Los accidentes en la vida suceden cuando uno menos se lo espera. Son hechos impredecibles, que en tan sólo segundos pueden cambiar tu vida, sin embargo, pese a sus consecuencias muchas veces desastrosas, generan a su vez otras que suscitan el lado positivo de la sociedad, es en momentos de incertidumbre como éste donde la humanidad se une para afrontar los embates naturales, donde se suceden sentimientos fraternales y de ayuda mutua, puesto que el ser humano como ser social posee una cualidad inherente, que es su sentido gregario; el cual surge en circunstancias inesperadas y traumáticas, como la que vivenciamos durante estos últimos días.
No obstante, no sólo sentimientos bondadosos se despiertan en nuestros corazones, ya que la histeria, la sugestión y el pánico colectivo, ocasiona hechos realmente censurables. No pocos son los que se aprovechan de la desgracia de quienes lo rodean y caen en bajezas inhumanas, delinquiendo y cometiendo estragos en la ciudadanía. Estos hechos vandálicos que en su justa medida irán siendo penalizados, dan cuenta de lo insensata e imprudente que pueden ser las personas en tales circunstancias, denotando de este modo una instancia aún peor, que va más allá del accidente natural, es fiel reflejo de un accidente social, el cual no mira estatus, rango etario y menos aún considera las desgracias vividas.
Por otra parte, una de las consecuencias a priori de un desastre de tal magnitud y naturaleza, es la conmoción, pues nadie puede quedar impávido al observar cómo los anhelos y esperanzas de un futuro más próspero, se hacen añicos en tan sólo unos instantes. Analizar y comprobar “cara a cara” las consecuencias del terremoto vivido, causa gran pesar, ver cómo familias buscan desesperadas a sus seres queridos, atisbar sus casas literalmente devastadas y que aun una reconstrucción les llevaría meses, es realmente indescriptible. El escenario de nuestras ciudades post terremoto, si bien ha tenido ámbitos positivos y negativos, no deja indiferente a nadie al recorrer las diversas calles de la ciudad, que tan sólo el día anterior refulgía en todo el esplendor de una ciudad céntrica.
Desde otra perspectiva es preciso considerar y destacar la labor de los medios informativos, ya que éstos se han mantenido constantes en la entrega de información y ayuda, para aquéllos que han padecido de sobremanera los estragos. En la misma línea, una frase anunciada en uno de ellos me llamó particularmente la atención, que en su cita textual, denominaron “vals de la muerte”, respecto a ella es menester señalar que nuestro país continuamente a lo largo de su historia republicana, ha venido luchando contra la naturaleza, reponiéndose una y otra vez de este vals continuo, de este ir y venir, que nos depara siempre un futuro incierto, pero del cual hemos salido fortalecidos. Es por ello que esta afrenta que nos ha tocado vivir en el año del bicentenario, no será la excepción.
Por lo anterior, ésta es una invitación a la reflexión, que en un primer momento es difícil de llevar a cabo, pero que una vez las actividades y el estilo de vida habitual retorne a la normalidad, será un trabajo necesario, ya que no podemos quedarnos de brazos cruzados y hacer como si nada, por el contrario, debemos reponernos de las adversidades, no sólo en el ámbito material, sino que sobre todo, deberá coexistir una disposición diferente, una mirada distinta de la vida, donde el materialismo que tanto ha caracterizado a las sociedades postmodernas se desarraigue de una vez por todas de nuestra mentalidad y que el pilar fundamental sea una mayor humanización y preocupación por el otro, aquel otro que siempre estuvo ahí, pero que nos era desconocido, puesto que un velo egocéntrico e individualista nos separaba. Ésta es la visión que debe cambiar y de manera sustancial.
Finalmente más allá de la reflexión propiamente tal, es un llamado a la solidaridad y el respeto, del que tanto se ha carecido estos últimos días, es una interpelación a la humanización social, que una vez más tras una crisis, surge altiva para hacernos un llamado de atención y que no olvidemos que nuestro pasar terrenal, es efímero, que no sólo depende de nosotros, pero que hacerlo más apacible y dichoso, sólo será producto de nuestras propias acciones y vivencias personales que enriquezcan nuestro espíritu y nos engrandezcan como seres humanos.
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