En el presente trabajo, se pretende realizar un análisis comparativo entre las obras literarias Macbeth, cuya tragedia pertenece a Shakespeare y, Macbett, referente al teatro del absurdo de Ionesco, que es una parodia de la obra creada por el primer autor. Sin embargo, cabe destacar, que me centraré fundamentalmente en las características intrínsecas de las obras, más que en el contexto de producción, puesto que el presente, se aboca al establecimiento de una analogía entre el personaje “Lady Macbeth”/“Lady Macbett”, de quien referiré rasgos de índole psicológica, por ende también se hará alusión a sus pasiones y motivaciones, cuya incidencia en el desarrollo de las obras, es de suma relevancia, destacando ciertos atisbos de transgresión que se cometen en ella, en relación al orden natural de los hechos y, del mismo modo, las transgresiones de género que nos presenta este personaje.
En primer término, efectuaré un análisis de los parlamentos que Lady Macbeth, enuncia en la obra de Shakespeare, ya que de esta forma, iré elucubrando posibles interpretaciones, sobre esta mujer, contradictoria en relación a su género, cuyo carácter dicotómico posee rasgos femeninos y viriles; concepción que en una sociedad como la Isabelina, resultaba altamente controversial y, por consiguiente, nos permite establecer una interesante comprensión de su actuar.
En el mismo sentido, desde su primera intervención, comienza a darnos cuenta de su carácter, que sucede tras la posterior lectura de la carta enviada por su “amado” esposo Macbeth, quien le informa sobre las noticias de su nombramiento como thane de Cáwdor, cuyo vaticinio había sido anunciado por las hermanas fatídicas. –Eres Glamis, y Cáwdor, y serás cuanto te han prometido. Pero desconfío de tu naturaleza. Está demasiado cargada de la leche de la ternura humana para elegir el camino más corto. Te agradaría ser grande, pues no careces de ambición; pero te falta el instinto del mal que debe secundarla.[1] Aquí se apercibe sus recónditas intenciones, que comparte con su esposo, del cual desconfía de su valor para convertirse en Rey, por medio de sus propias acciones, es decir, a través del asesinato por sus propias manos, al Rey Duncan, ya que si bien Macbeth, pretende alcanzar el trono, sus intenciones, que están subyugadas a la ambición, hasta este momento, siguen siendo meras motivaciones, de las cuales aún no decide llevar a efecto el hecho que le permita ser el nuevo Rey de Escocia.
Es por lo anterior, que Lady Macbeth continúa señalando lo siguiente: Lo que apeteces altamente, lo apeteces santamente. No quisieras hacer trampas en el juego; y, sin embargo, aceptarías una ganancia ilegítima. Quisieras, gran Glamis, poseer lo que te grita: “¡Así debes hacer para tenerme!”, y esto sientes más miedo de hacerlo que deseo de poderlo hacer. Ven aquí aprisa, que yo verteré mi coraje en tus oídos y barreré con el brío de mis palabras todos los obstáculos del círculo de oro con que parecen coronarte el destino y una ayuda sobrenatural.[2] Este fragmento, nos sugiere múltiples aspectos a analizar, siendo el primero de ellos la metáfora sobre la realización de trampas en el juego, donde si lo consideramos de este modo, se refiere al plano de la coronación como Rey, que vendría siendo una sucesión de artimañas, que son necesarias para poder triunfar en él, sobre todo si la “ganancia” o recompensa lo vale. No obstante, se nos presenta a un Macbeth dubitativo, que está en la incertidumbre entre “el hacer” tal infracción y quebrantamiento del pacto de lealtad a su Rey y, al mismo tiempo, transgredir lo justo y correcto, con “el deseo de poder hacerlo”, el cual es cuestionado con suma intensidad por Lady Macbeth, puesto que su esposo, sólo se atreve a anhelar cometer el delito y no perpetrarlo. De esta forma, ella manifiesta vehementemente (característica esencial de su carácter), que a través de sus palabras lo persuadirá y lo incentivará a la obtención del poder, incluso “vertiendo su coraje”, de lo cual se puede inferir, por un lado, que ella es quien tomará las riendas de la situación, que en efecto, en un principio será así, pero que a lo largo de la tragedia, se irá equiparando con el valor que adquiere Macbeth, una vez que supera sus miedos.
