Mirar el río hecho de tiempo y agua
y recordar que el tiempo es otro río,
saber que nos perdemos como el río
y que los rostros pasan como el agua.
Extracto de “Arte poético”, Jorge Luis Borges
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El tiempo es una parte de la vida, es el pilar que la rige pero que no la domina, pero cabe preguntarse ¿Qué sería la vida sin el tiempo?, ¿Qué sería el tiempo sin los recuerdos?
La vida es un torrente de sucesos, los que van adquiriendo tonalidades y matices distintos según la importancia que les otorguemos, aunque el paso del tiempo los va delineando hasta convertirlos en simples atisbos de un pasado lejano y que muchas veces añoramos. Con el pasar de la vida y de los años comenzamos a rememorar a aquellas personas que fueron fundamentales en nuestra vida, aquéllas que influyeron fuertemente en nosotros, que compartieron sus alegrías, sus tristezas, sus sueños, sus esperanzas, nuestros tinos y desaciertos. A medida que el tiempo avanza vamos comprendiendo nuestro peregrinar, vamos desentrañando nuestra vida, aprendemos a conocernos, aprendemos de nuestros errores y juramos no volverlos a cometer, aunque al final nos daremos cuenta que hemos vuelto a caer en su juego.
El juego de la vida es un laberinto en una tómbola giratoria, sí un laberinto misterioso que comienza con un sólo camino, pero que entre más avancemos se nos va tornando abrupto y escabroso. Éste se nos muestra ameno, acogedor y resplandeciente, cuyo paraje de pletóricos prodigios anhelamos conocer. Desde un principio creemos en los ideales que la naturaleza nos promete, queremos alcanzarlos a como de lugar, deseamos que sea la hoguera que nos abrasará fulgurosa hasta el final de nuestro andar. Confiamos en las leyes de este laberinto, mas sin oponer resistencia nos entregamos a los designios de aquel mundo que se nos es presentado.
Conforme a nuestro pasar, nos vamos encontrando con otras sendas y con ellas a otras personas, que al igual que nosotros van avanzando en su propia búsqueda y así nos percatamos que el ritmo que llevan no es siempre similar al de nosotros, algunas se nos adelantan a cadencias vertiginosas, otras van quedando atrás. No obstante, nos vamos quedando con aquellas cuyo transitar es de un compás que nos agrada y que creemos es igual al que llevamos. Pero tal como las hallamos, muchas veces las dejamos, puesto que cambiamos nuestro ritmo y destino.
El destino, quién sabe las vueltas que da el destino, más aun ¿existe el destino? Yo creo que sí, pero mi particular forma de comprenderlo es como una parte de este todo que es la vida. Sin ir más lejos, el destino no es como se entiende comúnmente, no es algo”predestinado”, ya que es un constructo, vale decir, nosotros forjamos y trazamos nuestro destino y según las alternativas que escojamos en esta vida, se irán abriendo las posibilidades de poder llegar a múltiples destinos, aunque cada vez se irán estrechando más, no obstante, no es una mera relación de causalidad, ya que si bien nuestra vida avanza, nada nos impide poder recordar todo lo ya antecedido y reencontrarnos con nuestro pasado, incluso encontrar a aquellas personas que formaban parte de él y reinsertarlas en nuestro camino. Es así que nosotros tenemos la capacidad de tomar las riendas de nuestras vidas y, por consiguiente, de nuestro destino.
El destino, como componente de la vida, tiene una íntima relación con el tiempo, pero sin que por ello se vea limitado por él. Aunque el tiempo avance inexorable y la vida se acorte implacable, el destino tomará el curso que nosotros según nuestras propias experiencias y conforme a nuestra autonomía seamos capaces de evocar. Y cuando creamos estar culminando aquel juego, éste nos sorprenderá con nuevos embates y giros, que no son más que las vueltas del destino y el girar de la tómbola de la vida.
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