Ella prefería la vida natural, añoraba los verdes prados y su encanto mágico, el susurrar del viento, que como céfiro la envolvía en sus suaves brazos. Sin embargo, por largos años, quizás los más tristes y amargos de su vida, había sido privada de toda maravilla y prodigio divino.
Cecilia moraba en los suburbios de una ciudad céntrica, que poco o nada tenía de llamativo, más bien sus enigmáticos muros de antaño y vastas calles, se le tornaban monótonos y aborrecedores, estaba hastiada de todo cuanto sus radiantes ojos observaban, incluso éstos habían adquirido una tonalidad opaca, que como los camaleones, se acompasaban al ambiente. Así no sólo sus prístinas opalinas estaban perdiendo su matiz tornasolado, sino que todo su cuerpo sufría metamorfosis continuas. Al principio eran sólo sus ojos, pero al cabo de unos meses su rostro sonrosado y perfumado como el azahar, se tornaba de un color acre y agrio, palideciendo ante la falta de los rayos de sol que tanto anhelaba.
Sus padres recurrieron ante cuanto artilugio encontraban, no obstante, ninguno surtió efecto, la llevaron con los médicos más destacados de la ciudad, incluso éstos con su sapiencia, no encontraban razón lógica y causa aparente para tales síntomas; más aún, con el tiempo, ella comenzaba a empeorar. Primero sus brazos, luego sus piernas y finalmente su cuerpo empezaba a decaer, languideciendo en son del clima, puesto que en aquella ciudad, no se conocía otra estación, más que aquella desoladora y atormentante denominada invierno.
Los días transcurrían y no había indicios de mejora, por el contrario, ésta empeoraba aún más, como si con tal estado de abatimiento no bastara, su último rescoldo de vida se desvanecía con cada minuto que pasaba, hasta que su cabellera negra como el azabache, cedió ante los suplicios de la enfermedad, decayendo lentamente, hasta perder toda luminosidad y conformar una sincronía con la blancura profunda y penetrante de la nieve invernal. Sus padres se lamentaban por tanto infortunio, no lograban entender por qué su hija estaba padeciendo tales males, se lo atribuyeron a un mal de ojo, que una anciana del pueblo más cercano les había anunciado, ésta la sometió a un sahumerio, pero tampoco tuvo el efecto esperado, sólo consiguió entristecer aún más a su madre, quien sin encontrar de dónde sacar más fuerzas para ayudar a su hija, quiso cumplir con su último deseo, ya que Cecilia había llegado hasta la agonía, en ella nada parecía pertenecer a este mundo, sino a uno más lejano.
Así fue como decidió emprender un viaje junto a ella, éste sólo aspiraba a cumplir con los deseos más íntimos de su estertórea hija, quien deseaba entrañablemente contemplar la naturaleza en todo su esplendor, recorrer a campo traviesa senderos rodeados por magnífica floresta. Tal cual en sus sueños, así se dejó guiar por su madre, ella la condujo por caminos inusitados, donde aves de áureos plumajes sobrevolaban a su alrededor, anduvo parsimoniosamente por sendas atiborradas de abetos, laureles, gardenias, rosas, magnolias y todo cuanto pudiese imaginar, escuchó el tintineante sonido proveniente del arroyo y quedó embelesada con el manantial de vida que de éste manaba.
Se sucedieron efímeras horas y cuando su madre se supeditaba a la resignación, dándolo todo por perdido, Cecilia sonrió. Fue una sonrisa fugaz, pero bastó para que su semblante adquiriera levemente el sonrosado habitual, al percatarse de ello, su madre a medida que la observaba, recuperaba las esperanzas; su esfuerzo no estaba siendo en vano. Así transcurrieron los días, parecía que Cecilia captaba el néctar de vida que prodigaban los árboles, ya que los cambios comenzaron a manifestarse en todo su cuerpo, su cabellera recuperó levemente el brillo, sus brazos y piernas, correspondieron a la brisa del valle, con sutiles movimientos, hasta que al cabo de una semana, Cecilia estaba revitalizada.
Mas su caso no aconteció en vano, nadie se explicaba tan sorprendente recuperación, primero se enteraron los amigos más cercanos de la familia, luego los médicos y finalmente ya estaba en boca de todos, así fue que conocí a Cecilia y cuando la vi por vez primera, supe que había padecido de melancolía.
Pd: Dedicado a Cecilia y los gratos momentos que hemos compartido, por ser una persona muy comprensiva, sagaz lectora y por el sólo hecho de ser mi amiga.
es buena la historia aunque parte como el almhoadon de plumas pero este tiene final distinto y ay otro libro q no me acuerdo el nombre en el que el personaje se muere de melancolia, en eso deverias innobar pero todo lo demas me parecio muy bueno
ResponderEliminarGracias por tu comentario Samuel, creo firmemente que las críticas constructivas son fundamentales para poder progresar y poder mejorar en lo que tanto me gusta. Así que te lo agradezco mucho :)
ResponderEliminarPd: Por otra parte, hace mucho había leído el almohadón de plumas y a raíz de tu comentario, lo releí, pero no veo mayor semejanza, que la alusión a una enfermedad, pero es bueno tu alcance.
me gustó mucho la trama y en sí el desarrollo de ésta, aunque potenciaría más el desenlace para que sea acorde. Salvo eso la historia es buenisisma y tiene un plus, se lo dedicas a una amiga por ende tiene una gran fuente de inspiración felicitaciones¡¡¡¡
ResponderEliminarmaria isabella.
Muchas gracias por tu comentario María Isabella :)
ResponderEliminarTienes razón en lo del desenlace, lo tendré en cuenta para mis próximos relatos, sin embargo, como es un microcuento, el final debía sorprender un tanto al lector y creo que eso, que es lo primordial, en gran medida se logró.
ohhhhhhhhhh! en verdad estoy bien lejos pero paso a dejarte un gran agradecimiento por tu comentario, a veces uno en verdad necesita gritar y la escritura es una gran ayuda (:, tu me entiendes, nos vemos pronto y ah! tenias razon puerto varas es hermoso
ResponderEliminarHola! me alegro mucho por todo cuanto estás contemplando por allá, espero que lo aproveches al máximo ^^ Y sabes, creo que te comprendo muy bien, la escritura es una autoterapia y lo creo firmemente. Nos vemos en marzo :)
ResponderEliminar¡Muy buena historia!`Yo también creo en la escritura como autoterapia: a mí me da grandes resultados.
ResponderEliminarBesazos desde un libro de Capote.
Lena
Hola Lena, muchas gracias por tu comentario :)
ResponderEliminarEs muy grato saber que cuando creamos una historia o cuando simplemente entregamos parte de nuestra esencia, ésta es bien recibida. Y concuerdo mucho contigo en que la escritura es una autoterapia, sobre todo en cuanto significa conocerrnos a nosotros mismos y comprender mejor este mundo.
Pd: Leeré tu blog y el libro que recomiendas, no había escuchado sobre ese autor, pero me pareció muy interesante. :)
que quieres que te diga, me hiciste llorar...
ResponderEliminarlo Adoroo
Cecilia
Que similar a lo que rodea a los citadinos grises. Ya estamos acostumbrados a lo opaco. Adoré el retrato de lo verde, la descripción de lo natural y la añoranza por volver a tal. Excelente.
ResponderEliminarpatito esta genial
ResponderEliminarencerio me llego bastante...
espero que al igual que Cecilia
pueda superar esta prueba tan dificil
y poder amar la vida nuevamente...
tu amiga karen