Aquella tarde, como de costumbre el padre regresaba de su jornada de trabajo, quizás no fuese lo que él hubiese deseado y en mucho distaba de sus predicciones de antaño, pero se conformaba. Tal vez no se convirtió en el destacado médico que descubriría la cura del cáncer y los males que atañen a la sociedad; ni mucho menos, en el hombre idealista que cambiaría el mundo o en el exitoso abogado que defendería los derechos de los más desposeídos, pero al menos lo confortaba poder laborar como obrero de construcción y poder llevar el pan a su casa y más aún, contemplar la sonrisa cándida de sus hijos a la espera de su llegada.
Su mujer lo esperaba con la cena dispuesta, era una mujer muy esmerada, que desvivía por su marido e hijos, juntos compartían gratamente en familia y no les bastaba nada para ser felices. Sus hijos eran su orgullo y depositaban todas sus esperanzas en ellos, para ambos la mejor convicción y su mayor legado era la educación que les podían otorgar. Tras levantarse del comedor, el padre se dirigió a la sala de estar y encendió el televisor en el noticiario habitual, pero lo apagó enseguida; nada nuevo, más muertes, violencia y delitos. Al fin y al cabo prefería evitarles tanto pesar a sus hijos, no quería que develasen el sin sentido ingrato de la vida, aún eran niños y sus sueños sí podrían cambiar el mundo.
En efecto, su hijo menor se encontraba a su lado, estaba absorto dibujando, en lo que a simple vista parecían meros garabatos, sin embargo, cuando todos en la casa se habían ido a dormir, el padre tomó el cuaderno de dibujos y quedó contemplándolo. Tras breves segundos sonrió.
Esa noche fue la más placentera de todas, se entregó sobrecogido al maravilloso mundo de los sueños. En primera instancia sólo se apreciaba una nebulosa, no se lograba ver nada más allá que la abundante niebla que cubría todo en derredor, obstruyendo la visión, pero a medida que avanzaba, ésta comenzaba a despejarse. Así pudo observar algunos matices, los primeros vestigios de los árboles, la implacable luminosidad de la aurora, que destelló paulatinamente en radiantes rayos de sol, que descubrieron un campo atiborrado de caminos, rodeados por una naturaleza fantástica e inusual, pero lo que más llamó su atención fue el reflejo sutil de una silueta a la orilla de un lago. Al principio confiado en que era una ilusión proyectada por su imaginación, simplemente la dejó pasar, no obstante, cuando continuaba su caminar, ésta se apareció nuevamente frente a sus ojos, ahora estaba sólo a unos pasos de ella, y ya no podría eludirla.
Se armó de valor y decidió enfrentarla cara a cara, se acercó a pasos furtivos, hasta que ya había adquirido la confianza necesaria y apresuró su caminar, cuando estaba sólo a dos pasos de ella, ésta se volteó y le sonrió. Anonadado ante tal mohín que le habían hecho, no le quedó más que responder del mismo modo, no tardó mucho en percatarse en que era la figura de un niño y entre más lo observaba se daba cuenta que tenían cierto parecido, sin lugar a dudas, era su hijo. Cuando se percató de ello, quiso abrazarlo, pero el niño había desaparecido y frente a él sólo se encontraba el lago. El calor era sofocante y no resistió la tentativa de bañarse a la orilla de tan cristalinas aguas y cuando se disponía a hacerlo, saltó hacia él una imagen peculiar, era el reflejo del niño que había visto hace un rato atrás, pero era imposible que estuviese bajo el agua de esa forma y en una reacción instintiva estiró su mano, pero ya era tarde cuando se dio cuenta que era su reflejo.
Los primeros rayos de sol atravesaban los pliegos de las cortinas y daban en su rostro, a su lado se encontraba dormida su mujer y en el dormitorio contiguo, sus dos hijos. El día comenzaba como de costumbre, el desayuno ya había sido servido y luego llevaría sus hijos al colegio, acompañado por su esposa, que al igual que él, iba camino al trabajo. Sin embargo, no pudo olvidar el sueño de aquel día, sus esperanzas se restituyeron y le renovaron sus ansias por el trabajo y ver la sonrisa de sus hijos a su llegada. Cuando éstos a la hora acostumbrada, lo vieron entrar por la puerta, corrieron a su encuentro y él los asió sobre sus hombros. Tras el cesar de la euforia que provocaba su regreso, les dio un regalo, éstos muy felices por la novedad, se lo agradecieron y, no bien se los entregó los abrieron, sus rostros se iluminaron angelicalmente cuando los tuvieron en sus manos. Ese día continuarían dibujando a su antojo.
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