En el extracto precedente, podemos extrapolar otro rasgo de Lady Macbeth, que se desarrolla como motivo continúo en la obra, que es su transgresión, la cual se manifiesta de múltiples formas, por ejemplo, como característica particular a su carácter, vale decir, su “coraje”, “bríos”, que no concuerdan con la naturaleza femenina, sino que son más propias de los hombres. Situación que se clarifica aún más con el siguiente fragmento, pronunciado cuando es conocedora de la llegada de su esposo al castillo, acompañado del Rey Duncan y su séquito; ¡El cuervo mismo, que anuncia con sus graznidos la entrada fatal de Duncan bajo mis almenas, enronquece! ¡Corred a mí, espíritus que servís a los pensamientos asesinos! ¡Despojadme aquí de mi sexo, y desde la coronilla a los pies, llenadme hasta los bordes de la más implacable crueldad! ¡Espesad mi sangre; cerrad en mí el acceso y paso a la piedad, para que ningunos escrupulosos ataques de naturaleza turben mi propósito feroz, ni se interpongan entre el deseo y el golpe! ¡Venid a mis senos maternales y cambiad mi leche en hiel, vosotros genios del crimen, de allí de donde ayudáis bajo invisibles sustancias a las maldades de la naturaleza! ¡Ven, horrenda noche, y envuélvete como una mortaja en la más espesa humareda del infierno! ¡Que mi agudo puñal no vea la herida que va a abrir, ni el cielo mire a través de la cobertura de la tinieblas, para gritar: “¡Basta, basta!”.[3] Como señalé, aquí se puede apreciar de una forma más gráfica las transgresiones de género que comete Lady Macbeth, hasta tal punto, de querer transformarse en “otra”, cuya metamorfosis ocurre, si bien no de manera física, su decisión y determinación, la conduce a un cambio psicológico, puesto que sus pensamientos se ven embargados de “pensamientos asesinos, crueles y feroces”, que de ninguna manera, pertenecen a la femineidad, pretendiendo, por el contrario, despojarse absolutamente de aquellos sentimientos mujeriles, como la “piedad” que pueden hacerla vacilar en sus impías acciones.
Pero la esencia del carácter de Lady Macbeth, no sólo se encuentra en las transgresiones, sino que también reside en sus artificios, como lo son el disimulo, las apariencias y, por ende, la adaptación a las circunstancias, donde puede revelar el lado amable y femenino de su carácter en el exterior, pero albergar acciones malintencionadas en las entrañas de su corazón. Lo cual le aconseja a Macbeth, para que así, sus planes culminen de un modo fructuoso y que logren su propósito. “Vuestro rostro, thane mío, es como un libro donde los hombres pueden leer extrañas cosas. Para engañar al mundo, pareced como el mundo. Llevad la bienvenida en vuestros ojos, en vuestra lengua, en vuestras manos; presentaos como una flor de inocencia; pero sed la serpiente que se esconde bajo esa flor. (…) No más que la mirada serena. La alteración de las facciones es siempre de temer. Lo restante dejadlo a mi cuidado”.[4] Es, por medio de esta treta que convencen y dejan satisfecho a Duncan, entregándose éste a la hospitalidad de sus aposentadores, sin mostrar atisbos de desconfianza, lo que denota el grado de eficacia en el empleo de estos recursos, de los que no sólo se sirvieron como medios para lograr un fin, que es el asesinato de Duncan, sino que, al mismo tiempo, será su salvación, pero que como veremos, será momentánea, ya que sentimientos de culpabilidad y el mismo trance que éstos evocan, inevitablemente los relatarán.
Por otro lado, llevará a cumplimiento lo que expresó en su primer monólogo, donde refería los métodos de los cuales haría uso, para incitar a Macbeth a consumar el asesinato, puesto que éste comenzaba nuevamente a dudar, porque no consideraba causa alguna, más que su propia ambición, para acabar con Duncan. Ante lo que Lady Macbeth le espeta: “¿Estaba ebria, entonces, la esperanza con que os ataviabais? ¿Se ha dormido después, y se despierta ahora para contemplar, tan verde y pálida, lo que supo mirar tan desembarazadamente? Desde este instante cuento por tal tu amor. ¿Tienes miedo de ser el mismo en ánimo y en obras que en deseos? ¿Quisieras poseer lo que estimas el ornamento de la vida, y vivir como un cobarde en tu propias estima, dejando el “No me atrevo” acompañar al “no quisiera”, como el pobre gato del cuento?[5] En este fragmento vuelve a hacer gala de sus artificios, que logran ser muy sutiles, los que constituyen parte de su carácter femenino, por ejemplo, el mecanismo de rechazo o juego de pasión, donde se vale del amor que siente Macbeth hacia ella, como motivación, pero, al mismo tiempo, como dicotomía en su carácter, emplea artificios de índole racional, atribuidas fundamentalmente a los hombres, es decir, el uso de preguntas retóricas, que manifiestan solapadamente su objetivo, además de apelar a recursos del lenguaje y agudeza en la alternancia de palabras, como es la transición de la frase “No me atrevo” al “No quisiera”.
