Ella siempre se había preguntado si las almas que han transitado por nuestras vidas y han sido capaces de vivir el verdadero amor, aún lo siguen sintiendo en la vida ultraterrena. Sin embargo, jamás se imaginó que aquella tarde apacible en el jardín de su casa, rodeada por árboles de frondosos ramajes y de rebosantes rosas rojizas iba a ser testigo de un fenómeno aparentemente paranormal, que escapaba a la lógica humana, pero que había constituido parte de cada momento de su silenciosa y nostálgica vida.
Amelia como de costumbre, se asomó a la balaustrada del corredor central de su casa, cuya vista dejaba entrever los nidos de las aves en las altas copas de los árboles, las piletas repletas de pétalos de gardenias en el transcurrir de las diáfanas aguas que caían como cascadas a los pies de un hermoso estanque, colmado de peces de los más variados y fascinantes colores, azul nocturno, verde esmeralda, rojo carmesí, amarillo crepúsculo, naranjo soleado y plata natural, los que acompañaban día a día su lectura habitual. Tras terminar el libro de aquel día, se dirigió primero a observar y escuchar los melosos sonidos de las aves canoras que la soliviantaban a otros lugares y mundos, era una sinfónica melodía que hacía acompasar sus emociones a aquel canto magistral. Luego caminaba a paso lento, atravesando a campo traviesa la floresta que la rodeaba, acariciaba los apasionados pétalos de rosas y como solía hacer, cogía una y la deshojaba esparciendo sus pétalos por el camino que iba recorriendo, para posteriormente conservar sólo uno y ponerlo en el capítulo del libro que más la había cautivado.
Siguió avanzando camino a un columpio blanco como la nieve, que descendía de un vetusto y colosal roble, cuando estaba próxima a él se acercó sigilosa y cuidadosamente, hasta tal punto que sus pisadas sólo demarcaban tenuemente un surco sobre las hojas otoñales, que crujían en sordina. Lo asió con sus suaves y delicadas manos, tras ello se sentó y comenzó a balancearse en sincronía con el susurro del viento. A medida que se balanceaba, su mente se remontaba a recuerdos lejanos, tiempos más felices y alegres, donde ella sonreía y agradecía por la gracia de vivir, no obstante, ahora eran sólo vanos recuerdos, que una vez fueron, pero nunca más serán, ni llegarán a ser.
Pese al tiempo que había transcurrido, aún no lograba mitigar el dolor que sentía, una muerte es uno de los procesos naturales más difíciles de enfrentar, Lucas había marcado un antes y un después en su vida. Cuando Amelia supo lo de aquella enfermedad fue como si el mundo se le hubiese derrumbado desde sus cimientos, más aún tras saber que no había vuelta atrás y que no se podía remediar, que sólo el tiempo decidiría. Así en una noche de plenilunio, Lucas se abandonó a sí mismo, a su familia, amigos y ante todo, dejaba postrada a su fiel amada Amelia, su cuerpo terrenal quedó reducido a cenizas y su alma nunca descansó en paz, vagaba de un lugar a otro en busca de aquella mujer a la que tanto amor entregó, deseaba despedirse de ella, pero nunca lo logró.
Aquella tarde otoñal se habían cumplido diez años de su muerte y Amelia aún lo esperaba, todavía anhelaba poder decirle un último adiós. Pues se balanceaba a compás con el viento y sus pensamientos, pero al instante después la envolvió una grácil brisa que mecía sus cabellos, que rozaba sus brazos y mejillas. Si bien al principio le parecía que todo marchaba naturalmente, tras breves segundos sintió una fuerza distinta, que abrazaba cálidamente su cintura. No le cupo duda, era su amado Lucas, a quien tanto tiempo esperó.
-Has tardado mucho tiempo, pensé que este día nunca llegaría.- Pronunciaba Amelia con su voz suave como el azahar.
-Venía a despedirme amor, te he buscado a lo largo de todos estos años, no me podía ir sin escuchar tu voz por última vez, sin que nos hubiésemos dicho adiós.-
-Lucas, te amo, llévame contigo, nunca me repondré de lo que nos pasó.- Una lágrima surcaba a través de los ojos de Amelia.
-Te estaré esperando amor, no sabes cuánto quisiera que esto no hubiese pasado, sin embargo, el destino nos la ganó, pero quiero que sepas que cada día que te levantes por las mañanas y escuches el canto de aquellas magníficas aves, ahí encontrarás los vestigios de mi voz, que cada vez que veas transcurrir el agua de la fuente, mi reflejo te acompañará y cada vez que cojas una rosa, mi amor y pasión junto a tu lado estará. Siempre tuyo, adiós.-
Pd: Dedicado a mi gran amiga Karen, por los años que nos hemos conocido y por las difíciles situaciones y sensaciones que ha tenido que experimentar en su corta edad. Con mucho cariño, cuya promesa estaba en deuda. Respecto a los personajes; Amelia (Karen) y Lucas (Patricio).
No sé que decirte...
ResponderEliminarcomenzé a leer el cuarto párrafo y no me pude contener...
son demaciados sentimientos que me he obligado a contener o simplemente no demostrarlos a mis papas o a mis más cercanos...
quisiera tanto superarlo, pero cada vez que lo hablo, recuerdo todo...
Solo darte las gracias por tu apoyo amigo...
de verdad que es importante para mi.
Esta hermosa la historia, que daría por no ser la protagonista...