres – José Chamorro
30 – 09 - 2025
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