En relación con lo mencionado con anterioridad en la argumentación, he apuntado como característica esencial del carácter de Lady Macbeth, la vehemencia, que si la entendemos dentro de la hipótesis de su carácter dicotómico, pertenecería al dominio de lo femenino, pero llevado al extremo, cuyo arrebato emocional, la conduce a comportarse de un modo alterado, con inclinación a la irritación y la impetuosidad, lo que se ve reflejado a continuación; “¿Qué bestia, entonces, os impulsó a revelarme este proyecto? Cuando os atrevíais a hacerlo, entonces erais un hombre; y más que hombre seriáis si a más os atrevieseis. Ni ocasión ni lugar se presentaban; y, sin embargo, uno y otro queríais crear. Son ellos mismos los que se crean, y ahora ésta su oportunidad os abate. He dado de mamar, y sé lo grato que es amar al tierno ser que me lacta… Bien: pues en el instante en que sonriese ante mi rostro, le hubiera arrancado el pezón de mi pecho de entre sus encías sin hueso, y estrellándole el cráneo, de haberlo jurado, como vos lo jurasteis así”.[6] Nítidamente, se nos presenta una imagen en la cual, de la precedente incitación de un modo con predominio de la racionalidad, pasó a una persuasión predominantemente irracional, las que por separado no hubiesen tenido el mismo efecto sobre Macbeth, sino que empleadas de una forma certera, consiguen hacer mella ante la incertidumbre de éste, para que finalmente cometa el asesinato. Hasta que para culminar, realiza su último artificio, cuando Macbeth se encuentra convencido casi de modo absoluto, tras preguntarse qué pasaría si fracasaran, por lo que Lady Macbeth, responde:” ¡Nosotros fracasar! ... Apretad solamente los tornillos de vuestro valor hasta su punto firme, y no fracasaremos (…)[7].
Una vez, comenzaron a desencadenarse los hechos, después que Macbeth dio muerte a Duncan y, que tanto él, como Lady Macbeth fueron coronados reyes, al primero, principiaron a atormentarlo sentimientos de culpa y arrepentimiento, por lo que Lady Macbeth esbozó su táctica infalible de persuasión, pero esta vez, para tranquilizar a su amado, que estaba casi al borde del delirio. “¿Qué hay, mi señor? ¿Por qué permanecéis solo, acompañándoos de los más tristes pensamientos y acosado por esas ideas que debieron morir en verdad con los que las engendraron? Las cosas que no tienen remedio, deben quedarse sin consideración. Lo hecho, hecho está.”[8] En este fragmento, se nos revela, una vez más, su habilidad para adaptarse a las circunstancias y manejar las situaciones a diestra y siniestra.
Conforme se desarrolla la tragedia, se siguen sucediendo hechos a consecuencia de los continuos crímenes que ambos cometieron, donde Lady Macbeth, pretenderá salvar las eventualidades, conservando la calma y manteniendo las apariencias, pero los acontecimientos se habían desbordado hasta tal punto, que Macbeth comenzaba a tener alucinaciones, de las que ya no había vuelta atrás. Pese a que se la aprecia usando sus ardides femeninos, como el disimulo, aun así, las cosas han alcanzado proporciones épicas, que ya no podrá seguir encubriendo. Ejemplo de ello, es lo ocurrido en la cena con los nobles invitados: “¡Sentaos, dignos amigos! Mi señor está a menudo así, y lo ha estado desde su juventud. Os lo ruego, conservad vuestros sitios. El trance es momentáneo; un instante y estará bien de nuevo. Si reparáis mucho en él, le ofenderéis y aumentaréis su mal. Comed, y no le miréis.-“.[9] Palabras, que sólo apaciguan por un instante el festín, puesto que Macbeth, estaba enajenado por el pavor, encontrándose completamente fuera de sí, por tanto, Lady Macbeth, no tuvo más alternativa que despachar a los invitados; “Os suplico que no le habléis. Va de mal en peor. Toda pregunta le exaspera. Por consiguiente, de una vez, ¡buenas noches! No os preocupéis del orden de vuestra partida, sino salid a un tiempo”.[10]
Al final de la tragedia de Shakespeare, no sólo Macbeth estaba padeciendo las consecuencias de sus actos, sino que Lady Macbeth, también comenzaba a manifestar síntomas de delirio, que desde una perspectiva de la psicología contemporánea, sería un cuadro maniático compulsivo, donde a través de su estado insomne, Lady Macbeth, revelaba los sufrimientos de su corazón o para ser más preciso, de su inconsciente, donde habita aquello que renegamos o reprimimos. Lo que se denota mientras hablaba dormida; “Todavía hay aquí una mancha (…), ¡Fuera maldita mancha! ¡Fuera digo! Una, dos; bien, llegó, pues, el instante de ponerlo por obra. ¡El infierno es sombrío! ¡Qué vergüenza! ¿Un soldado y tener miedo? ¿Qué importa que llegue a saberse, cuando nadie puede pedir cuentas a nuestro poder? Pero ¿quién hubiera imaginado que había de tener aquel viejo tanta sangre? (…), ¡El thane de Fife tenía una esposa! ¿Dónde está ahora? ¡Cómo! ¿No he de poder ver limpias estas manos? ¡No más dueño mío; no más de esto; todo lo echáis a perder con esos sobresaltos! (…), siempre aquí el olor de la sangre. Todos los perfumes de la Arabia no purificarán esta pequeña mano mía. ¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!”.[11] Llegados a este punto, Lady Macbeth, no soportaba más los nefastos sentimientos que la embargaban, no era capaz de enfrentar las atrocidades que habían cometido, aquellos sucesivos asesinatos, cuya motivación había sido la ascensión al trono, por lo cual, el único medio que encontró para poder huir de esa pesadilla, fue la inexorable muerte.
Ya se ha hecho alusión a la caracterización del personaje Lady Macbeth, creado por Shakespeare, sin embargo, Ionesco nos propone otra versión, donde nos presenta a las brujas como unas impostoras, que habían maquinado un plan que afectará enormemente el curso de los acontecimientos, donde nos encontramos con una Lady Duncan encarcelada por estas hechiceras, transfigurándose, al mismo tiempo, una de estas brujas, en la reina, mientras que la segunda, se transformó en su criada, de este modo, la primera bruja, adquirió tal belleza y temple cuando se convirtió en Lady Duncan, que engatusó con encantos femeninos a Macbeth, convenciéndolo que debía tomar el poder, tal como lo hizo Lady Macbeth, en la tragedia de Shakespeare, lo que se aprecia en el siguiente parlamento: “LD (a Macbett, tendiéndole el puñal:) No depende sino de ti que sea yo tu esclava. ¿Lo deseas? He aquí el instrumento de tu ambición y nuestro ascenso. (Con voz de sirena:) Tómalo, si lo deseas, si me deseas. Pero actúa resueltamente. Ayúdate, que el infierno te ayudará. Contémplate y repara en cómo el deseo trepa en tu interior y cómo la ambición escondida se revela y te inflama. Con este puñal matarás a Duncan. Tomarás su lugar junto a mí. Yo seré tu amante. Tú serás mi soberano. Una mancha de sangre indeleble marcará esta hoja para que recuerdes tu triunfo y te dé valor para la realización de otras empresas aún más grandes que llevaremos a cabo juntos, compartiendo la gloria. (Lo pone de pie).”[12] Pese a las diferencias sustanciales en el desarrollo de las obras, en este parlamento se percibe, cómo Lady Macbeth/ Lady Macbett, presentan características similares en cuanto a los mecanismos persuasivos, pero en el caso de la versión de Ionesco, llevará al extremo los encantos femeninos, la seducción y la pasión, vinculando, palabras embelesadoras, con el atrevimiento, hasta cierto punto dadivoso, de su cuerpo.
[2] Ídem.
[4] Ídem.
[6] Ídem.
[7] Ídem.
[9] Williams Shakespeare, The tragedy of Macbeth; trad. Esp. Acto tercero, escena IV, página 107.
[10] Ídem.
[11] Williams Shakespeare, The tragedy of Macbeth; trad. Esp. Acto quinto, escena I, página 159.
[12] Eugéne Ionesco, Macbett; trad. Esp. Luis Vaisman.
muy interesante tu anàlisis, sin embargo me gustarìa q se extendiera un poco mas sobre la obra de Ionesco, marcando mas las diferencias y similitudes con el personaje de Sheakespeare.
ResponderEliminarmuy interesante tu anàlisis, sin embargo me gustarìa q se extendiera un poco mas sobre la obra de Ionesco, marcando mas las diferencias y similitudes con el personaje de Sheakespeare.
ResponderEliminarHola! gracias por leer la entrada. Este análisis ha sido de procesos académicos universitarios, por ello siempre es posible mejorarlos, pero espero que hayan sido un aporte.
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